En “Crítica de la razón pura”, Imanuel Kant, el gran filósofo alemán, conocido por su pensamiento racional, que exponía que “el entendimiento podría conocer la realidad construyendo sistemas a partir de sus propias categorías sin recurrir a la experiencia”, tuvo que reconocer su equivocación cuando conoció a los ingleses John Locke, George Berkeley y David Hume.

Para estos empíricos de la escuela escocesa, en especial para Hume, “la experiencia es el origen y el límite de nuestros conocimientos”.

Por lo cual, en un acto de humildad intelectual, Kant dijo: «Hume me despertó de mi sueño dogmático» y, a partir de allí, reconstruyó su pensamiento intelectual que dio vida la Europa del Siglo XIX y que ha trascendido hasta nuestros días.

Algo parecido a este despertar del sueño dogmático de Kant acontece ahora con la asunción de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos y su relación con varios países, especialmente latinoamericanos.

Los gobiernos de las naciones ubicadas al sur del Río Bravo, igualmente, despertaron de su sueño dogmático en el que vivieron durante las últimas décadas, en especial en cuanto a sus políticas de empleos y bienestar social para sus ciudadanos.

Resulta que algunas veces, esos gobiernos se despreocuparon en promover políticas de empleo en sus respectivos países, sabedores que, vía las migraciones hacia el norte, la Unión Americana satisfaría las demandas que ellos no podían o no querían impulsar en sus propias comunidades.

Las migraciones son un fenómeno universal que se recrudeció a finales del siglo pasado y principios del actual por diversas razones que van desde las guerras intestinas hasta los desplazamientos por cuestiones ambientales, de las cuales los organismos internacionales han informado con toda puntualidad.

Una de esas razones de los movimientos migratorios tiene que ver con el deseo de superación de la pobreza y nivel de vida de millones de ciudadanos que no encuentran en su país de origen la solución económica ni social para superar sus problemas diarios.

El caso de México es ilustrativo. El actual salario mínimo diario es de 80 pesos (un aproximado de 4 dólares) contrasta enormemente con lo devengado en suelo norteamericano donde el salario por hora promedia entre los 6 a los 9 dólares que sumaría en una jornada de 8 horas entre 960 a mil 080 pesos diarios.

La diferencia es inmensa y explica la razón por la cual miles de los mexicanos ven como única tablita de salvación aventurarse a irse a trabajar a Estados Unidos, muchas veces, incluso pasan de “mojados” (término con el que identifican a quienes atraviesan la frontera a nado sobre el Río Bravo).

Con su más o su menos es la misma situación que enfrentan los países centroamericanos y, en menor medida, los sudamericanos, a lo que se han sumado en las últimas fechas, africanos, caribeños y de Europa Oriental.

De nacionalismo a nacionalismo
Una lectura puntual al discurso de Trump expuesto en la toma de posesión de la Casa Blanca, no deja duda alguna: es totalmente nacionalista, pero esta visión no es diferente a la que, al menos en palabras, abanderan también los mandatarios latinoamericanos.

En el caso de México es más que evidente. Durante casi un siglo, el discurso de los políticos en campaña o de gobierno fue la del “nacionalismo evolucionario”, surgido de su Constitución Política de 1910, que tuvo momentos hasta de arenga épica, como cuando el presidente Luis Echeverría (1970/1976) insistía en “que sólo los caminos se queden sin sembrar”, como forma de incentivar la producción de alimentos en el país para lograr la autosuficiencia alimentaria.

Es más, la doctrina de política exterior mexicana respalda, abiertamente, la Libre autodeterminación de los pueblos, por lo que si los norteamericanos votaron a favor de Trump, conociendo su proyecto de gobierno expuesto durante su campaña gubernamental, sería total responsabilidad de ellos el futuro de su país, al menos, durante los próximos cuatro años.

El respeto al derecho ajeno es un principio de Juárez (Benito), uno de los santones de la política mexicana y, en consecuencia, compete a los propios pueblos darse el gobierno que deseen, principio indiscutible de la democracia, además.

