Previa a la llegada de los españoles al espacio oriental del hasta hace poco Distrito Federal y ahora Ciudad de México, en una de las partes constitutivas de la actual Delegación Venustiano Carranza, grupos humanos asentaron su presencia en los espacios de Mixuhca y Peñón de los Baños, fundando en pequeños islotes dentro del gran lago.

Después de aquel aciago 1521 vencida y derruida México-Tenochtitlan poco a poco el espacio tomará otro aspecto con la unión del Barrio de la Merced, San Lázaro y el correspondiente a La Candelaria de los Patos, lugares insalubres por su cercanía al lago y las constantes inundaciones. Después quedará el asentamiento de Santa Cruz Acatlán, área limítrofe en la cual quedará la Garita de San Antonio Abad.

En uno de los antiguos barrios San Lázaro, los nuevos dueños establecen provisoriamente su primer asentamiento: “Las Ataranazas” (es decir, fortalezas construidas por los españoles para resguardar su seguridad de posibles incursiones subversivas de los indígenas) —¿1522-1524?— construida sobre un adoratorio, en la espera del reparto de terrenos. En el embarcadero de estas Ataranazas, Cortés atracó los 13 bergantines hechos para el asalta final a la metrópoli mexica de Tenochtitlan, lugar para el resguardo de pertrechos y la artillería. El uso de esta construcción decayó paulatinamente y ya a principios del siglo XVIII es una ruindad pronta a desaparecer. Ahí fundan en 1531 una prisión en uso hasta 1572 cunado fundan el Hospital de San Lázaro en funcionamiento hasta 1821 cuando las cortes españolas decretan la extinción de las ordenes hospitalarias. En tal lugar y ya en el auge de la modernidad quedó instalada la estación y los patios (¿taller?) del Ferrocarril de Morelos, para unir comercialmente a la Ciudad de México con Cuernavaca y Cuautla.

Con base al Diccionario de la lengua española, Ataranza es un derivado del árabe español ãdár aşşán ‘a, este de dár aşşşiná’a  y este del árabe clásico dār aşşinā’ah, cuyos significados son “casa de la industria”. Ataranza es el lugar para construir y reparar los barcos. Por segunda acepción es: cobertizo o recinto en que trabajan los cordeleros o los fabricantes de márragas u otras telas de estopa o cáñamo y para los andaluces, el lugar donde guardar los toneles con el vino. Ahí, las autoridades construyeron la Penitenciaria del Distrito Federal, inaugurada en 1900 y transformada en reclusorio preventivo en el año de 1950.

Terreno baldío por sus características, llanos salitrosos, pantanos y aguas someras, hacia fines del siglo XIX, concretamente el año de 1893, el desarrollo urbano crece hacia esta parte oriental con el poblamiento de la ex Hacienda de la Bolsa convertida en la populosa Colonia Morelos y aún más hacia el norte con las Colonias Penitenciaría y la Romero Rubio, en donde el uso habitacional correspondía estrechamente para el impulso a la industria y el abastecimiento en favor de los grandes mercados de La Merced y Jamaica.

Por donación de una parte de la extensa propiedad de Alberto Braniff y del entonces conocido Ejido de Texcoco, una incipiente aeropista es el origen del gran Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (que suscita la broma en cuanto a que no pertenece propiamente a terrenos del La Ciudad de México y el añadido de Benito Juárez no es oficial) cuyo desarrollo va emparejado a la traza de la Calzada Ignacio Zaragoza, parte extensiva y principal de la carretera a Puebla, cuya realización propicia nuevos asentamientos humanos. Aeropuerto reubicado, ampliado y reacondicionado en 1954 para satisfacer una necesidad de servicio con vuelos internacionales da origen al uso de espacio en cuanto a bodegas, hoteles, agencias aduanales y oficinas para los diversos menesteres relacionados.

La Colonia Moctezuma asentada en el antes Ejido de Texcoco queda en la Ciudad de México (hasta hace poco el muy distinguido  Distrito Federal) en dos secciones. Sobre la Calzada Ignacio Zaragoza, la sexta estación del Sistema de Transporte Colectivo Metro(politano) con recorrido oriente-poniente lleva por nombre Moctezuma, inaugurada como la mayoría de esta traza subterránea el 4 de septiembre de 1969.

