Conozca a los nuevos estadounidenses

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Este artículo fue elaborado por el subsecretario de Estado de Estados Unidos para Diplomacia Pública y Asuntos Públicos, Richard Stengel, para ShareAmerica.

El 11 de octubre tuve el privilegio de hablar en la ceremonia de naturalización de 125 nuevos ciudadanos celebrada en la Corte de Distrito de Estados Unidos para el Distrito de Columbia, a pocos pasos del Capitolio.

La ceremonia fue presidida por la honorable jueza Tanya Chutkan, ella misma ciudadana naturalizada originaria de Jamaica. Era un notable grupo, sus miembros de 51 países: desde Kazajstán a Kenia, desde Argentina hasta Australia, desde Iraq a Italia.

Estos hombres y mujeres hablan docenas de idiomas diferentes y tienen diferentes creencias y diferentes patrimonios culturales. Cada una de sus historias es singular y extraordinaria. Pero su historia colectiva es lo que hace que Estados Unidos sea singular y extraordinario. Les dije que no hay grados de “americanidad”, que en ese día eran estadounidenses, 100 por ciento, y punto. Y que su historia es la historia de Estados Unidos.

En mis observaciones, expliqué lo que eso significa para mí – y las responsabilidades que vienen con la ciudadanía. He aquí un extracto:

“Mi familia no vino aquí en el Mayflower. Ninguno de mis abuelos nació en este país. Ninguno de ellos hablaba inglés cuando llegó en barco apenas siendo niño. Ninguno de ellos se graduó de la escuela secundaria. Sin embargo, ambos de ellos comenzaron pequeños negocios, como los inmigrantes todavía hoy son más propensos a hacer que los estadounidenses oriundos. Mi padre, un chico de Brooklyn, luchó en la Segunda Guerra Mundial junto a jóvenes de todo Estados Unidos que eran hijos de inmigrantes o inmigrantes ellos mismos.

Es por ello que para mí, esta ceremonia – más que la toma de posesión de los miembros del Congreso o del Tribunal Supremo o del presidente de los Estados Unidos – es el verdadero acto de lo que significa ser estadounidense.

A diferencia de otros países, no somos un pueblo formado por un patrimonio cultural común, una sangre común, una religión común. Estamos unidos por un conjunto poco común de ideas: que todas las personas son creadas iguales. Que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables: la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

Eso es lo que nos une. Eso es lo que nos hace estadounidenses.

Tan maravilloso como lo es hoy, su historia estadounidense acaba de comenzar. Como dijo el juez Brandeis, al hacer ese juramento ahora usted ocupa el cargo más alto en el país, el de ciudadano.

La democracia es el estado que más exige de ustedes; es el sistema que hace cargar con mayor responsabilidad [a sus ciudadanos]. En una autocracia o dictadura, usted no tiene que tomar decisiones, todas las decisiones las toman por usted. Aquí, uno determina su propio destino.

Y ahí es donde entra en juego la responsabilidad. Cuando Benjamin Franklin salió de aquella sala en Filadelfia hace 229 años tras la firma de la Constitución, una mujer le preguntó qué era lo que había sido creado. Una república, señora, si usted puede mantenerla, dijo.

Si usted puede mantenerla… La manera de mantenerla es participar, asumir la responsabilidad, ser guiados por esas ideas sagradas. Ser voluntario, mantenerse informado. Lo que preocupaba a Franklin y los demás fundadores es que la gente se dejara engañar por demagogos y fueran engañados por mentirosos, que fueran susceptibles a gobernantes que abusaran de su poder, que perdieran el contacto con las ideas fundamentales de Estados Unidos.

Aquí, como decían los fundadores, el pueblo gobierna. Esa es la definición de libro de texto de la democracia. Las tres primeras palabras de la Constitución son “Nosotros, el pueblo”. No “nosotros, el gobierno”. O “nosotros, la élite”. O “nosotros, los multimillonarios”. Es “nosotros, el pueblo”. Es por el poder del pueblo que el gobierno tiene derechos. El gobierno no nos da derechos a nosotros, nosotros, el pueblo damos los derechos al gobierno. Eso es parte de lo que nos hace [un país] excepcional.

A veces, los políticos y los líderes de Estados Unidos la dividen en “nosotros” y “ellos” – y se olvidan de que todos fuimos una vez “ellos”.

Tenemos una historia de quitar la escalera para los que vienen detrás de nosotros: “No se admiten solicitudes de irlandeses”, “no se reciben judíos”, campos de concentración para los japoneses, la ley de exclusión china, la denigración de los mexicanos, y, por supuesto, el pecado original de América que es la esclavitud – los africanos que fueron inmigrantes involuntarios. Nuestra historia no siempre ha sido bella, pero una cosa que se puede decir que siempre hacemos es sacar a la luz nuestros problemas; tenemos muchos defectos, pero echamos una luz sobre ellos y tratamos de perfeccionar esta unión, juntos.

Cuando yo crecía, el símbolo de la inmigración era el crisol. La gente quería asimilarse. Perder sus acentos al hablar. Cocinar la comida estadounidense. Usar pantalones tejanos y camisetas. Después de todo, nuestro lema nacional es “E pluribus unum‘, “De todos, uno”.

Pero hoy en día, creo, el modelo es más de una colcha de retazos, en el que no hay que dejar de lado las tradiciones o el patrimonio propios, sino incorporarlos a su ciudadanía. Todo el mundo es una mezcla de lo viejo y lo nuevo.

Inmigrantes y refugiados enriquecen y hacen crecer a Estados Unidos. Renuevan y refrescan la experiencia americana. Ese es nuestro ADN como país. Nunca podemos olvidar esto.

Es por eso que puede que los nuevos estadounidenses sean los estadounidenses más auténticos.

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