Curiosamente, los mismos críticos de Trump proponen similar política económica en sus respectivos países: nacionalismo a ultranza, lo que, a final de cuentas, no hará más que reforzar la política interna del mandatario norteamericano.

Incluso, Andrés Manuel López Obrador, creador y dirigente del partido político Movimiento Regeneración Nacional (Morena), quien es una referencia obligada de quienes están en contra de la actual política económica nacional, promueve el nacionalismo como forma de enfrentar a Trump y abrir la minería totalmente a los canadienses, hecho que ha sido criticado por analistas como Agustín Avila, quien ha sido un constante crítico de las actividades extractivas canadienses que operan en México por la devastación que dejan al medio ambiente, los bajos sueldos que pagan y la serie de corruptelas que se han presentado en la operación de estas actividades en suelo mexicano.

Nacionalismo vs globalización
El devenir histórico de la humanidad muestra un desarrollo pendular en materia económica. Pareciera ser la expresión exacta del eterno retorno. Las crónicas están llenas de etapa de cierres de fronteras al desarrollo económico social con expresiones de mercado abierto y sin fronteras.

En estos momentos prevalece la economía abierta y sin restricciones, a tal grado que una de las conclusiones a que llegó el Foro Mundial de Davos, en su reunión de este año, clausurada precisamente el pasado viernes, apuesta por mantener la política económica de fronteras abiertas contra los nacionalismo tipo Trump.

Expertos en finanzas y economía del mundo mostraron preocupación y alertaron sobre el peligro que supondrían las políticas proteccionistas que dejó entrever el presidente de Estados Unidos Donald Trump durante su contienda electoral.

La directora ejecutiva del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, mencionó que a previsión de crecimiento de este año en Estados Unidos, fue revisada al alza por la reforma fiscal prevista y el paquete de estímulo económico. “Lo que no está del todo claro es cómo este estímulo fiscal se va a combinar con medidas comerciales que tendrán en su mayoría un impacto negativo”, agregó.

La globalización y los países en desarrollo
Un interesante estudio del Colegio Pañarredonda, de La Coruña, España, publicado en 2001, expone ampliamente la importancia de la globalización y su impacto en el mundo, en especial en los países en desarrollo.

“Ahora se habla mucho de globalización. Unos para elogiarla entusiásticamente; otros para criticarla fuertemente. Al oír estos alegatos, podría pensarse que se trata de una ideología, una manera de pensar a la que unos se adhieren y de la que otros reniegan. Sin embargo, la globalización no es más que un proceso económico-financiero que viene desarrollándose, con altos y bajos, desde hace bastantes años. Y este proceso, como la inmensa mayoría de los hechos económicos, desde el punto de vista moral, es neutro; sin embargo, puede producir efectos positivos o negativos, éticamente deseables o éticamente rechazables. Dependerá de la manera como lo utilicen las personas y las instituciones que intervengan en el proceso, es decir, dependerá del sistema ético-cultural al que los agentes se hallan vinculados y del sistema político-jurisdiccional en el que el proceso se halle enmarcado”, indica.

Explica que, a lo largo de la historia se han dado varias formas de globalización. “Las causas de la ‘primera’ globalización, la que tuvo lugar entre 1850 y 1914, hay que buscarlas, al igual que sucede ahora, por una parte, en las políticas de apertura practicadas por los gobiernos de los distintos países, que supusieron una fuerte reducción de las barreras arancelarias, y, por otra parte, en la aparición de nuevas tecnologías que produjeron una importante reducción del tiempo y del coste del transporte. Esta globalización de la economía en la segunda mitad del siglo XIX y en las primeras décadas del XX, acompañada de la libertad de movimientos de capital, se tradujo en un gran desarrollo del libre comercio y un fuerte movimiento migratorio, favorecido por la inexistencia en aquel entonces de controles gubernamentales a la inmigración”.