La regocijante obra de Alejo Carpentier “Concierto Barroco” basada en el supuesto proceso de creación de la obra Montezuma de Antonio (Lucio) Vivaldi durante el carnaval de Venecia, novela/reseña en la cual el autor une las andanzas de un exitoso beneficiado de la riqueza minera en Nueva España  al propio Vivaldi con George Frederick Händel, viaje fantástico en el tiempo y el espacio cuyo tema es la creación de la opera sujeta a la discutida fidelidad a la realidad o la aportación poética encumbrada con los vapores del vino y el lenguaje del cubano Alejo Carpentier. La Opera con el nombre del tlatoani mexica en la realidad la estrenó Antonio Vivaldi en el año de 1733 en Venecia.

En Arqueología Mexicana número 98 correspondiente al periodo julio-agosto del 2009, página 33, queda asentada la secuencia histórica de los representantes (Uey Tlatoani) mexicas en la ciudad fundada por Tenoch en 1325, personaje relevante en la ciudad de México-Tenochtitlan, fallecido durante el año de 1363:

Acamapichtli (Puñado de rayos —solares—), de 1375 a 1395; “Ahí después se entronizó el señor Acamapichtli; reinó veintiún años… He aquí sus conquistas: conquistó a Xochimilco, Cuitlahuac, Mizquic y Cuauhnáhuac. Cuatro lugares conquistó Acamapich.” (Este y los siguientes entrecomillados donde destacan las conquistas de los Uey Tlatoani tenochcas pertenecen a el Códice Chimalpopoca. Anales de Cuauhtitlan y Leyenda de los soles. Universidad Nacional Autónomo de México. Instituto de Investigaciones Históricas. México, 1975.)

Uitzilihuitl, de 1396 a 1417; “He aquí que reinó el hijo de Acamapichtli, su nombre Huitzilihuitl; reinó veintiún años… Xaltocan, Acolman, Otompan, Chalco, Tezcoco, Tollanzingo, Cuauhtitlan y Toltitlan: he aquí lo que fue su conquista. A ocho pueblos conquistó Huitzilihuitl.”

Chimalpopoca (Escudo humeante), de 1417 a 1427; “He aquí que reinó el hijo de Hutzilihuitl, su nombre Chimalpopocatzin; reinó diez años. Chalco, Tequixquiac… He aquí su conquista. Dos pueblos conquistó Chimalpopocatzin.”

(Tal cual queda en «Los mexicas» ejemplar número 4 de la serie «Cuadernos del México Prehispánico»  editado en octubre de 1967 por el Museo de Antropología e Historia a través de la Sección de Servicios Educativos (INAH-SEP), con textos de Carlos Martínez Marín en su página 9: estos tres primeros personajes destacados: vivieron bajo la dominación de Azcapotzalco y reconocidos ya como gobernantes del grupo que poco después de cubrir tributo a los señores tepanecas de Azcapotzalco con aves, pescados y animales de la laguna, pagaron con servicio militar «… obtuvieron el entrenamiento y la capacidad combativa para convertirse pronto en grupo dominante, conquistador y fundador de otro nuevo y gran Estado.»

Ya en el periodo de la Triple Alianza (Tenochtitlan, Tlacopan, Tezcoco):

Itzcóatl (Rayo letal del Sol), de 1427 a 1440; “He aquí que reinó el hijo de Acamapichtli, su nombre Itzcohuatzin; reinó trece años… La conquista de Itzcohuatzin fue de todos estos lugares: Atzcapotzalco, Tlacopan, Atlacuihuayan, Coyohuacan, Mizcóhuac, Cuauhhximalpan, Cuahuacan, Teoclhuiyacan, Tecpan, Huitzitzillapan, Cuauhnáhuac, Tetzcoco, Cuauhtitlan, Xochmilco, Cuitláhuac, Mizquic, Tlatilolco, Itztéoec, Xiuhtépec, Tzacualpan, Chalco, Yohuallan, Tepequacuilco y Cueçallan.” Carlos Martínez Marín asienta en el cuaderno antes referido: » A la muerte de Tezozomoc, Señor de Azcapotzalco, su hijo Maxtla usurpó su puesto. Los tepanecas de Tlacopan (Tacuba) disgustados se aliaron con los mexicas y acolhuas de Texcoco y juntos lucharon contra Azcapotzalco.

Después de la victoria el nuevo tlatoani (señor) tenochca fue Izcoatl, que gobernó de 1428 a 1440. «Itzcóatl reconquistó los pueblos que habían pertenecido a Azcapotzalco; organizó el Estado mexica y la Confederación del Anáhuac o Triple Alianza que agrupaba a los pueblos aliados. Mediante esta alianza se incrementó la guerra de conquista con fines místico-guerreros. Colaboró con este tlatoani un personaje llamado Tlacaélel, quien fue consejero de varios gobernantes.» En el Códice Azcatitlan, detras del icpalli en donde está Moctezuma Ilhuicamina, aparece Tlacaélel, otro de esos personajes arrumbados en el pasado opaco que bien merecen un poco de atención dada su obra, influencia y trayectoria.

