… me abrasó el viento que integraba a las esferas entre caracolas refulgentes; sufrimos el renacer y agitó a la mirada la fugaz derrota para que el vaho de la esperanza formara otro efímero lucero pulsante allá lejos: al despertar, todo lo olvidamos.
Hoy entró la Vida con el poderío de un ángel luminoso ―es un buen día para vivir(lo) ― y en el estremecimiento del Caos los glóbulos enviaban su luz nutriente para el resurgir, para ser otra vez parte del “Yo” en el eterno retorno y estar, otra vez estar/ser entre las estrellas nacientes en el palpitar lejano al dolor, sin ausencias: todos reunidos en el gran olvido.
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Agobiado por los millones de susurros entre las piedras rutilantes, pienso en ti de vez en cuando ―solo de vez en cuando― para no agobiar el presente por tu ausencia. Rodean mi cabeza miles de luces que estallan con la cadencia de un nombre callado.
¿Vendrá la luz a despeinar las ideas al trepar por la taza con rescoldos de café y la levedad del humo de un cigarrillo?
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Ese que duerme parpadeante en el espejo es casi bruma, ya sin nombre, ni es la diestra lo que semeja ni siniestro el palpitar, opaca a sus ojos la sutileza del viridina con voz de querube y sonrisa canina. Un reguero de nostalgias le traza las mejillas y los años de silencio le relucen en el cráneo. El reloj batallador marca una hora perdida, oxidada, para pendular en un discurso sin vocales.
ab
La creatura levantó la cabeza y escuchó más allá de las nubes el murmullo vagabundo venido de entre los enjambres de estrellas de la eternidad titilante. ¿Estaba en la expansión lucífera el origen del verbo original?
¿Latía ahí la consciencia en la condensación del estallido, en el venir e ir de las pulsaciones?
¿Soy yo la verdad en los comienzos, era yo cuerpo entre las masas fugitivas?
¿Te cantaba a ti sin saber en dónde estabas?
¡Oh, maravilla! venir tan lejos para saber que regresaremos para ser lo mismo que fuimos.
