(Codics).- En México, más del 80 por ciento de la tierra de producción agrícola a gran y pequeña escala está inerte o estéril, derivado del uso intensivo de fertilizantes industrializados y agroquímicos, lo que pone en riesgo futuras cosechas en décadas venideras, advirtieron investigadores del Área Biológica de la Universidad Autónoma Chapingo (Uach).

Por lo cual, hicieron un llamado al secretario de Agricultura (Sasgarpa), José Calzada Rovirosa, a reconversión las políticas públicas en el paquete tecnológico que proporciona la Sagarpa e introducir el uso de biofertilizantes orgánicos por su bajo costo, alto rendimiento y nulo nivel de contaminación del suelo agrícola.

Edmundo Arturo Pérez Godínez, investigador del Área Biológica de la Uach, indicó que la producción de abonos orgánicos al garantizar el reciclamiento de la materia orgánica para el enriquecimiento de la fertilidad en todos los cultivos, favorece suelos agrícolas sanos y mineralizados para las futuras cosechas.

Lo anterior, porque la mayoría de los suelos agrícolas que reportan trabajo intensivo de agroquímicos, herbicidas, insecticidas, combustibles y plaguicidas sólo han ocasionado suelos inertes, estériles, porque cada año demandan más químicos, pero reducen dramáticamente su nivel de producción.

Este panorama, aseguró, es diferente con los productos orgánicos, ya que éstos favorecen un suelo vivo, sano donde los microorganismos, bacterias y hongos, de manera natural hacen un proceso de reciclamiento.

Precisó que 75 por ciento de productores de agricultura familiar indígena, que suman 2.3 millones, utilizan el reciclamiento y aún no se involucran en estos cambios tecnológicos por lo que es de suma importancia trabajar en el conocimiento de procesos naturales, que nos permitan producir alimentos sanos y conservar los recursos del suelo a un menor costo.

Sostuvo que actualmente el campo “es un enfermo que está en terapia intensiva al que tienen que conectarlo para todos lados para que siga sobreviviendo. Hay que estarle metiendo constantemente fertilizantes para que tengamos un cultivo el cual se convierte en el sujeto, mientras que el campesino se transforma en un objeto que compra los insumos para que su enfermo, el campo, siga produciendo”.

Por ello, la visión de la Uach y sus especialistas es, a través del Programa de Extensionismo y Vinculación, concebir un suelo sano e impulsar la agricultura orgánica en las comunidades indígenas y campesinas de bajos recursos para recuperar los nutrientes y la diversidad biológica del suelo, pues ello es un imperativo.

Aún más cuando los métodos convencionales de la agricultura requieren de infraestructuras específicas y costosas que no están al alcance de buena parte de los productores de nuestro país.

Precisó que con los fertilizantes orgánicos a base de estiércol de vacas o cerdos los costos de producción se reducen en más de un 50 por ciento en trigo, donde la agricultura convencional se tienen que invertir más de 5 mil pesos por hectárea.

Así, “nosotros capacitamos, estudiantes y maestros, a los productores para que ellos elaboren sus propios fertilizantes e insumos”.

Indicó que, por ejemplo, la elaboración de lombricomposta tiene un costo 2 mil a 2 mil 500 pesos en una primera etapa, pero en la segunda siembra el uso de materia orgánica se reduce en un 50 por ciento, cuando para cultivar una hectárea de maíz con la agricultura tradicional es de 7 mil pesos.

Con esta vinculación, la Uach ejecuta este programa de biofertilizantes en el Estado de México, Tlaxcala y Oaxaca y es posible extenderse a nivel nacional. Se busca “capacitación contra independencia, no les vamos a vender el abono, ellos mismos pueden hacerlo en su campo, de tal suerte que pueden mejorar su cosecha, aumentar los costos de venta y así también su calidad de vida”.

Sostuvo que a bordo del tren del progreso, de cultivos intensivos a base de agroquímicos, se le ha succionado al suelo toda la riqueza biológica y mineral que hace posible la vida a través de innumerables interacciones y procesos.

Por lo que, aseguró, el gran aumento poblacional y la reducción de tierras cultivables edifican una crisis alimentaria y económica de la que hemos visto los estragos.

La carrera del mercado mundial, en su afán productivo y lucrativo, en la gran mayoría de las veces no toma en cuenta la restitución de lo que se ha tomado del suelo y el empobrecimiento de este y con ello la calidad de alimentos, la salud y ecosistema nos pone al filo de otra historia: una sin horizonte.

Recordó que en menos de cien años la agricultura ha vivido tres grandes cambios tecnológicos inspirados en el paradigma productivo capitalista.

La primera, conocida como “revolución verde”, ocurre a mediados del siglo pasado y es un rompimiento con la agronomía surgida de los sistemas agrícolas campesinos, pues se sustituye un modelo por la “agricultura industrial” sustentada en riego, mecanización a ultranza, semillas híbridas, fertilizantes químicos y múltiples agrotóxicos.

A mediados de los 80´s del siglo pasado se patentaron las primeras plantas transgénicas y para el arranque del tercer milenio millones de hectáreas de cultivo empleaban semillas de genoma manipulado.

El tercer cambio tecnológico combina la ingeniería genética con la nanotecnología que modifica la materia en escala molecular y atómica, y con la bioinformática permitiría, dicen sus apologistas, hacer de la agricultura una biofábrica aún más uniforme, más simplificada y más automatizada que los vertiginosos monocultivos derivados de la primera y la segunda etapas de la “revolución verde”.

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