Moteuhçoma I (El señor del gesto adusto) Ilhuicamina, de 1440 a 1469; “He aquí que reinó el hijo de Hutzilihuitl, su nombre Ilhuicaminatzin Moteucçomatzin el viejo; reinó veintinueve años que estuvo… He aquí lo que fue la conquista de Moteucçomatzin el viejo: Coaitlahuacan, Chalco, Chiconquiyauhco, Tepoztlán, Yauhtépec, Atlatlauhcan, Totollapan, Huaxtépec, Tecpatépec, Yohualtépec, Xiuhtépec, Quiyauhteopan, Tlalcoçauhtitlan, Tlachco, Cuauhnáhuac, Tepequacuilco, Cohuatlan, Xillotépec, Itzcuincuitlapilco, Tlapacoyan, Chapolicxitla, Tlatlauhquitépec, Yacapichtlan, Cuauhtochco y Cuetlaxtlan.” El arqueólogo Felipe Solís Olguín, en su aportación «Gloria y esplendor de los aztecas», Arqueología Mexicana, número 13. Edición Especial, páginas 10 a 13 asienta: «A partir del gobierno de Moctezuma I floreció la tradición escultórica monumental que dio gloria y fama a los aztecas. Esta tradición se había originado en el ambiente cultural y religioso de las ciudades y estados que precedieron al poderío de México-Tenochtitlan, principalmente en Chalco, Xochimilco y Texcoco, en cuyos talleres se formaron los más nobles artistas de la época. Éstos se especializaron no sólo en la talla de rocas duras sino también en la selección, ubicación y extracción de los bloques pétreos de mayor utilidad para la elaboración de monolitos de gran magnificencia, como la Piedra del Sol, la Coatlicue Monumental y muchos otros ejemplos más, destinados a convertir a la capital azteca en el axis mundi por excelencia… La confluencia de todo el pueblo, nobles o comunes, se daba en las grandes festividades religiosas; ahí, al calor de la danza y la música, de la vital participación en los sacrificios dedicados a los dioses, con el sonido de tambores, como el tlapanhuéhuetl o el teponaxtle, de flautas, silbatos y ocarinas, los sacerdotes y los guerreros danzaban junto a los campesinos. Esta masa colorida recreaba el poder de los dioses y exaltaba su triunfo en todos los rincones del universo.»

Axayácatl (Espejo, Cara o Rostro del agua), de 1469 a 1481; “He aquí que reinó el nieto 3 de los dos reyes Moteucçomatzin el viejo e Izcohuatzin, su nombre Axayacatzin; reinó doce años… Estos son todos los lugares de la conquista de Axayacatzin: Tlatilolco, Matlatzinco, Xiquipilco, Tzinacantépec, Tlacotépec, Tenantzinco, Xochiyacan, Teotenanco, Calimayan, Metépec, Ocoyácac, Capolloac, Atlapolco, Qua… (así termina el códice Chimalpopoca.)” Es manifestación repetitiva que a su gobierno corresponde la realización de la piedra labrada conocida como «Piedra solar» o «Calendario Azteca».

Tízoc (El que sangra por penitencia),hermano de Axayácatl), de 1481 a 1486; durante su gestión iniciaron las obras de reconstrucción y ampliación del Templo Mayor de Tenochtitlan, no obstante, queda la afirmación de su muerte por envenenamiento ante las insuficientes conquistas en favor del poderío mexica.

Ahuízotl (¿Sagrado perro del agua?) a su vez, hermano de Axayácatl y Tizoc), de 1486 a 1502; activo conquistador hacia el occidente y el sur. Constructor, a él correspondió inaugurar el recinto del Templo Mayor y la realización de las obras para la construcción del acueducto de Acuecuexco, para traer agua potable del manantial de Coyoacan, obra que, descontrolada en su término de construcción, inundó México-Tenochtitlan y en ella murió el Uey Tlatoani Ahuízotl.

Moteuhçoma II, Xocoyotzin, de 1502 a 1520 (dentro de este periodo, concretamente en el equivalente al actual calendario gregoriano, en 1057, fue la última ceremonia del Fuego Nuevo).

