La Gran Dama del Manto Blanco hendió con fuerza la capa helada para extraer una gruesa laja de piedra negra. La pulió cuidadosamente con sus manos hasta formar un ovo grande y uno pequeño. Tomó de las nubes y la nieve la blancura para empastar el frente de la figurilla a la cual añadió el brillo de dos luceros con el color del amanecer en el norte. Terminado el modelo lo multiplico por cientos y así surgió la bella y multiplicada colonia de creaturas emplumadas.
Con el nuevo amanecer en el Valle y sus oquedades, La gran Dama del Manto Blanco sonrió satisfecha: los pingüinos eran ya parte de la Vida.
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