Agrega que “como botones de muestra de una y otra cosa, baste decir, por un lado, que entre 1870 y 1913, el crecimiento del comercio mundial (3.5%) superó ampliamente al del producto real (2.7%), con una muy elevada participación en el PIB de la suma de exportaciones e importaciones. Y, por otro lado, que entre 1850 y 1914, sesenta millones de personas emigraron de Europa a América, de forma que la fuerza laboral en el Nuevo Mundo creció en un 49%, mientras que en el Viejo Continente se redujo en un 22%. El resultado fue que en Europa, ante la escasez de mano de obra, los salarios subieron al tiempo que en los países emergentes, el aumento de la productividad permitió también un aumento de los salarios reales”.

Sostiene que, de acuerdo a lo anterior, “hay que concluir pues que, desde el punto de vista social, la primera globalización produjo resultados satisfactorios. Desgraciadamente, a partir de 1914 y hasta 1950, esa tendencia favorable se vio truncada por la destrucción del sistema económico y financiero internacional a causa de las dos guerras mundiales; por la desaparición del patrón oro; por la adopción de medidas proteccionistas, sobre todo arancelarias, por parte de los gobiernos; y por la implantación de severas restricciones a los flujos transfronterizos y a la libre circulación de personas. Todo ello hizo que la globalización quedase frenada”.

La “segunda” globalización
A partir de 1945 y, especialmente desde 1950, las cosas empezaron a cambiar para caminar de nuevo, en lo que se refiere a la apertura de fronteras, hacia lo que había sido antes de 1914. Por otra parte, desmantelado en 1973 el sistema de Bretton Woods, para dar paso a un régimen de tipos de cambio flotantes, se revitalizó el mercado de capitales y se favoreció la supresión progresiva de los controles de cambio. De esta forma, quedaban sentadas las bases para la aparición de un nuevo proceso de globalización que, efectivamente, tiene lugar en forma paulatina desde hace 50 años y que actualmente se acelera a consecuencia, sobre todo, de los nuevos avances tecnológicos, ahora en el campo de la comunicación y la información, lo que permite la apertura de nuevas vías para la organización de las empresas a escala mundial, con mayor eficiencia e integración internacional. Esta característica, cuyo “paradigma” es internet, es la que hace decir que nos hallamos en puertas de una “nueva economía global”.

Los efectos de la globalización
En un análisis, el estudio sostiene que ante “los factores de la globalización, procede ahora preguntarse si los efectos del fenómeno han sido y, previsiblemente, serán beneficiosos para las comunidades afectadas y, en definitiva, para las personas individuales que las integran o, por el contrario, éstas resultarán perjudicadas en su dignidad y en su nivel de bienestar material y espiritual.

Son muchos, aunque no sé si los más competentes, los que piensan que la globalización ha sido la causante del aumento de la pobreza en el mundo y del ensanchamiento de la distancia relativa entre países ricos y países pobres. Para aceptar o rechazar esta opinión es necesario, en primer lugar, elegir adecuados indicadores del nivel de riqueza o pobreza, a fin de que, vista su evolución a lo largo de los procesos de globalización, podamos asentar algunas conclusiones, sin olvidar que en este caso, como en tantos otros, la coexistencia de dos hechos no implica que el uno sea causa del otro”.

La globalización y el crecimiento económico
Referente a los beneficios o daños de la globalización, el estudio subraya que “En esta línea de búsqueda de indicadores, parece que debemos aceptar que la mejora del bienestar material depende del crecimiento económico. Por lo tanto procede, ante todo, averiguar si existe alguna relación entre globalización y crecimiento.

La globalización comercial. En cuanto al comercio, la mayoría de estos estudios encuentran una correlación positiva entre el crecimiento del comercio internacional y el crecimiento del PIB y, aunque hay diferencias entre los autores, ningún economista mantiene hoy que la protección frente al comercio exterior sea buena para el crecimiento; y todos los de mayor reputación se manifiestan claramente a favor de la apertura externa. Es decir, la globalización comercial favorece el crecimiento. En apoyo de la misma convicción, la Organización Mundial del Comercio (OMC) argumenta que toda barrera al comercio internacional aumenta los precios de las importaciones y los costos de producción nacional, restringe la capacidad de elección del consumidor y reduce la calidad. Dichas barreras actúan como un impuesto y, por lo tanto, su eliminación equivale a una reducción de impuestos, con el consiguiente aumento de la renta disponible de los consumidores.