«Pese al indudable poderío de la Triple Alianza, algunos señoríos lograron mantenerse independientes. Ello era debido a diversos factores, entre los que se cuenta el que la capacidad militar era tal, que su sometimiento implicaba más gasto que beneficio, o simplemente que su independencia resultaba conveniente para asegurar la disponibilidad permanente de prisioneros de guerra para el sacrificio. Entre esos señoríos independientes se encontraban Metztitlan, Tlaxcala, Cholula y Yopitzinco. Mención aparte merecen los tarascos, tal vez los únicos enemigos imbatibles de los mexicas. Dominaron gran parte de Michoacán y su poder militar era de tal magnitud, que la Triple Alianza había establecido guarniciones para resguardar las fronteras con este señorío, cuya capital el Tzintzuntzan.» [1]

En el capítulo IV de la mencionada «Visión de los vencidos», con título de «Actitud psicológica de Motecuhzoma en su apartado «Motecuhzoma envía magos y hechiceros (página 34) queda: «En ese tiempo precisamente despachó una misión Motecuhzoma. Envió todos cuantos pudo, hombres inhumanos, los presagiadores, los magos. También envió guerreros, valientes, gente de mando.

«Ellos tenían que tener a su cargo todo lo que les fuera menester de cosas de comer: gallinas de la tierra, huevos de éstas, tortillas blancas. Y todo lo que aquéllos (los españoles) pidieran, o con que su corazón quedara satisfecho. Que los vieran bien.

«Envió cautivos con que les hicieran sacrificio: quién sabe si quisieran beber su sangre. Y así lo hicieron los enviados.

«Pero cuando ellos (los españoles) vieron aquello (las víctimas) sintieron mucho asco, escupieron, se restregaban las pestañas; cerraban los ojos, movían la cabeza. Y la comida que estaba manchada de sangre, la desecharon con náusea; ensangrentada hedía fuertemente, causaba asco, como si fuera una sangre podrida.

«Y la razón de haber obrado así Motecuhzoma es que él tenía la creencia de que ellos eran dioses, por dioses los tenía y como a dioses los adoraba. Por eso fueron llamados, fueron designados como ‘Dioses venidos del cielo’. Y en cuanto a los negros, fueron dichos: ‘divinos sucios’.»

Para un intento de comprensión de esta actitud que a nuestra mirada resulta disparatada, necesitamos retomar sin prejuicios el origen de tal creencia cuyo origen nos lleva a la gesta del señor Quetzalcóatl —con el añadido de los ajustes y transformaciones impulsados por el señor Tlacaélel—, pues sin la trayectoria del personaje  vital en las culturas mesoamericanas, su gobierno, caída y promesa de regreso, lo fundamental en cuanto a las inquietudes, esperanzas y aceptación temporal de «aquellos recién llegados por el oriente» carecería de sustento y distorsiona el tiempo y los hechos de aquellos seres que vivieron el apogeo y destrucción de la civilización cúspide en los inicios del siglo XVI.

Poca comprensión tenemos respecto a las versiones acerca de los ocho presagios funestos. Queda para su interpretación, análisis y comparación la asentada en voz de los informantes de Sahagún y la correspondiente a la de Diego Muñoz Camargo tomada de la Historia de Tlaxcala con el énfasis propio a las circunstancias y necesidades de los personajes de quienes quedan las palabras para describir tales hechos. Significación y comprensión diferenciada por lector y por la época en que le toca vivir con su metodología adquirida y las circunstancias de su tiempo —de los actores y del lector—; mediante el significado de sus vocablos y las transformaciones de éstos en el tiempo; el valor en el tiempo de la narración y el renuevo en eras posteriores; la pérdida del significado original y su adecuación a las características de un futuro impensado; las influencias culturales a través del tiempo y las interpretaciones fallidas, equivocadas o tendenciosas. ¿Cómo interpretaremos los tan difundidos presagios y a quién y por qué debemos su permanencia en el colectivo literario? ¿Es un lenguaje poético? ¿Posee una connotación inmutable en el tiempo y en el receptor? Su comprensión será literal o ¿debemos aceptar —como en todos los textos su plenitud semántica (polisemia)? ¿Es simplemente retórica invariable, metafórica o simbólica? ¿Su valor radica en la presentación de una realidad deseada o en el trasfondo ideológico propio o añadido? Y algo que inquieta sin mesura: ¿qué tanto pierde o perdió el texto en su traslado de náhuatl al español de su época y éste en el transcurso del desarrollo cultural? Con esta incomoda parrafada es necesaria una comprensión menos dura con un leve intento de imparcialidad.

