Una invitación

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“Diálogos” es ―para un párvulo en el complejo universo de la filosofía “occidental”― más que el título  para un conjunto de textos redactados por Aristocles[1], conocido, en el mundo del pensamiento, con el mote de Platón. Es la invitación para vislumbrar el momento y el lugar en donde surgen decenas de personajes que algo de importancia dijeran para llegar y levantar nuestra expectativa en la vida para una vejez en sabiduría sin la ampulosidad de los elegidos. Dialogar es una convocatoria a ser uno mismo en las experiencias de los otros sin la pretensión de silenciar a la humanidad con “nuestra verdad” sustentada en la verborrea del monólogo vacuo.

Dialogar es una aventura imaginativa, a veces dolorosa, por medio de la razón a través de las palabras ―del vocablo preciso― para un mínimo acercamiento a la idea embrionaria que fue haber de pocos en todas las eras y hoy herencia universal e individual en la desconcertante realidad de ser el primero en musitar lucidamente el sentido de lo que fue, es y será, sin más intención que extraer y compartir un destello de convicción a la interrogante de “quién soy”.

En lo cotidiano exteriorizamos las ideas con el apoyo de las palabras frecuentes, las menospreciadas y otras más herrumbrosas; por el diálogo [el sujeto, el verbo, el adjetivo, el sustantivo… lo escrito va y viene en el lenguaje oral y de ahí nuevamente a la escritura] las ideas fundamentales adquieren el peso de la verdad fugaz/momentánea para que la opinión personal resulte válida en la afirmación colectiva: contraria en el  tiempo, en la distancia, de las demandas en la convivencia, del ritmo de vida; en la elección “personal”…

Con sus “Diálogos”, Platón resulta, a la vez socrático y anti socrático (dada la fragilidad de la memoria) preserva por medio del manuscrito su visión del pensamiento de su maestro ―con la distorsión habida en el paso de la idea a la palabra a la escritura y el conflicto de la traducción múltiple―. Sabemos ya que la imagen bullente en la mente, por perfecta que ésta sea, sufre merma en su valía y énfasis al expresarla en el lenguaje articulado y mucho más al plasmarla con el grafismo y las reglas propias en la variabilidad de cada idioma y su tiempo.

“Dialogo” (Discurso racional) es la “Conversación entre dos o más personas que exponen sus ideas y comentarios de forma alternativa… Es la “Discusión sobre un asunto o sobre un problema con la intención de llegar a un acuerdo o de encontrar una solución… Género literario en que se finge una discusión[2] o una controversia entre dos o más personajes… Obra literaria en verso o en prosa que está escrita en forma de dialogo…”[3]

Resulta lamentable la experiencia humana durante el “diálogo de besugos” (de sordos)[4], cuando poco importa el tema y prevalece la voz propia ajena a la finalidad de compartir un conocimiento momentáneo sin la soberbia del “vencedor” ni la pesadumbre del “vencido”, esos seres de escaparate, muchos de ellos destacados con títulos rimbombantes en Universidades de prestigio internacional, anidados en las tribunas políticas, necios en las múltiples disciplinas del conocimiento humano y, otros muchos expertos encastillados en la ciega ignorancia cuyo fundamento es el dicterio y la descalificación: lo irracional.

Desde Tales de Mileto hasta la dificultosa secuencia para llegar a los filósofos contemporáneos, todos y cada uno aporta una tesis, una antítesis y la nutricia síntesis.

No es asunto para una incipiente cultura ni espacio para la comicidad, aún bulle la esperanza en la valía de los títulos para amparar la razón.

No obstante, imploramos, que el galimatías manifestado en la reducción de términos no arruine el aval implícito en un título académico, logro de la razón y del diálogo al rigor de una propuesta seguida por un rechazo ligadas a un nuevo planteamiento.

Esta es una invitación con veintitrés siglos de antigüedad que aún no valoramos ni aceptamos.


[1] Aristocles Podros. Atenas 429/427/424/423-348/347 a.C.
[2] Viene de “discurrir”, transitar por el mismo camino, no implica, distante a nuestra práctica bárbara: Violencia verbal.
[3] RAE. Vigésima tercera edición, 2014.
[4] La expresión española “besugo” determina a una persona torpe, necia: “si serás besugo”. Es una de esas expresiones corporizada, irrespetuosamente, por un ejemplar del reino animal.

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