Lluvia

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El gato sacudía de su pelaje ―negro con manchas blancas―
las primeras gotas de lluvia;
estabamos bajo la ventana de Hortensia;
la lluvia ya era aguacero
bullicioso por las gárgolas
hacia la rivera ya apremiada con el ímpetu
a través de los cuatro óvalos bajo el puente,
morada de las ranas y de los enmudecidos grillos.

En nuestro rio, algunas ramas violentadas
―de origen distante―
batallaban en el arrastre de una arena fina traída de lejos
con historias ajenas, prohibidas, taciturnas.

La marcha de los soldaditos de agua entre la piedra bola
descendía en redobles por las molduras de los ventanales de cantera
donde las palomas zureaban al atardecer satisfechas de alimento.

Temporada de lluvias evidenciada con la carrerita hacia el templo
y las pintas de lodo en los tobillos y el vestido
de las niñas en su ofrenda de flores a la Virgen.

Lluvia vagabunda sobre el mantón de la laguna,
soñolencia vaporosa en las matronas ateridas bajo el rebozo
por la humedad adueñada de todo.

Temporal bautismal
―lluvia para enjuagar de cagarrutas
a las figuras colocadas en las sacras hornacinas―,
sanadora de consciencias.

Vibra el aguacero en armonía a un viento frio
y destellos sonoros acompañantes en las ilusiones;
embate de agua para extinguir infiernos insondables,
clarificadora de sonidos, desterradera de las confusiones.

Sobre los girones estrujados por una luna en cuarto creciente,
brillan las miríadas con el percutir en el cristal
del espacio transmutado en claustro místico.

Voceé su nombre casi en alarido
pero la lluvia impulsó el grito más allá
del aviso broncíneo de las 10.

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