El 27 de junio de 1520, le sucede por ochenta días en una especie de interinato, primero Cuitlahuac (¿Sol sediento de sangre?) —¿o Cuauhtláhuac: «Águila sobre el agua», distorsión que algunas fuentes adjudican a la malicia de Malintzin?, para don Ángel María Garibay significa «Lama del agua» cuya connotación nada tiene de despectiva— Señor de Iztapalapa; hermano de Moteuhçoma II y a la muerte de éste por la viruela, Cuauhtémoc (Desciende como águila), primo de Moteuhçoma y de Cuitlahuac (Cuitlahuatzin), aunque queda la duda si alcanzaron el rango de Uey Tlatoani frente a la situación de inestabilidad.

«Por ese tiempo también fue cuando ellos (los españoles), hacían con instancia preguntas tocante a Motecuhzoma: cómo era, si acaso muchacho, si acaso hombre maduro, si acaso viejo. Si aún tenía vigor, o si ya tenía sentido de viejo, si acaso ya era un hombre anciano, si tenía cabeza blanca.

«Y les respondían a los ‘dioses’, a los españoles:

«—Es hombre maduro; no grueso, sino delgado, un poco enjuto; no más cenceño, de fino cuerpo.» [2]

(Capítulo XCI. De la manera y persona del gran Moctezuma, y de cuan gran Señor era.): «Sería el gran Moctezuma de edad de hasta cuarenta años, y de buena estatura, y bien proporcionado, y cenceño, y pocas  carnes, y la  color no muy moreno, sino propia color y matiz de Indio, y traía los cabellos no muy largos, sino cuanto le cubrían las orejas, y pocas barbas, prietas y bien puestas, y ralas, y el rostro algo largo y alegre, y los ojos de buena manera, y mostraba en su persona en el mirar por un cabo amor, y cuando era  menester gravedad. Era muy pulido y limpio, bañábase cada día una vez a la  tarde…” [3]

«… el dramático destino de Moctezuma iba a cumplirse. El rico universo de su cultura, sus templos y palacios, sus dioses, todos sus libros de pinturas, sus sacerdotes y sabios, la Toltecáyotl, herenecia de Quetzalcóatl, en poco tiempo iba a desaparecer. Para Moctezuma y su pueblo entero, esos forasteros, tenidos al principio por dioses, estaban causando la ruina de cuanto por siglos había florecido. Como se lee en otro texto, ‘los dioses de antiguo adorados parecían haber muerto’. Había llegado el ocaso de los dioses…Fernando de Alva Ixtlixóchitl discurre sobre lo que pudo ocurrir cuando Cortés y sus hombres estaban a punto de partir. Estas son las palabras del cronista tezcocano: ‘Dicen que uno de los indios tiró una pedrada (a Moctezuma que había salido a una terraza para tratar de calmar al pueblo), de la cual murió, aunque dicen los vasallos que los mismos españoles lo mataron y por las partes bajas le metieron la espada’. Lo cierto hasta donde es posible la afirmación es que los españoles arrojaron a la orilla del agua los cadáveres de Moctezuma y del noble Itzcuauhtzin, señor de Tlatelolco.

«Tristes y desoladas fueron sus exequias con la sola presencia de algunos de sus más allegados. El señor que cerca de 18 años había estado gobernando con mano firme, imponiéndose en muchos lugares de Mesoamérica, se había marchado a la Región de los Muertos. Tenía entonces 53 años… El último capítulo de la fascinante historia de Tenochtitlan llegó a su fin. Ahora, cuando se piensa y habla de Moctezuma II, dista mucho de haber consenso. Unos sostienen que fue supersticioso y débil y que, por eso, se perdió. Otros, que atienden a su grandeza, insisten en que ya es tiempo de revalorar su figura, la del hombre sabio y refinado que llevó a los mexicas a su apogeo pero al que un destino funesto abatió.» [4] Después de recogido el cuerpo del malogrado Tlatoani, cremaron el cadáver de Moctezuma en rápida ceremonia exenta de los ritos y ceremonial correspondiente. Tal imagen queda establecida en dos partes  en el Códice Florentino, Libro XII, folio 40v.: «Año 2-Pedernal. Fue cuando murió Motecuhzoma; también en el mismo tiempo murió el Tlacochcálcatl de Tlatelolco, Izcohuatzin.», informa escuetamente la “Visión de los vencidos” en sus páginas en su página 144. [5]

