Un novenario lluvioso

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Fue el viento el que dejó esta nueva disposición de complacencias osciladas en suspiros? El viento y la lluvia son demonios desplomados, voceros del torbellino que hostigará violentamente el rostro y acumulará la hojarasca en algún rincón insospechado entre vaharadas extraídas a la cabaña abandonada y al recinto sacro hace tiempo desahuciado en su descenso desde la cumbre rocosa. No es la misma fragancia húmeda en las montañas de la Sierra que en el montículo pelado, ni el desasosiego en la cercana cañada; es mudable bajo el puente, en el camino flanqueado o después de golpear los gruesos y pulverizados terrones requemados de la casona en la maltratada hacienda, su vitalidad no merma al mediodía ni al anochecer, ni al amanecer ni en unos ojos agostados. Uno nunca respirará el mismo soplo, será otra la lluvia que humedecerá un aliento diferente en la cual cabalga perezosamente la historia del Viento del Sur y sobre sus gibas retozan los recuerdos de una infancia golosa de mordiscos a frutas apenas maduradas. Esos goterones calientes, primerizos, tamborilearán con molicie en el tejado al ritmo de los rezos familiares para evaporarse sutilmente con el amanecer… El viento agita el recuerdo, inquieta al gato arrebujado y amplifica el reclamo del cencerro en la majada. Uno nunca sabrá cómo ese soplo ligero levantó el polvo y la arenisca que ahora yacen sobre el calzado, escuecen los ojos o trae de lejanas privacidades las voces húmedas para transformadas en aroma de infancia. Con su embate cuartea la aparición de una segunda luna asentada en la laguna hasta llegar a la Plaza y silbar en rededor de la cabeza del héroe aseado convenientemente a fin de homenajearlo en el aniversario de su heroica muerte… La lluvia revitaliza a las plantas, a los animales, restaura el vigor de los riachuelos, zarandea las frágiles barcas, ondea en los lagos y en la acequia para henchir las uvas y nutrir el maizal, serena el ánimo, da reposo a lo exhausto y fortaleza a lo marchito… Llueve disciplinadamente sobre el verde sendero con destellos emparejados de la tormenta desatada y el trueno ―con voz de corno― azota puertas y ventanas. Hiriente, golpeteante con saña convertida en guijarro helado, en aguacero, en tormenta, en chubasco, en lluvia arrebatada, cualquiera que sea su revelación, descenderá vigorosa por las canaletas gorgoteantes… Diluvia desde el amanecer hasta el anochece; descargan las nubes su fragor en octosílabos, la tormenta renueva el aliento, sublima los aromas, bruñe imperceptible la piedra burda en el risco y a las figuras de los santos sobre la Parroquia; depura la audición, refina el tacto; purifica el origen y el fulgor del lucero matutino. Llueve en la cuneta y el cañaveral, lava la pelambre del coyote y escurre de las escamas de los pececitos de barro vidriado en la fuente de Hortensia; en el ocotal puntea el trino de las canoras para recordar una partitura trasnochada… el viento y la lluvia son fraternal abrazo, promesa y realidad, misterio reiterado sin merma de verdad. El viento y la lluvia aprendieron a acariciar la vida para adormecer la visión de una marcha de belleza inacabable que a veces nos regala un arcoíris y un reverdecer efímero en las laterales de la huella; son el pasado, el presente, el futuro y si tú estás ahí, una bendición.

Lluvia, aroma a ciprés;
aroma a ciprés la lluvia;
un ciprés es lluvia de aroma.

Chispeó todo el día, apelmazó la tierra de las brechas, contuvo a las palomas en los aleros e inquietó a las gallinas en reclusión. Ya en la noche, después de la bendición con “El Santísimo” fue tempestad tupida para salpicar la parte baja de las fachadas pintadas en dos grandes franjas, la baja roja, a todo lo largo del muro para disimular lo grana de la tierra local y la superior de color al gusto del propietario que, a la vez, independientemente a su numeración, era referencia certera: “… siga hacia abajo y en la casa verde del lado derecho, encontrará la casa de los Reyes. No hay pierde, al frente siempre está la carreta para la entrega del pan.”…Llovía y la parte baja de los muros de grueso adobe era una serie de escurrimientos que engrosaban “la bajada” en el apisonado camino de los pobladores y las recuas, de las carretas y bicicletas y en rebullir entre la “piedra bola” antes de la era del asfalto y de los caños ocultos. Al embate del agua, Conchita recogía los platones con los dulces de leche fabricados frente a La Merced por el afamado “Negro Porfirio”. De tanto en tanto, un relámpago iluminaba fantasmagóricamente la cortina de agua y los deslizamientos hacia el rio. Llovió toda la noche para dejar los senderos y caminos de herradura cargados con el barro e historias de rústicas alegrías y pecados consumados… la cantera, ahora libre de cagarrutas, mostraba un rosa intenso en armonía con el aroma a tierra mojada…

Llueve, llueve, llueve a cátaros y de los nidos surge el gorjeo de los agraristas al picotear entre sus plumas en busca de corucos en tanto Jerónimo sopla su jarro de barro con café; en el mercado los toldos penden con el agua acumulada, las sartenes pringan los delantales y en las huertas mezcla los aromas de los frutos mientras las hormigas aguardan para reconstruir su albergue. El aire huele a humedad vaporizada, a jícama y membrillo descortezados, a pan recién horneado, al penetrante aroma del jabón en los vestidos de las vendedoras y al sudor de cargadores y bestias de carga… hoy llovizna, llovizna, llovizna y el viento acrecienta el apetitoso olor del contamal.

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