(Ante lo reiterado del vocerío humano en latitudes «civilizadas» y en personas con estudios superiores que destempla la paciencia, no queda más que reincidir en la afirmación surgida en una latitud proclive a imitar lo peor de la experiencia humana, cuando en este país la práctica común ya resulta vergonzante y ridícula en el trato ofrecido a «los otros», aunque afirmamos tajantemente que aquí «esa nefasta práctica nos resulta afrentosa.)

Surge con renovado vigor la valía de mi ser por encima del otro, de los otros diferentes a la medida de la vida propia.

En la sección Arqueología en el mundo (página 15 en el número 73 de Arqueología Mexicana, mayo-junio del 2005 cuyo tema central es «Los otomíes. Un pueblo olvidado»): con apartado número 4 correspondiente a Etiopía queda: «Aparecen restos del primer ancestro bípedo. En febrero, al noreste de Etiopía, en un nuevo sitio conocido como Mille, se encontraron restos fosilizados de lo que se cree fue el primer ancestro bípedo, es decir, el eslabón que permite entender cómo el ser humano evolucionó de cuadrúpedo a bípedo. Este homínido vivió hace cuatro millones de años y fue localizado cerca de Addis Abeba, a unos 60 km de donde se encontró a Lucy, el esqueleto más antiguo, que se encontró en 1974. Este hallazgo revolucionará las teorías sobre las primitivas formas de vida humana, pues el haber localizado gran parte del esqueleto permite efectuar reconstrucciones bioquímicas de nuestros antepasados.»

Extraemos de la página 181 de «Murmullos de la Tierra. El mensaje interestelar del Voyager» (Carl Sagan, F. D. Drake, Ann Druyan, Timothy Ferris, Jon Lamberg, Linda Salzman Sagan, Editorial Planeta, S. A., 1978): «Mariachi mejicano (sic). El cascabel. Esta ejecución a ritmo trepidante de una vieja canción mejicana la interpreta Lorenzo Barcelata y el Mariachi Mejicano. Barcelata nació en Michoacán, un estado de la costa del Pacífico, en Méjico, cuya población negra ha influido en la música de la región. El intercambio de solos es característicamente mediterráneo, pero la rapidez del arreglo y el encadenamiento es de procedencia africana. También es característico del jazz americano y del blues. Su efecto en El Cascabel es intenso. La orquesta mariachi de Barcelata, a pesar de su impresionante tamaño y de la cantidad de tonos, parece tan ágil como un banco de peces voladores.

«Después de establecer el tema con una obertura de floreo con violines y trompas, Barcelata canta con bravura hispánica. La canción se basa en un equívoco (<<Que cascabel tan bonito, querida. ¿quién te lo dio? …Si me lo quieres vender te daré un beso>>), pero la letra, familiar para la mayoría de los mejicanos, tiene sólo una importancia secundaria.

«La voz de Barcelata cede el paso rápidamente a un glissado ascendente de violín lleno de variaciones rítmicas y punteado por trompetas. Les llega el turno a los vocalistas secundarios acompañados con flautas. Entonces aparece un conjunto oscilante de violines en glissando descendente. Guitarras y guitarrones bombean el ritmo con la misma energía con que vaciarían a paletadas el carbón de un buque para que no se hundiese. Cornetas y violines se unen en un intercambio rápido. Las voces, todas masculinas, finalizan con un corte brusco en la figura descendente descrita por los violines y las trompetas. Parece que todo se ha acabado tan de prisa como empezó.»

Los imperios junto con su encumbramiento y desarrollo cimentaron las bases de su declinación y ruina: humillaron, explotaron, saquearon y pervirtieron a los grupos humanos que su poderío alcanzó y, no obstante, a la vez que extrajeron la vitalidad a los grupos sojuzgados gestaron los rencores que estropearon su continuidad.

En la Historia yacen a manera de ejemplos los imperios que llenan de oprobio al «ser superior», al que «el destino» o un «dios justo e inconmensurable» les otorgara la potestad para dominar la Creación. Ante la realidad del flujo de un conquistador a otro, ante lo efímero de un dominio a otro, la mezcla de genes hacia arriba y hacia abajo en las escalas sociales genera una pluralidad de tonos de piel, del color en los ojos y características en tamaños de la nariz y orejas, la prominencia de los pómulos y complexiones que la adaptación natural forjara. Ver cada una de las civilizaciones en sí misma y luego en su conjunto permite establecer que la «pureza de sangre» es una afirmación asegurada en los hombros de un dios benefactor privado, lo sustenta una incultura tremenda y la omisión del origen de la Humanidad. Lucy, junto con el surgimiento de su osamenta y la imposición de su nombre (Lucy in sky with diamonds, The Beatles) ahora acompañada del muchacho(¿a?) de Mille, determinan hasta el momento un origen común que, seguramente no era con piel blanca.

Y no lancemos hacia afuera un reproche que lacera nuestra «identidad nacional» que, enfebrecida por la soberbia del aporte de robusta sangre hispana nos lleva a omitir cuántas mezclas hay en los globulitos que trajeron los europeos que, aliados con los irritados grupos de las comunidades locales, destruyeron una civilización que ahogaba con cautivos y tributos a sus vecinos para iniciar otra muestra de grupos humanos. Hay una amplia mezcla en la sangre traída de España, hay una amplia mezcla de sangre en las comunidades de estas tierras combinada con sangre de negros esclavizados y con orientales asentados en estas tierras.

Ser blanco o amarillo o rojizo o negro o broncíneo o café con leche, ante las vueltas y revueltas de las civilizaciones  sólo quedan por distingo personal durante nuestras vidas, poco heredamos de «pureza» y nulamente pregonaremos una superioridad que no yace en la valía personal sino en el lugar que en la sociedad y la pigmentación de piel manifiesta y, la vida, con todas sus implicaciones y tribulaciones no permite afirmar que en algún tiempo y en alguno de nuestros gloriosos ancestros no sucediera un pecadillo del que sólo da cuenta la historia cuando el personaje resulta descollante, porque el interés, la soledad, la lejanía, la tentación, la brutal lascivia del dominador, la curiosidad, el amor, … en fin un largo etcétera de posibilidades, sintetizó en alguien con este apellido la manifestación de un torrente vital que nada de «pureza» posee. Al final, cada cual hace con su vida lo que le place y nada de lo que nos place nos distingue para ser más que «el otro».

¿Quién determina y en qué idioma diferenciaremos a otro con el valioso vocablo de prójimo (el más cercano) diferenciado atrozmente del aceptado semejante?

¿Cuál será la reacción en esos señores cuyo racismo bulle de manera confusa si en un análisis de sangre resultara que, en sus ojitos, su cuidada pielecita y cabellera acicalada bullen antecedentes de algún grupo indígena con añadido de orientales y una buena dosis de negro? Porque, ahora, en estos tiempos y después de cuatro millones de años de vida de la respetabilísima humanidad, de engendrar y reproducirnos con gran placer, resulta un imposible que existan todavía seres con «éso» que quizá sólo al principio, en aquellas eras de seres africanos fueran una realidad. Afirmar que éste es un asunto de sus divinidades es retar a su propio Altísimo y manifestar una crasa ignorancia y vergonzante falta de respeto a la vida en la Vida. Los destellos de superioridad sólo cubren una gran duda respecto al propio origen y éste, en todos los casos no posee ni un signo de más ni uno de menos.

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