Bernal Díaz del Castillo en la ineludible, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, México [6]: «Viendo todo esto, acordó Cortés que el gran Moctezuma les hablase desde una azotea, y les dijese que cesasen las guerras, y que nos queríamos ir de su ciudad. Cuando al gran Moctezuma se lo fueron a decir de parte de Cortés, dicen que dijo con gran dolor: ‘¿Qué quiere ya de mí Malinche, que yo no deseo vivir ni oírle, pues en tal estado por su causa mi ventura me ha traído?’ Y no quiso venir, y aun dicen que dijo que ya no le quería ver ni oír a él ni a sus falsas palabras ni promesas y mentiras. Entonces el padre de la Merced y Cristóbal de Olíd fueron y le hablaron con mucho acato palabras muy amorosas, y dijo Moctezuma: ‘Yo tengo creído que no aprovecharé cosa ninguna para que cese la guerra, porque ya tienen alzado otro señor y se han propuesto no dejaros salir de aquí con vida; y así creo que todos vosotros habéis de morir’.

“Moctezuma se puso a un pretil de una azotea con muchos de nuestros soldados que le guardaban, y les comenzó a hablar con palabras muy amorosas que dejasen la guerra y que nos iríamos de México. Muchos principales y capitanes mexicanos bien le conocieron, y luego mandaron que callasen sus gentes y no tirasen varas, piedras ni flechas. Cuatro de ellos se llegaron en parte que Moctezuma les podía hablar, y ellos a él, y llorando le dijeron: ‘Hacemos saber que ya hemos levantado a un pariente vuestro por Señor’. Allí le nombró, que se decía Cuitláhuac, señor de lztapalapa. Y más dijeron que la guerra la habían de acabar, y que tenían prometido a sus ídolos no dejarla hasta que todos nosotros muriésemos. […]

”No bien hubieron acabado el razonamiento, cuando tiran tanta piedra y vara, que los nuestros que le arrodelaban, como vieron que entretanto que hablaba con ellos no daban guerra, se descuidaron un momento en rodearle de presto, y le dieron tres pedradas, una en la cabeza, otra en un brazo y otra en una pierna; y puesto que le rogaban que se curase y comiese y le decían sobre ello buenas palabras, no quiso, antes cuando no nos catamos vinieron a decir que era muerto.”

En la página 73 de la Revista Arqueología Mexicana número 98 cuyo tema es «Moctezuma Xocoyotzin. Gloria y ocaso del imperio mexica«, en el capítulo correspondiente a «Moctezuma II, imagen de un tlatoani» aparecen dos interesantes fotografías con el crédito debido a SINAFO con el pie de grabado que define su origen: «La Comisión Nacional formada en 1910 para celebrar el Centenario de la Independencia de México organizó el 16 de septiembre un desfile histórico en el cual se reprodujeron varias etapas de la historia de México, desde la llegada de los españoles hasta 1910. Moctezuma es llevado en andas por (el) Paseo de la Reforma.» En tanto que al triunfo del movimiento armado de La Revolución Mexicana, con fecha del 24 de abril de 1921 aparece el poema «Suave Patria» del poeta jerezano Ramón López Velarde que, no olvidemos colaboró en la redacción del «Plan de San Luis —Potosí, con fecha del 5 de octubre de 1910—» (su redacción básica fue en San Antonio Texas), que marca el tiempo final del poder de don Porfirio Díaz Mori, majestuosa obra que en su intermedio titulado «Cuauhtémoc» inicia con:

 

«Joven abuelo: escúchame loarte,

único héroe a la altura del arte…»

 

y recordemos que el último Uey Tlatoani ungido con el ritual debido fue Moctezuma II ya que las circunstancias no permitieron la celebración de los ritos correspondientes en el caso efímero de Cuitlahuac ni el de Cuauhtémoc, pero Moctezuma rezuma pasado porfiriano y es mejor dejarlo anublado por la representación de la nueva forma de ejercicio de la política nacional, el «joven abuelo» cuyo martirio pareciera mejor a las fuerzas triunfantes que añadir al santoral patrio el nombre del Tlatoani asesinado, con la desesperante omisión de otros muchos personajes que, en el momento histórico perdieron vida, posesiones y posición en la pesada  y despiadada administración mexica.

