Cabellera al aire

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Ahora estás bajo la luz de la luna fiel de todos los soñantes, caballero inescrutable; aparejado, bendecido con siglos de rememorar tus incontables batallas, gozaste a distancia de una caricia, la mirada de unos ojos, de la sonrisa motivante, de un susurro hermanado al aliento y al tono de una voz que nombró una a una las partes, el olor y tersura en el color y calor de una piel que con paciencia te enseñaste a compartir; le impusiste un nombre  para transformarla en acertijo a tu gusto y hacerla única, para que fuera sólo ella: ella por siempre.

Supiste de las noches frías en solitario y el cálido balbuceo al cerrar los ojos; comiste el queso y el pan fraternal, bebiste con deleite la memoria vital del vino junto al murmullo fresco y vivificante del rio. Por vocación, tu rostro en la penuria adquirió la tristeza con imagen de veta enrojecida al vigor del sol del mediodía aprisionado en tus pupilas, tu voz carrasposa identificada con la jocosidad es en realidad un mandoble de penetrar sutil, dolor que destroza paulatinamente el verbo corrompido.

Forcejeas con las sombras que te desarman cuando desnudas la impostura; tu dolor escuece profundamente, llora lo interno cuando el rostro sonríe. Tu mundo es abierto, así entre rocas como en el reducido universo de una jaula de maderos. Narrar tu paso en nuestras vidas exige sonido de laúd y luz cenital, tu gesta necesita otra mirada para ser heroica y otro aliento a fin de continuar, de ser.

Complejamente sencillo te confunden con un simple: terco divino; todo necio te arrastra a la miseria, tu luminosa labia logra la exasperación humana rebajada, terriblemente visceral. Eres el que todos desean ver en la enorme dificultad de ser; el ser develado, la trascendental entelequia yacente en el duermevela y en la materia de la poesía; anhelo adherido a una osamenta lejana a la simpleza. Tu historia va y viene en singular, instantes que son el momento omitido en nuestra historia, caballero que recorres los campos y villas que tanto te extrañan. Hoy al recordarte va este trozo de queso, este pan bendito, esta copa de vino que nos deja un rubor en las mejillas y un ¡salud! Impostergable. ¿Eres tú el desechado o soy el que perdió toda semejanza? Mira aquí, bajo el pellejo al sosia enquistado al que maquillamos para evadir el pulso del que pugna por brotar de entre los poros, al que con un parpadeo nervioso le negamos la luz, un pan, un trozo de queso, y la memoria vital del vino junto a la frescura y vivificante murmullo del rio, hombre de vidrio, luz trasnochada. Revelación, metáfora ideal… invitas a subir con alas poderosas ―demonio imposible―, entidad fantasmal distante al “yo”. Levanto el rostro por ti porque donde hubo lucha no hay derrota, porque con una lanzada desechas los adjetivos y dignificas el verbo. El esfuerzo me falla tras tu cabalgar en Clavileño y al mirarte cercano, desesperadamente te perdemos entre dos espejos.

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