La globalización financiera. En cuanto a la globalización financiera y su impacto sobre el crecimiento, la mayoría de los trabajos empíricos muestran una relación positiva entre el crecimiento y las entradas de capital y la liberalización de los mercados financieros mundiales. Aunque las conclusiones extraídas de los diversos trabajos, en términos cuantitativos, difieren, no parece desacertado aceptar que pasar de un sistema financiero cerrado a otro totalmente abierto puede suponer aumentos de la tasa de crecimiento económico de entre 1.3 y 1.6 puntos porcentuales anuales.

Para concluir estas consideraciones en relación con el impacto de la globalización comercial y financiera sobre el crecimiento económico, me parece oportuno aportar un texto de Jeffrey Sachs (1997) citado por Guillermo de la Dehesa en su reciente libro Comprender la globalización. Dice: “El capitalismo global es seguramente el arreglo institucional más prometedor para la prosperidad mundial que haya visto la historia. Pero el mundo va a necesitar sabiduría y fuerza para explotar sus beneficios potenciales, y para ello debe liderar un sistema abierto basado en reglas estables sobre la base de principios que sean mundialmente aceptados”.

La apelación de Jeffrey Sachs a la sabiduría, recuerda las palabras que Juan Pablo II pronunciaba el 1 de mayo de 2000, en Tor Vergata, afirmando que “la globalización es hoy un fenómeno presente en todos los ámbitos de la vida humana, pero es un fenómeno que hay que gestionar con sabiduría. Es preciso globalizar la solidaridad”.

En efecto, solidaridad y subsidiariedad, los dos grandes principios de la Doctrina Social de la Iglesia, tienen mucho que aportar a un tratamiento de la globalización que tenga en cuenta las exigencias de las personas… Ahora nos interesa avanzar en el análisis de la globalización, pasando del crecimiento económico, que acabamos de estudiar, al impacto de la globalización sobre la renta per cápita, como principal indicador del bienestar material.

La globalización y la renta per cápita
“Ciñéndome =dice el autor=, de momento, a los países desarrollados, la experiencia histórica demuestra que en los períodos de globalización el crecimiento del PIB per cápita ha sido más elevado que en los períodos de proteccionismo. En dichos países, de 1820 a 1870, el crecimiento del PIB per cápita medio anual fue del 0.9 por ciento. Entre 1870 y 1913, la primera globalización lo subió al 1.4 por ciento. Entre 1914 y 1950 cayó al 1.2 por ciento, y entre 1950 y 2000 ha vuelto a subir, alcanzando el 3 por ciento.

Esto hablando sólo de los países industrializados. Pero, ¿qué ha sucedido en el conjunto de los países, incluyendo los del Tercer Mundo? A grandes rasgos puede decirse que en 1850, antes de que empezase el primer proceso de globalización, la diferencia de renta per cápita entre los países más ricos y los más pobres, de los que había estadísticas, era de 4 a 1. Al final del proceso de globalización, en 1913, dicha diferencia había aumentado y era de 10 a 1.

Durante los 50 años de la segunda globalización ha habido una cierta convergencia de rentas per cápita entre los países ricos y algunos intermedios, y otra convergencia a niveles de renta más bajos entre los países en desarrollo menos avanzados. Es como si hubiese dos estados estables a dos niveles diferentes, uno para los países más ricos y de renta media-alta, y otro para los de renta media-baja y baja. Pero, el hecho es que la diferencia de renta por habitante entre los países más ricos y los más pobres se ha ensanchado de nuevo en este segundo proceso de globalización.

La globalización y la pobreza
Otros datos interesantes que arrojan el estudio son los referentes a la pobreza y el papel que ha jugado la globalización.