Tras casi quinientos años de vida basada en el pensamiento «occidental», los casi cien años de historia mexica poco de afín resulta para nuestra conciencia. Bajo la influencia cultural alimentada a diario, resulta menos arduo comprender la historia derivada de la Ilíada, la Odisea, la Eneida, la Comedia de Dante, El Paraíso Perdido de Milton que enfrascarnos en la comprensión de una compleja forma del pensamiento humano fundamentada en la Naturaleza con su polifacética e intrincada nomenclatura divina que regía la vida común y política de una sociedad en la cual, los seres —cuyos nombres nos cuesta harta dificultad pronunciar— no sólo estudiaban embobados y temerosos los actos de sus dioses sino que sus grupos en el poder, con sus intrigas, intereses particulares y una visión diferenciada y extrañamente diabólica para el profano buscaban, a más de mantener el poderío heredado, alcanzar con sus actos el beneplácito de Ometecuhtli y  Omecíhuatl, el señor y la señora de la dualidad: Ometeotl.

Poco esfuerzo dedicamos —y no importa el repetitivo discurso— por entender el otro fundamento de la sociedad actual surgida de la impactante realidad de dos formas diferenciadas del tiempo, la vida y la trascendencia. La atención somera al pasado americano solamente refuerza una parte de la entidad en detrimento del contrastante rostro oscurecido y minimizado de la compleja «naturaleza» manifiesta, en múltiples ocasiones, con el vergonzante e irreflexivo paternalismo que ya toma una adultez precaria en los casi quinientos años de cerrazón.

Para nuestra mentalidad contemporánea resulta incomprensible la actitud de un Uey Tlatoani inmerso en su visión mítica, mística y terrenal. Fácil es tildarle de cobarde, de entreguista cuando intentamos con poco afán entender la realidad impuesta a su responsabilidad y al sustrato de su ideología.

Para obtener un vislumbre somero de la mentalidad de aquellas sociedades, las encumbradas, las sojuzgadas con agobio a su economía local para cumplir los acuerdos tributarios correspondientes en especie y vidas, valdrá la pena repasar aunque sea de manera un tanto superficial la vasta bibliografía inserta al final de la citada «Visión de los vencidos» en sus páginas 207 a 219 y que en las foliadas 191 a 193 asienta: «Si se recuerda la interpretación místico-guerrera tan insistentemente inculcada entre los mexicas desde los tiempos de Tlacaélel, y en función de la cual había que someter a todos los pueblos al yugo de Huitzilopochtli, identificado con el Sol, para alimentarlo con la sangre de las víctimas, habrá que reconocerse la preponderante importancia de la guerra como institución cultural. La guerra se emprendía, como es obvio, por diversos motivos. Unas veces eran fines de conquista y otras se dirigía a repeler diversas formas de agresión. Por otra parte, las ‘guerras floridas’, concertadas periódicamente sobre todo con los señores tlaxcaltecas, tenían como fin hacer posible la obtención de víctimas para conservar con los sacrificios la vida del Sol… La guerra no podía iniciarse sin practicar antes una especie de ritual. Consistía éste en el envío de ciertos escudos, flechas y mantas a aquellos con los cuales se iba a luchar, haciéndoles saber por este medio que se apercibieran a la guerra. Precisamente este hecho explica la sorpresa de los mexicas al ser atacados súbitamente por los españoles, que residían en calidad de huéspedes dentro de su capital, sin que mediara un solo motivo que justificara la lucha y fuera enteramente de lo que cabría llamar el ritual preliminar de la guerra.»

Moteuhçoma II —a la vez su sociedad y su tiempo— merece un poco de juicio critico, el mismo que benevolentemente otorgamos a los héroes insertos en la tradición greco-romana a la cual somos tan afectos. Separarlo de los intereses políticos de los grupos políticos, aceptarle sus méritos y debilidades y aceptar su presencia pétrea olvidada y oculta en el viejo Bosque de Chapultepec junto a ese otro minimizado y vital personaje: Tlacaélel, más allá de la versión de Antonio Velasco Piña. Al respecto, en la página 42 de Arqueología Mexicana número 98, aparece una reproducción del dirigente: «11. Motecuhzoma II en los relieves de Chapultepec. Sabemos por las fuentes históricas del siglo XVI que desde la época de Motecuhzoma I los soberanos mexicas mandaron esculpir sus efigies en la base del cerro de Chapultepec. Aunque los relieves fueron severamente dañados en el siglo XVIII por órdenes del gobierno virreinal, subsisten suficientes vestigios como para distinguir que el personaje mejor conservado representa a Motecuhzoma II.», Antes de ésta, en la página 42 de la misma publicación aparece una bella imagen: «4. Motecuhzoma II, con atuendo sacerdotal, se sangra el pecho, los brazos y las piernas. Si bien es cierto que este monumento carece del glifo onomástico de Motecuhzoma II, tres fechas revelan que se trata de este soberano: 10 conejo (1502 d.C.), año de la entronización de Motecuhzoma II; 2 caña, año del Fuego Nuevo celebrado por él, y 1 venado, día en que nacían los niños nobles predestinados a convertirse en gobernantes. Bloque del Metro.» La primera con crédito correspondiente a Dolores Dahlhaus/RAÍCESy para la segunda, MNA. Marco Antonio Pacheco/RAÍCES. Con un mínimo esfuerzo continuo la presencia de todos ellos en la Historia les otorgará un trazado propio alejado del demoniaco dirigente timorato, encandilado y estúpido que aparece después de su derrota y muerte ominosa, imagen que ni sus contrarios defendían con tanto vigor como queda en nuestra acomplejada mentalidad, porque revisar los textos de sus contemporáneos aporta un rostro y un corazón diferentes al último dirigente tenochca, al vilipendiado Moteuhçoma (II)  Xocoyotzin.

