Fronteras

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Aquel infortunado día (o bienhechor, según el variado parecer), sin preludio ni tremor, colapsaron las fronteras. Los linderos, mojoneras, cotas, postes, nomos y referencias topográficas perdieron vigencia, la memoria no apoyaba suficientemente para fijar nuevamente el “hasta donde la vista alcance y más allá” ni para determinar un “hasta aquí”. Los sofisticados equipos electrónicos ―terrestres y espaciales―, perdieron la cordura, los “cerebros artificiales” perturbados, titubean entre chisporroteos sobre los límites convenidos y firmados en “heroicos” acuerdos políticos y económicos durante siglos de “justicieras adhesiones”.

Las líneas fronterizas latiguearon hacia arriba, abajo, a la izquierda y derecha, hoy rígidas, mañana distendidas, desacompasadas, cada una en pauta perturbadora, desasosegada.

Los paralelos, meridianos, husos horario, vibraron enmarañados ante la inclinación humana para conciliar mediante la inclinación del Sol, de la Luna ―con sus respectivos eclipses― y las actividades ancestrales: lo que es mío/nuestro y el espacio para ustedes/los otros, según la experiencia fijada en kilómetros/millas para dejar incertidumbre sobre perplejidad en la conversión. Todavía prevalecen múltiples reticencias para autodenominarse “de acá” o “de allá” sin el apoyo de las tesis con las medidas antiguas (varas, palmos, etcétera… ante las variables del cuerpo humano en el transcurrir de su evolución y de la vegetación o el festejo del patrono de las lluvias, desordenada la antigua tradición “del latigazo”), inclusive, ríos y cuerpos de agua negaban una posición definitiva para indicar el inicio del venerable espacio patrio y la comarca de los malvados vecinos. Queda fuera de la discusión que a los animales de tierra, agua y aire en nada les inquietaron las convulsiones humanas ante este hecho escabroso, abrupto y calamitoso, tema tortuoso tanto o más cuando la abrupta topografía no ofrece limitantes comprensibles.

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Tres generaciones después, sin la conmoción de las dudas, sentimientos de pérdidas y conflictos colectivos/particulares, la niñez mundial recogió unas hilachas desperdigadas en los campos, las retorció convenientemente y con ellas creó unas cuerdas para jugar.

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