Esto dice: “Ante este hecho, que afecta a las personas de los países más pobres, estancados en su pobreza, la pregunta es: ¿Tiene la culpa la globalización de lo sucedido? Mi respuesta es francamente negativa. La globalización es un proceso, entre otras cosas imparable, que está produciendo resultados favorables para todos los países que participan en él. No sólo para los países avanzados, sino también para los países en desarrollo. La integración de las economías de los distintos países ha estimulado las altas tasas de crecimiento económico, ha aumentado el empleo, ha ayudado a disminuir el número de personas que se encuentran por debajo del umbral absoluto de pobreza y ha promovido sustanciales mejoras en el bienestar social. Y los más beneficiados han sido aquellos países que se están integrando más rápidamente en la economía mundial.

Sin embargo, este panorama positivo no debe ocultar el problema de aquellos países que viven estancados en su pobreza no por culpa de la globalización sino, exactamente al contrario, por no haber podido participar en la globalización, perdiendo así las ventajas que el proceso integrador proporciona”.

La apertura de mercados
Otro capitulo ilustrativo es el referente a la apertura de los mercados. Esto dice el estudio citado:

“El otro camino para cooperar eficientemente al desarrollo de los países atrasados es la apertura de los mercados de los países industrializados a las exportaciones de los productos en los que los países pobres gozan de ventajas competitivas. Esta no es tarea fácil ya que tropieza con los intereses de los grupos de presión de los países desarrollados que pretenden protegerse de la competencia de los países pobres, poniendo vallas a la importación de sus productos. Y tropieza, sobre todo, con la hipocresía de los gobiernos y de las organizaciones sindicales que, escudándose en razones de incumplimiento de las normas sobre trabajo infantil, horarios laborales y demás reglamentaciones, legislan a favor de las exigencias de los grupos industriales, comerciales o agrícolas cuyos votos quieren conservar. De esta forma, olvidando que, por ejemplo, los niños de estos países lo que necesitan es sobrevivir, alfabetizarse y poder acceder a una mayor formación, con la pretensión de protegerles contra la explotación infantil, lo que hacen los países desarrollados es perpetuarles en la miseria, aunque luego, para justificarse, harán como que la remedian con dádivas en dinero o alimentos.

Trabajo de los niños y explotación infantil.- Por otra parte, hay que distinguir entre la explotación infantil y el trabajo que permite a los niños ganar dinero y adquirir destrezas sin perjudicar su escolaridad. A este respecto, es ilustrativo lo sucedido en Sialkot, Pakistán, gran productora de balones de fútbol cosidos a mano, donde efectivamente se empleaba mano de obra infantil. Pero, los dos tercios de los niños que cosían balones lo hacían a tiempo parcial en casa, y el 80-90% iban al colegio, cosa que, al no poder comprobarla los observadores de la Organización Internacional del Trabajo, motivó la supresión del trabajo a domicilio, con lo cual muchas familias han perdido el salario de los niños y sus ingresos, por término medio, han descendido alrededor del 20 por ciento.

El error de las ONG.- Lo chocante en este aspecto es que las ONG, tan interesadas en la defensa de los países pobres, son las que, con ayuda de gente armada de pancartas y bastones, se encargan de reventar las reuniones de la Organización Mundial del Comercio (OMC), en Seattle, del FMI y el Banco Mundial, en Washington, del Foro de Davos o de la Cumbre de las Américas en Quebec, para oponerse a la globalización que, según el abanico de organizaciones congregadas, ha de servir para sumir más en la miseria a los países pobres. No se dan cuenta de que están haciendo la tarea sucia a los grupos de interés contrarios a la liberalización del comercio internacional, cuyo principal efecto no sería perjudicar, sino beneficiar a los países menos desarrollados.

Si estos “abogados de los pobres” recordaran que las mejores intenciones, si están faltas de racionalidad, producen efectos perversos, rectificarían la dirección de sus tiros y se sumarían a los que pensamos que la política que propugna la apertura de los mercados –tanto de los países pobres como de los ricos- y la instalación en los primeros de empresas extranjeras, en lugar de ser un camino hacia más pobreza y explotación, constituye el único medio para ayudar a esas naciones a exportar, crear puestos de trabajo, elevar su nivel de vida y fomentar una mejor sanidad y educación.