Quedan estos dos párrafos insertos al final del capítulo IV de la Visión de los vencidos», extraídos a los Informantes de Sahagún, Códice Florentino, libro XII, capítulos VIII y XIX de la versión de Ángel María Garibay Kintana para compartir el caos mental del Uey Tlatoani tenochca: «La palabra de los encantadores con que habían trastornado su corazón, con que se lo habían desgarrado, se lo habían hecho estar como girando, se lo habían dejado lacio y decaído, lo tenía totalmente incierto e inseguro por saber (si podría ocultarse) allá donde se ha mencionado (en una cueva, en la Casa de Cintli).

«No hizo más que esperarlos. No hizo más que resolverlo en su corazón, no hizo más que resignarse; dominó finalmente su corazón, se recomió en su interior, lo dejó en disposición de ver y de admirar lo que habría de suceder.»

José Rubén Romero Galván del Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, en el último párrafo de su participación (Fray Bernardino de Sahagún y la Historia General de las Cosas de Nueva España) dentro del ciclo de conferencias (del 13 de abril al 20 de julio de 1999) cuya culminación quedó en el libro «Bernardino de Sahagún. Quinientos años de presencia» [7], sintetiza: «Los fines de la obra de fray Bernardino de Sahagún eran ambiciosos sin duda alguna. Servir a sus hermanos de Orden para mejor evangelizar, rescatar la mayor cantidad de conocimientos respecto de un mundo amenazado con su término, sentar las bases para la elaboración de un calepino (por extensión, diccionario políglota nombrado así con base al nombre propio de Ambrosio Calepino, fraile agustino 1440-1510, autor de un diccionario políglota), para servicio de quienes quisiesen aprender la lengua. No todos estos fines fueron alcanzados, al menos en lo inmediato. Sin embargo, los hombres de fines del siglo XX debemos a Sahagún, además de su obra capital (Historia General de las cosas de Nueva España) para el conocimiento de del pasado indígena, el ejemplo incuestionable que significa acercarse a una cultura distinta de la propia con ánimo de comprenderla. En este sentido, la obra sahaguniana es el feliz resultado de un juego de alteridades a través de las cuales se accede a la comprensión del otro.»

[1] Página 33 Arqueología Mexicana número 98. Moctezuma II. Gloria y ocaso del imperio mexica. (Textos tomados de María del Carmen Solanes y Enrique Vela, Atlas del México Prehispánico, especial núm. 5 de Arqueología Mexicana, julio de 2000.)

[2] En la página 37 de la «Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la Conquista.» Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades. Biblioteca del Estudiante Universitario.  Introducción, selección y notas: Miguel León Portilla. Versión de textos nahuas: Ángel Ma. Garibay K. México, 1989.

[3] Transcripción y corrección de Miguel Andúgar Miñarro a partir de: Bernal Díaz del  Castillo. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Tomo II. Madrid: Imprenta de Don Benito Cano, 1796.

[4]Miguel León Portilla. El ocaso de los dioses. Moctezuma II. Revista de Antropología Mexicana, número 98, páginas 61 a 66.

[5] Obra citada (ver nota 2).

[6] Bernal Díaz del Castillo. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, México, Editorial Pedro Robredo, 1939.

[7] Edición de Miguel León-Portilla para en Instituto de Investigaciones históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, en su Serie de Cultura Náhuatl (Monografías 25), con fecha del año 2002,

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