Siete

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Quizás en el recuerdo de unas rugosidades
de unas nubes cargadas con lluvia
ondula un poco de la luz del Sol
o que estos ojos poseídos por la densidad continua
anhelan el extraviado esplendor.

Henchidos con estéril egolatría
―sabiduría bajo el paño―,
entre loas efímeras y sonrisa de satisfacción
fijamos la piedra angular en un espejo.

Islotes relucientes en la oscuridad,
a medias borrasca e ilusión;
el viento calmo durante la noche
es turbulencia para amorrar a las aves
en las figuras de las gárgolas
y recluir a las lombrices
en los profundos vericuetos de sus túneles.

El recuerdo pendula entre las ráfagas
de un viento suave con llovizna,
bamboleo bochornoso en los días cálidos
o en las acometidas rugientes del poderoso huracán,
imita a  la oscuridad y son horas enredadas
en el canto de un tzentzontle adormilado.

Era su canto fino de Primavera,
tono de alegría por el frescor enramado
en sueños de verde esplendor.

Era su canto ágil en voces noctívagas,
en el duermevela venía el tono
con él miles de esmeraldas por enredar.

Vida continua en innumerables vidas,
vida tras vida en círculo cerrado;
círculo cerrado de vida tras vida,
innumerables vidas prolongadas en una sola:
círculo sobre círculo,
círculos sin huella.

Al poniente la ronda de la Luna
y entre las dos hileras de pirules
caminamos lentamente sobre el sendero
cubierto con piedra de rio…
al poniente ronda la Luna y el lucero vespertino
es la enseña.

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