En noviembre de 1999, en vísperas de la reunión de Seattle, Mike Moore, director general de la OMC, reconocía que su propuesta de eliminar todos los obstáculos a las importaciones procedentes de los países menos desarrollados no había recibido un aplauso generalizado, a consecuencia de las dificultades políticas que entraña la eliminación de trabas proteccionistas en sectores como la agricultura, los textiles y el calzado.

Contra esta cerrazón es hacia donde deberían encaminarse las manifestaciones de las ONG que dicen tener el respaldo de millones de firmas. Cuando las Naciones Unidas piden a los países desarrollados que aporten el 0.7% del PIB como ayuda a los países pobres, a todo el mundo le parece bien y, a pesar de la inanidad de esta ayuda, las ONG organizan campañas para que los respectivos gobiernos adopten este objetivo. En cambio, cuando los países pobres demuestran un deseo sincero de participar en el mercado mundial y de adoptar un sistema económico abierto y un régimen comercial liberal, como sucedió el año pasado en la cumbre de El Cairo entre la UE y África, los europeos, que sí aceptan aliviar la deuda contra compromisos de reformas, hacen oídos sordos a la apertura de los mercados.

Los errores del proteccionismo.- Se podrá decir que es inútil abrir las barreras a países que no tienen capacidad exportadora. Pero no es verdad que no la tengan. En primer lugar, podrían exportarnos, si no se lo impidiéramos, sus productos agrícolas y sus materias primas. Si permitiéramos que Ecuador nos exportara sus plátanos tendríamos menos inmigrantes ecuatorianos ilegales. Pero no les dejamos para proteger de la competencia a nuestros agricultores y demás sectores afectados, que constituyen importantes bolsas de votos para los partidos que quieran permanecer o acceder al gobierno de nuestros desarrollados países. Entre ellos, los europeos que, dicho sea de paso, han diseñado y sostienen la política agraria común (PAC), que sin exageración puede calificarse como una de las mayores irracionalidades económicas de nuestro siglo, para proteger y subvencionar a los agricultores, como el extravagante José Bové, uno de los estandartes contra la globalización, al tiempo que esta política agraria común impide la entrada en el mercado europeo de los productos del África subsahariana.

La excusa del “dumping social”.- Como antes señalé, el argumento en el que se escudan los adversarios de la globalización y especialmente lo sindicatos de los países ricos para oponerse a la apertura de los mercados, es que los países pobres hacen competencia desleal porque producen sin respetar los derechos laborales básicos. Para ilustrar el sinsentido de esta postura, en orden a la cooperación al desarrollo, no me resisto a relatar lo sucedido entre Camboya y los Estados Unidos. En enero de 1999, Camboya firmó un acuerdo con Estados Unidos sobre sus exportaciones textiles. Camboya se comprometía a mejorar las condiciones laborales en ese sector. A cambio, Estados Unidos prometía aumentar un 14% la cuota de importaciones textiles de empresas camboyanas, lo que suponía un aumento de 50 millones de dólares al año. La mayor vigilancia del gobierno camboyano sobre las condiciones laborales tuvo consecuencias positivas para los trabajadores. En un país donde la renta per cápita anual es de 180 dólares y donde los profesores universitarios ganan 20 dólares mensuales, el salario mínimo en la industria textil se fijó en 40 dólares al mes. A partir del acuerdo se autorizó que los trabajadores textiles crearan sindicatos y eligieran a sus representantes. Se hizo obligatorio conceder 19 días de vacaciones pagadas. La perspectiva del aumento de las exportaciones a Estados Unidos hizo que se crearan nuevas empresas que dieron trabajo, sobre todo, a mujeres. Es un trabajo duro: diez horas al día, seis días a la semana, cosiendo una prenda tras otra. Pero consiguieron ahorrar dinero para mantenerse y ayudar a sus familias”.

Existen otras muchas consideraciones que valdría la pena analizar para entender más acerca del momento actual que vive el mundo con el supuesto regreso de los nacionalismos y los cierres de frontera a la economía global.

Anuncio

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí