Un facineroso

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El padre del capitán R… compró la casona de adobe encalado, gruesa viguería y pintado su exterior con las dos franjas coloridas. Gruesas cortinas velaban la vista al interior de las habitaciones privadas sombreadas por el amplio cabezal de sus arcadas labradas en cantera.

La casa, con un tupido limonero y cuatro higueras por toda vegetación en su antigua huerta reducida en favor de una amplia caballeriza, unidas por un caminito de tierra apisonada radiados desde el pozo central. De aquel pozo ―hoy desecado― decían que era el principio y el fin de un largo túnel subterráneo que unia a la residencia del capitán con el curato y las casas de los principales a más de llevar a una bóveda oculta en donde el personaje acumulaba su creciente fortuna en monedas y lingotes de oro y plata cuyo origen era tema en la creciente inventiva pueblerina.

Continuas ausencias fundamentaron la adhesión del capitán en alguno de los grupos de forajidos contrarios a la presencia de las tropas francesas y sus aliados en la comarca; afloraron rencillas embozadas, estropearon el abastecimiento en el mercado y destrozaron compromisos ya firmados. Algunos balcones adornaron sus barandales con la tricolor ajena y el lenguaje adquirió distorsionadas voces de origen galo junto a ceremonial y entorchados trasplantados con el estruendo de la fusilería de campaña y el caracoleo de los caballos ante algún ventanal discretamente celado. Las familias perdieron a sus hijos, sea por los fusilamientos sumarios, la huida para unirse a los “desleales” o ante el temor de represalias en ambos bandos con sus lealtades efímeras y pactos olvidados, descalificaciones de una a otra inclinación en la escala social, sea por intereses personales o reivindicaciones idealistas; el ímpetu fragmentó el endeble equilibrio en la réplica diminuta de la compleja sociedad en las grandes ciudades, gestó escépticos y fanáticos furibundos en una población más o menos liberal, republicana y la amplia gradación en matices habida desde el campanario hasta las recuas en el espacio cercano al “granero de México”. Los comerciantes extranjeros, aposentados en el pueblo cuyos comercios abrían o cerraban según la disponibilidad de mercancías o juicio del propietario brindaban su apoyo absoluto a las guerrillas o a los imperiales en constante cambio de chaqueta.

Una noche el pausado paso de un caballo llevó hasta la casa del capitán R… a un jinete doblado sobre la silla quien, pese al calor de aquella noche, venia cubierto por gruesa manta. Apenas iniciaba el día y ante la necesidad de asentar jurídicamente el nombre de un culpable para atroces crímenes, aprehendieron al capitán R… cuyo pantalón evidenciaba una profunda herida en su muslo izquierdo. En el trayecto de su casa al tribunal en el Palacio de Gobierno la multitud reunida lo injurió y en juicio sumario le culparon de horrendos delitos y muchos otros asentados en pliegos archivados por décadas para, después de fusilarlo colgar su cuerpo del roble central en el Jardín Principal hasta que el rigor de la intemperie y las moscas transformaron aquella gallarda figura humana en guiñapo detestable. El medallón con la imagen protectora pendiente de una cadena en rededor de su cuello desapareció en algún momento y la osamenta cubierta con las hilachas ennegrecidas descolgada en el transcurso de una noche de torrencial lluvia para sepultarla en una cueva del cercano cerro hacia el poniente de la población. Dice la historia mínima ―vaya usted a saber cómo lograron saberlo― que su última visión fue el refulgente amanecer en su tierra natal cuando la violencia de la luz del sol naciente tiñe con rojo radiante el entorno.

Meses después, derrotadas y huidas las fuerzas francesas con sus asociados locales en autoexilio ―abandonadas algunas decenas de arraigados con nombres transformados y descendencia acunada rápidamente asimilados―, habitó la casona un renqueante “hermano gemelo” del capitán R…, los viejos afirman que era en realidad el mismísimo capitán y aquel sacrificado en la Plaza Principal fue sólo un cómplice puesto a modo para encubrir la deuda social.

Así, serenado los ánimos, la población disfrutó de paz y bonanza derivada de las actividades comerciales del nuevo “Señor” quien, asociado a los prominentes del pueblo, atrajo riquezas, seguridad en caminos y pujanza en las haciendas cercanas: las cosechas multiplicaron sus aportes, las caballerizas recibieron sangre fresca, la ganadería acrecentó las herencias y don Ramiro enlazó sus riquezas con los blasones aún valorados de una descendiente de la casa de los condes “H…”. Restauró la casona, contrató una camarilla de albañiles para un aplanado exterior para engalanar con refulgente rosa su parte superior y morado en franja inferior; recuperó algunas puertas labradas y barnizadas así como sus arcadas de cantera y enrejado forjado, embelleció el portón de la cochera con lucidora arcada en donde pendían imitaciones de los frutos locales tallados en piedra gris; repusieron el cielo raso en las habitaciones y comedor y levantó un segundo nivel en el área frontal con un balcón principal a semejanza de la de cabildos y curato, arregló las estancias con pisos de madera en armonía al flamante mobiliario y los ventanales ―con doble cortinaje―, transparentaban lo adecuado y ocultaban lo necesario.

Por acuerdo no firmado, los pobladores dejaban de lado los caminos que rodeaban la propiedad pues también era afirmación escudada que una figura descendía algunas noches por el pozo para reaparecer poco antes de que el amanecer y dirigirse, encorvada, embozada, hacia aquel cerro del poniente mientras un perro olisqueaba la parte baja del roble central en la Plaza Principal para diferenciar las meadas de los amigos las de otros chuchos detestables o invasores, después gruñe y muestra los colmillos con más o menos furia según fuera la altura e intensidad de la marca. En la ahora y republicana Presidencia Municipal, adjunta al Salón de Cabildos, hay un gran lienzo pintado al óleo con la figura de don Ramiro, o según Lorenzo, viejo y obnubilado, de aquel capitán R…

Me pregunta usted ¿en dónde está la casona? Hoy es aquel amplio predio apenas cercado con un reseco limonero, cuatro higueras carcomidas, huizaches y un pozo derruido ya sin brocal, allá abajo, cercano al rio, tras el alto muro sur del Convento de la orden de las…

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