El mito de Sísifo

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Ciudad de México, 2 de enero de 2018.- Sísifo, como todo mundo sabe, es uno de los personajes más conocidos de la mitología griega. Era hijo de Eolo y Enareta, y marido de Mérope. Hay tradiciones que indican que fue padre de Odiseo con Anticlea, antes de que esta se casase con su último marido, Laertes. Es conocido por su castigo: empujar cuesta arriba por una montaña una piedra que, antes de llegar a la cima, volvía a rodar hacia abajo, repitiéndose una y otra vez el frustrante y absurdo proceso.

La mitología griega lo presenta como promotor de la navegación y el comercio, pero también avaro y mentiroso. Recurrió a medios ilícitos, entre los que se contaba el asesinato de viajeros y caminantes, para incrementar su riqueza. Desde los tiempos de Homero, Sísifo tuvo fama de ser el más astuto y sabio de los hombres.

El motivo del castigo al que fue sometido Sísifo no es mencionado por Homero, pero algunas fuentes indican que Sísifo había revelado al dios fluvial Asopo que el autor del rapto de su hija Egina había sido Zeus, o que el castigo había sido a causa de su impiedad o que se debió a su hábito de atacar y asesinar viajeros.

Cuando, por orden de Zeus, Tánatos (la muerte) fue a buscar a Sísifo, este le puso grilletes, por lo que nadie murió hasta que Ares liberó a Tánatos, y puso a Sísifo bajo su custodia en el inframundo. Pero Sísifo aún no había agotado todos sus recursos: antes de morir le dijo a su esposa que cuando él se marchase no ofreciera el sacrificio habitual a los muertos y esta así lo hizo, así que en el infierno se quejó de que su esposa no estaba cumpliendo con sus deberes, y convenció a Hades para que le permitiese volver al mundo superior y así castigarla. Pero cuando estuvo de nuevo en Corinto, rehusó volver de forma alguna al inframundo, viviendo varios años más en la tierra hasta que fue devuelto a la fuerza por Hades.

En el inframundo, Sísifo fue obligado a cumplir su castigo, que consistía en empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de que alcanzase la cima de la colina la piedra siempre rodaba hacia abajo, y Sísifo tenía que empezar de nuevo desde el principio, una y otra vez, según la versiones de diversos textos de la mitología griega.

Así lo hace permanentemente. Es el castigo divino. Aunque más que un castigo es la visión de la realidad humana que, cada día, tiene que empezar a cargar esa roca desde el amanecer hasta la hora de ir a la cama a descansar y dormir para que al día siguiente inicie la tarea, de nueva cuenta.

A nivel nacional eso, precisamente ocurre en México. Se inició un nuevo año con los consabidos parabienes de todos. Al menos, el deseo expreso de que sea un año mejor que el anterior. Se trata de una costumbre, una esperanza o simples palabras al viento que se lanzan como parte de la emotividad generalizada que se crea al calor de las fiestas decembrinas y de fin de año.

La realidad es otra, como todo en la vida. El mundo ideal cede su lugar al mundo real en el que se desenvuelve toda la actividad humana. Día tras día, hasta alcanzar, otra vez, el final del presente año.

Por lo pronto, la carrera alcista de precios de los productos básicos, generalizados y de consumo popular, aunque no necesariamente básicos, inició desde ayer mismo entre la somnolencia de los desvelados por la celebración del Año Nuevo y el despertar de un nuevo Sol.

Algunos productos lo hicieron días antes, pero como había dinero circulando y en los bolsillos de la población, producto de los pagos quincenales, aguinaldos y demás beneficios pecuniarios propios de esta fecha, el consumidor no lo notó o, al menos, los disimuló.

Comprar y disfrutar hoy; mañana Dios dirá, pareciera ser la consigna general de la población. Es el estilo y la forma de vida a la más pura usanza tradicional.

México estrena nuevo gobierno federal y, en algunos casos, estatal y local, con la esperanza de encontrar en sus nuevos gobernantes la solución a sus problemas de todo tipo, incluidos los económicos. O, al menos, eso espera.

O sea, aparece, de nueva cuenta, la imagen del mítico Sísifo que lo invita a cargar la pesada roca durante estos 12 meses siguientes para colocarla en la cima y tener un leve respiro de las fiestas decembrinas y de fin del presente año.

Algunos, quizá y sólo eso: quizá, más bien continúen esperando a Godot, para que llegue a solucionarles todos sus problemas de vida, aunque Godot nunca llegará.

Una de las obras clave del teatro del absurdo es este texto de Samuel Beckett, un drama angustioso y desolador en el que, a pesar de que no sucede nada, se encuentra retratado con precisión todo el género humano.

La trama es la siguiente: un camino en medio de un paraje yermo y desolado. A un lado un árbol sin hojas, seco. Al otro, dos personajes harapientos, dos vagabundos, esperan. Hablan, pero no conversan. Tratan de tomar algún tipo de decisión, pero son incapaces de moverse del sitio. Sólo esperan.

Esperan a Godot, aunque no saben para qué le esperan o si vendrá. En realidad, no tienen ni idea quién es ni están seguros de que exista. Puede incluso que sean ellos los que no existen.

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