Entre el próximo 29 de este mes y el 1 de mayo, se celebrará un foro de intelectuales en el poblado de San Luis, Menorca, España, cuyo invitado especial será Albert Camus (Argelia, 1913-Francia, 1960). En él dialogarán escritores como el libanés Amin Maalouf, el argelino Yasmina Khadra, el griego Yannis Kiourtsakis, el marroquí Mohamed Achaari y la poeta palestina Jehan Bseiso. Junto a ellos estarán españoles como Javier Reverte o Manuel Vicent o el cineasta parisiense de origen gallego Oliver Laxe, dio a conocer el diario español El País.

A esta cita acudirán las mentes más brillantes de la ribera del Mediterráneo, quienes analizarán la figura de Camus como una esperanza de encontrar alguna luz que los ilumine en la oscura noche que vive esta zona euroafricana y que, desde la Primavera Árabe (manifestaciones de 2010-2013 como un clamor generalizado en la región por la democracia y derechos sociales, organizadas por la propia población árabe) pareciera agudizar las respuestas cruentas a tales manifestaciones, tal como se viven en la presente Semana Santa.

“Cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo, pero su tarea es quizás mayor: Consiste en impedir que el mundo se desmorone”, dijo Camus en 1957, durante el discurso de aceptación del Nobel de Literatura. “Ahora que se cumplen 60 años de aquello, el exministro socialista de Exteriores Miguel Ángel Moratinos ha promovido la celebración de unas jornadas que reúnan, en torno a la figura de Camus y su literatura, a pensadores de todas las orillas del Mediterráneo para que sus reflexiones contribuyan a forjar nuevas políticas que mejoren la convivencia en este mar que en los últimos tiempos se ha convertido en una inmensa fosa común y en un muro líquido entre dos mundos”, señaló El País.

Menorca es la isla más oriental y septentrional de las Islas Baleares, España. Se escogió el poblado de San Luis por ser la tierra natal de su abuela materna con quien vivió Camus, tras la muerte de su padre, Lucian Camus.

Conocí la obra de Camus en mis años de estudiante. Me pareció impresionante la forma como exponía y daba solución a los principales problemas que aquejaban al mundo, en especial a las primeras generaciones de los huérfanos europeos de la Segunda Guerra Mundial, quienes no encontraban sentido alguno a la vida.

“Para qué esforzarse en construir un nuevo mundo. Mi padre lo hizo. Luchó con todo y ese todo para qué. Si basta una maldita guerra para terminar con todo”, solían decir esos jóvenes para quienes el futuro no existía; tampoco la esperanza de un mundo mejor frente al temor de una nueva guerra mundial que destruyera todo, incluso sus ilusiones. Nada tenía caso, ni siquiera intentarlo.

Mi descubrimiento de Camus se dio a través de la doctrina filosófica del absurdo de la cual él fue un gran representante y sentó las bases para darle nuevo vigor a la humanidad colocando en el centro del quehacer humano al hombre (en su sentido genérico: hombre-mujer).

No era conocido en América (todavía no lo es), porque en su momento de mayor brillantez intelectual tenía frente a sí al inmenso pensador francés Jean-Paul Sartre y su esposa, Simone de Beauvoir, auténticos maestros formadores del pensamiento galo que recorrió Europa y trascendió sus fronteras. Además, Latinoamérica vivía el boom de la literatura regional y las editoriales preferían darle voz a los autores locales por encima de los extranjeros.

Desde el año pasado, gracias a la magia de los medios digitales, un sitio llamado “Albert Camus” viene difundiendo la obra de este pensador marroquí-francés, por lo que, cada día, aumenta el número de quienes admiran su obra, curiosamente, en momentos cuando la humanidad pareciera retratar las mismas imágenes posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Camus es un “santo laico” que se levante en estos momentos cuando el intelecto humano no acierta a comprender bien a bien lo que sucede en el Medio Oriente (Cercano Oriente, le llaman a esta región, los estudios de la geopolítica actual) que, curiosamente, es cuna de las cuatro grandes religiones de occidente:
Judaísmo, Catolicismo, Cristianismo e Islamismo, uno de cuyos mayores mandamientos es el amor al prójimo; sin embargo, en esa zona es todo lo contrario y ni siquiera con las reformas de Lutero (Cristianismo) ni de Mahoma (Islamismo) que pugnaron por una vuelta a los orígenes del credo católico, han podido dar respuesta a los conflictos que se viven en el Medio Oriente.

Analistas político y económico sitúan como el origen de esos conflictos al petróleo, pero no siempre el “oro negro” ha sido motor del desarrollo económico global; a su ubicación geopolítica, pero ahora el mundo es más amplio y los derroteros del comercio son muchos, o al negocio de las armas que, al igual que en otros tiempos, siempre ha existido, entre otras muchas teorías.

Un análisis profundo no lo resiste ninguna de ellas o, al menos, no son tan determinantes como para concluir que es el fondo de la inestabilidad regional, porque ésta siempre ha existido desde tiempos inmemoriales. Es el origen de las tribus históricas, término que ahora se utiliza en política para exponer los diversos modos de interpretar una realidad determinada, en especial, entre los grupos de tendencia izquierdistas dentro de la geometría política.

Esa cuestión va más allá de las simples consideraciones analíticas para situar en este dilema a la misma Biblia, texto que recoge el pensamiento popular de los pueblos que poblaron la región del actual suroeste asiático y que los autores recopilaron en un solo libro, tal vez con una intención escatológica antes que como un Código de vida que ni siquiera las 95 tesis del reformista Lutero, enmarcadas en el “Llamamiento a la nobleza cristiana, La cautividad babilónica de la Iglesia y Sobre la libertad cristiana; ni el Corán de Mahoma ha dado respuestas a las inquietudes espirituales, éticas, morales y existenciales de la juventud actual que, día con día, abraza otras visiones para darle sentido a su vida.

En México, como en otras naciones latinoamericanas, el crecimiento de doctrinas orientales, como el budismo, ganan terreno y suman más y más adeptos, al igual que quienes optan por la no creencia en ninguna de las establecidas, al considerar que todas se han vuelto institucionales y, como tal, llenas de ritos más que de auténtica pastoral viviente que les presente un mundo de esperanza por el cual vivir.

Tal vez, el ultimo esfuerzo en ese sentido lo dieron los teólogos de la Muerte de Dios, cuyas escuelas de Lovaina, Bélgica, y de Alemania, generaron una renovada esperanza entre los creyentes. Incluso, América Latina tuvo excelentes exponentes de esta corriente teológica, en Chile, Brasil, Colombia, El Salvador y México, pero el intento se vio frustrado con la celebración de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericana, celebrada en Medellín, Colombia, que lo sepultó para siempre.

Así, deshechas esas esperanzas vivas, Europa vuelve los ojos a Camus, como ejemplo de una realidad existencial que podría responder a los que las iglesias no han podido hacerlo.

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