El viento vino de más allá de la cañada en donde inicia el huizachal tras la mojonera olvidada de por el rumbo de Vuelvelagua. Arrastraba polvo, hojas muertas y una pluma saqueada al nido de la torcasita arrojada sobre la boñiga vaporosa, emanación medicinal —en el pasado era voz popular— para los tuberculosos; trasladaba la mezcla primorosa de múltiples cocinas y el fresco aroma de los frutos en las huertas circundantes; giró y nos dejó el aroma a tierra rescatada.

A veces el viento trae una simulación de lluvia, otras, la hiriente helada, el calor agobiante o las bautismales nubes gruesas, pesadas y oscuras para beneficio de un ánimo contrito, de las siembras, de las plantas en la jardinera municipal, de la arboleda y para los agobiados animales en el campo, para cubrir transitoriamente la ancha traza por donde bullía un río vigoroso, hoy afrentado flujo delgado y pestilente.

El viento impotente contra la telaraña tejida en el trueno de la plaza agita con vigor el rompido y crea entre las torres del templo una oración vivificante, trae con él un silbo con las vocales de un nombre no marchitado por los años, ni por la centella ni por la tormenta destemplada; orea la casita ahumada en donde la ropa huele a leña y en una olla de barro reposa el café para la merienda al regreso del cabeceo durante el rosario, momento anhelado para disfrutar de un pan de vez en cuando relleno con una rala tajada de queso o cubierto con la nata: premio esporádico para el mucho afán.

Bendito sea el viento cuando nos trae un remedo del aroma en la cabellera de Herminia tras el baño, el tañer de una campana de un barrio lejano en donde vive —aún— el recuerdo de aquella casi niña cuyos ojos estropearon la entonces recién abandonada infancia.

Alguien maldice al viento cuando agita una falda de luto, al arrancar el sombrero del soporte humano, si en su vorágine jalona el multicolor de la ropa en el tendedero o al interrumpir un romance apenas iniciado en los portales.

Viento tenebroso que ahuyenta al curioso de la mansión semiderruida, que impulsa las batientes entre chirridos y golpes en sordina, viento que blanquea unos huesos abandonados entre los surcos y las piedras, viento que deshoja un ramito junto a una cruz ya sin nombre. Viento impetuoso de febrero y marzo, viento malvado, viento sacrosanto; viento húmedo, viento tibio, viento candente; viento contrario a una esperanza, viento magnifico, viento susurrante en la laguna; viento baldío, viento quejumbroso en el cementerio; viento anhelado en la ausencia, viento vilipendiado si está presente; viento noctámbulo, viento en la alborada, viento breve para el ángelus; viento en ráfagas desordenadas que engaña con su pausa para llenarnos los ojos con polvo al girar la esquina y desarticular el espantapájaros en el sembradío de don Chema; viento de las cuatro estaciones y las noches de inquietud, viento cantarín entre las ramas del recuerdo.

De más allá de la cañada en donde inicia el huizachal, tras la mojonera olvidada de por el rumbo de Vuelvelagua llegó el viento, giró y nos dejó el santo aroma a tierra rescatada.

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