Un pésimo manejo de la comunicación social del gobierno federal en materia de precios de las gasolinas y diésel, llevó a que, por tercer día consecutivo, grupos sociales y de organismos político-sociales expresaran su inconformidad en varios puntos del territorio nacional, mediante marchas, toma de carreteras y gasolineras y algunas otras modalidades de rechazo a ese aumento, que muestran la irritación ciudadana por el llamado gasolinazo.

Cualquiera que haya visitado Europa hace unas cuatro o cinco décadas conocería que en el Viejo Continente el automóvil tiene un fin muy específico: ser parte de las herramientas del trabajo. Así se concibe y se lleva a la práctica.

Por ello, era (y sigue siendo) una realidad ver a altos ejecutivos y funcionarios viajar en transporte público. Aunque tengan auto, éste cumple funciones específicas, generalmente para utilizarse los fines de semana en la convivencia familiar o para desarrollar algunas actividades cotidianas.

Algo similar acontecía en México por esas épocas. Sólo la gente pudiente económicamente podía comprar y mantener un auto. Era sinónimo de riqueza manifiesta.

De pronto, el auto se hizo popular. Bastaba con tener un empleo, aunque fuera de un nivel medio, para poder acceder a su compra.

Los jóvenes, al ingresar a su primer empleo, tenían en mente, en su mayoría, comprarlo, porque les daba un nuevo estatus social. El auto dejó de ser instrumento de trabajo para convertirse en aditamento de lujo en la escala social.

Cuando México se abrió al mundo, aparecieron los denominados “autos chocolates”, obtenidos en Estados Unidos, que era posible obtener a un costo sumamente bajo (su precio promediaba 2,000 ó 3,000 pesos) y si se tenía contacto con algún funcionario o líder campesino era posible adquirir un permiso de importación hasta por menos de mil pesos, equivalentes a unos 20 ó 50 dólares de ese tiempo.

Al popularizarse los autos con la instalación de armadoras en México, se idearon dos tipos de fabricación: los de venta nacional, que no pasan toda la normatividad de seguridad internacional y los dedicados a la exportación que sí la cumplen, según han expuesto especialistas en esta materia.

Consecuentemente, los precios de los autos para el comercio nacional son más económicos frente a los dedicados al mercado internacional.

El auto se convirtió en el Rey del Asfalto, hecho que ha venido siendo expuesto por diversos sectores sociales en los últimos años hasta colocarlo en el centro del debate urbano, el año pasado.

Los gobiernos federal y estatales han buscado varias medidas para desestimular su uso particular, en beneficio de un medio ambiente más sano. Casi todas han fracasado o, al menos, no han rendido el efecto esperado.

Una de esas últimas medidas sería el aumento al precio de las gasolinas, aunque debió haberse realizado en forma más inteligente para evitar su generalización que trae, como consecuencia, un fuerte impacto a los productos y bienes de uso común.

No fue así. Las consecuencias están a la vista; ahora, no existe todavía una comunicación clara y explícita que clarifique la decisión.

Además, se dio en momentos cuando tanto los gobiernos de todo tipo, como legisladores y políticos, se encuentran envueltos en un alto nivel de descrédito social por la desmedida codicia económica, sea mediante los sueldos millonarios que cobran o las corruptelas que, día con día, se conocen, gracias a la apertura de las redes sociales.

Así las cosas, el gasolinazo sólo fue la mecha que prendió la hoguera y que justifica la irritación social que se vive en el país y que amenaza con desbordarse aún más en los siguientes días.

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