Momentos especiales

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Para el desarrollo de la “consciencia” en el ser humano ―en la forma de aceptación y elevación a la que Jacob Bronowski denominara “El ascenso del hombre”― punzan dos inquietantes consideraciones: el mito/símbolo del “Tormento de Sísifo” junto con la premisa de Friedrich Nietzsche del “Eterno retorno”.

En su novela “La insoportable levedad del ser[1] Milan Kundera propaga el conflicto irresoluble para el lector común: “La idea del eterno retorno es misteriosa y con ella Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos: ¡pensar que alguna vez haya de repetirse todo tal como lo hemos vivido ya, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito! ¿Qué quiere decir este mito demencial? Así, el checoslovaco asienta los dos extremos: el ¡sí! , lo mismo o peor que el ¡no!

«El mito del eterno retorno viene a decir, per negationem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan. No es necesario que los tengamos en cuenta, igual que una guerra entre dos Estados africanos en el siglo catorce que no cambió en nada la faz de la tierra, aunque en ella murieran, en medio de indecibles padecimientos, trescientos mil negros.

«¿Cambia en algo la guerra entre dos Estados africanos si se repite incontables veces en eterno retorno?

«Cambia: se convierte en un bloque que sobresale y perdura, y su estupidez seria irreparable.

«Si la Revolución francesa tuviera que repetirse eternamente, la historiografía francesa estaría menos orgullosa de Robespierre. Pero dado que habla de algo que ya no volverá a ocurrir, los años sangrientos se convierten en meras palabras, en teorías, en discusiones, se vuelven más ligeros que una pluma, no dan miedo. Hay una diferencia infinita entre el Robespierre que apareció sólo una vez en la historia y un Robespierre que volvería eternamente a cortarle la cabeza a los franceses.

«Digamos, por tanto, que la idea del eterno retorno significa cierta perspectiva desde la cual las cosas aparecen de un modo distinto a como las conocemos: aparece sin las circunstancia atenuante de su fugacidad. Esta circunstancia atenuante es la que nos impide pronunciar condena alguna. ¿Cómo es posible condenar algo fugaz? El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia; todo, incluida la guillotina.

«… Esta reconciliación… demuestra la profunda perversión moral que va unida a un mundo basado esencialmente en la inexistencia del retorno, porque en este mundo todo está perdonado de antemano y, por tanto, todo cínicamente permitido…»[2]

Al final de las leves páginas, uno ya no es el mismo y queda inmerso en la misma interrogante formulada por Parménides en el siglo VI a.C.: «… A su juicio todo el mundo estaba dividido en principios contradictorios: luz-oscuridad; sutil-tosco; calor-frio; ser, no ser. Uno de los polos de la contradicción era, según él, positivo (la luz, el calor, lo fino, el ser), el otro negativo. Semejante división entre polos positivos y negativos puede parecernos puerilmente simple. Con una excepción: ¿Qué es lo positivo, el peso o la levedad?

«Parménides respondido: la levedad es positiva, el peso es negativo.

«¿Tenía razón o no? Es una incógnita. Solo una cosa es segura: la contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equivoca de todas las contradicciones.”

Finalmente, sin respuesta y la pregunta bullente, queda uno como Tomás: “… de pie junto a la ventana… mirando a través del patio… sin saber que hacer…»

«El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive solo una vez y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores.»[3]

¿Y si pudiera corregir algún acto, algún error en la vida, cuánto modificaría tal decisión el resto de la existencia, la consciencia propia y ajena? ¿Sería este “yo” el mismo? Corregir cualquier acto reprensible de su pasado ¿borraría los pasos hacia la corrección surgido en el arrepentimiento, al entender el daño probado y fatídico para el resto de ambas ―o incontables― vidas? Inclusive, los actos menores, insignificantes, no entrar al sanitario ¿le llevarían hacia la existencia de un “otro yo” inconmensurable por la serie de transformaciones surgidas en la elección de una oportunidad diferente a la asumida? El arrepentimiento viene, permanece, lacera sin que la tranquilidad ―aun con el perdón manifiesto e inútil que poco aporta―, sea inicio del olvido ¿cuánto más durará este vacío, esta pena en rededor de un arrepentimiento por actividad, por omisión? Liberarse de aquella acumulación de bacilos, bacterias, microbios… deglutir un mendrugo de más, abandonar un sorbo en la copa… acercarse a lo pecaminoso o forzar la beatitud… colocarse el suéter azul en vez del rojo elegido inicialmente… la mentira comprensible, la verdad aborrecible… ¿mejor el silencio a expresar la opinión?

Enlodamos sin reflexión el hermético “Yo Soy el que Soy” surgido de entre la zarza ardiente; en nuestra vida diaria aparece lejano ―bajo un velo de olvido o conveniente omisión― el principio creador propuesto por el visionario Zarathustra/Zoroastro/Zōroastrës con su complejo principio dual. “El hombre es la medida de todas las cosas”, discurría Protágoras; “Yo soy Yo” surgió en voz de Johann Gottlieb Fichte; “El hombre no es hijo de las circunstancias. Las circunstancias son hijas del hombre[4], Benjamin Disraeli; y germinó la palabra de José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.”[5]

Todo está en mínima contradicción y en nutricia fortaleza. ¿Cuál elegir hoy? En lo accidentado del tiempo, de lugar, del modo/situación y los hechos relacionados ¿nos rendiremos hoy, mañana, siempre?

¿Ser o no estar? El eterno retorno lleva el germen de la inacción ¿para qué esforzarme en el aporte si todo será igual? A menos de que el retorno resulte una espiral ascendente…

Notas:
[1] Milan Kundera. La insoportable levedad del ser. RBA Editores, S. A. 1993. Traducción de Fernando de Valenzuela.
[2] Ídem, páginas 7, 8 y 9,
[3] Ibídem.
[4] frasesypensamientos.com.ar Visitado el 30 de diciembre del 2019.
[5] José Ortega y Gasset. Meditaciones de don Quijote. España. Revista de Occidente, p.p. 25-34. Reproducido por Adriana de Teresa y Romeo Tello. Lengua Española. Segunda edición, paginas 173-175. McGraw-Hill Interamericana, México. 2004.

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