La Ciudad de México es una de las mayores concentraciones urbanas del planeta. Al igual que Madrid, fundada por Ocno, tras un sueño que tuvo, inspirado por Apolo, y Roma, cuyo origen fue la presencia de dos lobos huérfanos amamantados por una leona, así también la vieja Tenochtitlán (ahora Ciudad de México), su creación está envuelta en un mito que carece de fundamentos históricos reales, pero que formó una conciencia social que la vuelve historia, según la apreciación de Oswald Spengler, para quien no importan los hechos reales, sino su significado en la conciencia de un pueblo.

En La Decadencia de Occidente, su obra cumbre, Spengler expone que los hechos son sólo datos, indicios, síntomas en que aparece la realidad histórica. Esta no es ninguno de ellos y, por lo mismo, es fuente de todos. Más aún: qué hechos acontezcan depende, en parte, del azar.

Bien. Es la historia de la fundación de todas las ciudades antiguas, donde prevalecen ideas generales: Son eminentemente teocráticas, están al final de un peregrinaje y su esencia natural es la guerra contra los pueblos que les antecedieron hasta levantarse sobre ellos y formar su propio imperio.

En el caso de la Ciudad de México, un grupo de indígenas nahuas partieron de un lugar llamado Aztlán que nadie ha ubicado exactamente, pero que se entiende se encontraba en las parte central del territorio mexicano. De Aztlán partieron, en obediencia a la voz de su dios Huitzilopochtli, quien les ordenó asentarse donde encontraran un águila con las alas abiertas, en señal de lanzar el vuelo, parada sobre una roca y devorando una serpiente.

Ese lugar lo hallaron en un islote de uno de los lagos del Valle de México. Este pedazo de tierra medía aproximadamente entre 9 a 12 kilómetros cuadrados. Ahí fundaron su ciudad el 13 de marzo (la fecha no es necesariamente exacta; otros autores discrepan del día) de 1325. Cuando este grupo indígena llegó ya habían otros pueblos que les habían antecedido por lo que se lanzaron a conquistarlos.

A Huitzilopochtli también lo llamaban Mexihtli y como el lago donde estaba la roca con el águila y la serpiente tenía algún parecido con la media luna, los nahuas llamaron a ese lugar Mexihtli que significa: En el ombligo de la Luna, de Metztli (luna); xictli (ombligo) y co (lugar). Alguno autores discrepan de esta interpretación y prefieren darle el significado de lugar de las tunas, proveniente de Mexihtl, uno de los nombres con que se conocía a Huitzilopochtli su dios-guía; Co, locativo; Tetl, piedra; Nochtli, tuna (fruto del nopal), y Tlan, lugar de.

Sea cual fuere el significado de Tenochtitlán, lo cierto es que ese islote de entre 9 a 12 kilómetros cuadrados y con una población pequeña, suficiente para asentarse en esa breve extensión de tierra, actualmente mide 1,450 kilómetros cuadrados y tiene una población (incluida su zona metropolitana) de unos 30 millones de habitantes, equivalentes a la cuarta parte de la población total de México.

Al ubicarse en un suelo cienagoso y con un crecimiento horizontal, desde mediados del siglo pasado, la ciudad arrasa con bosques, selvas, cerros y todo lo que a su paso se interpone. Su expansión inicial fue hacia el norte y poniente, punto cardinales importantes porque en el primero se construyeron fábricas que requirieron mano de obra y, en el segundo, se levantaron mansiones para las clases económicamente poderosas; el oriente se reservó para las clases populares que lo convirtieron en “ciudades dormitorios”, y el sur se mantuvo como contención a la plancha de asfalto, hasta que en las últimas décadas también cedió a la explosión demográfica.

Este inmenso conglomerado, que incluye a las 16 Delegaciones Político Administrativas que muy pronto se convertirán en municipios, de la Ciudad de México, 29 municipios de su vecino Estado de México y tres de su otro vecino: el Estado de Hidalgo, plantea todo un reto administrativo, pero, sobre todo, de prevención de desastres naturales.

Ya ha habido pasajes (algunos anuales; otros, esporádicos, pero ambos con síntomas catastróficos) que han alertado a las autoridades sobre una política real de prevención, máxime ahora que en unas cuantas semanas iniciará el régimen pluvial anual, cuyas fechas simbólicas son el 15 de mayo y el 1 de junio, cuando comienza la temporada de ciclones por el Pacífico y el Atlántico, respectivamente.

Hace apenas cinco meses que terminó la reunión internacional sobre Nueva Agenda Urbana, resultante de la Conferencia Hábitat III, celebrada en Quito, Ecuador, y todo indicaría que tales recomendaciones sirvieron de muy poco. Al menos, eso es lo que se aprecia en Perú, cuya parte septentrional ha sufrido los embates del fenómeno El Niño que se ha abatido sobre poblados y asentamientos humanos de esa región andina.

Esos acontecimientos son una llamada de atención para gobiernos y poblaciones, no sólo de América Latina, sino de otras regiones del mundo que, año tras año, enfrentan situaciones similares en las que los planes y programas de prevención se ven superados por esos hechos naturales.

En el caso de México, la Secretaría de Desarrollo Agrario (Sedatu) ha venido insistiendo en la conformación de una nueva visión de las ciudades mexicanas, pero muy poco se ha hecho, máxime que el país está a escasos 15 meses de celebrar comicios federales para la elección de nueva administración y, como siempre, las ambiciones políticas se colocan por encima de los intereses ciudadanos, por lo que la Sedatu tendrá muy poco que hacer en lo que resta de la presenta administración publica federal, a no ser administrar los problemas.

México se encuentra en una situación harto vulnerable. Por el oriente lo azotan los ciclones que llegan del Atlántico y Golfo de México, por el occidente, los del Pacífico, y más de la mitad de su territorio es desierto o semidesierto que, al igual que Perú y, de hecho, la mayor pare de los países latinoamericanos, requieren de medidas preventivas más allá de los cambios de gobiernos respectivos y de las pasiones político-electorales que siempre desbordan a las administraciones de gobierno.

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