Ciudad de México, 31 de octubre de 2018.- Durante muchos años, ejércitos de niños recorrían las calles y plazas públicas de esta ciudad con una calabacita de plástico, un envase de lata o cualquier otro recipiente donde depositar las monedas que personas mayores les regalaban en un acto de benevolencia para los infantes en estos días cuando México celebra el tradicional Día de Muertos.

Los niños lo hacían, por lo general, acompañados de alguna persona adulta, pero, en muchos casos, en forma solitaria; en grupo o con sus hermanos. Los adultos trataban de traer en sus bolsillos monedas de poca monta para esos obsequios.

Otros más, en vez de monedas entregaban a los infantes dulces o chicles, hecho que no era del agrado de ellos y, aunque los recibían de buena o mala gana, no les satisfacía y con cierto aire de menosprecio hacían sentir su decepción. ¡Al fin, niños!.

Para obtener mayores ganancias, se vestían de brujitas o con maquillaje que simbolizaban a los muertos. Era clásica la figura de “La Catrina”, una excelente representación de la mujer de la alta sociedad porfirista, ridiculizada por José Guadalupe Posada (Aguascalientes, 2 de febrero de 1852 – Ciudad de México, 20 de enero de 1913) grabador, ilustrador y caricaturista mexicano. Célebre por sus dibujos de escenas costumbristas, folclóricas, de crítica socio-política y por sus ilustraciones de “calacas” o calaveras, entre ellas La Catrina, de acuerdo a los textos históricos de la caricatura en México.

Según las tradiciones prehispánicas mexicanas, los muertos regresan a sus hogares los días 1 y 2 de noviembre. Para recibirlos sus familiares levantan altares donde se incluyen los alimentos preferidos de esos visitantes de ultratumba, sus bebidas favoritas (por lo general, alcohólicas), dulces y otras viandas de la preferencia de sus antepasados. Los hogares se adornan con diversas figuras elaboradas de papel de china y los altares los cubren con flor de cempasúchil.

A esta cosmovisión indígena se sumó la judeo-cristiana, traída por los españoles con la Conquista, y pronto se obtuvo un nuevo modo de celebración de estos días, denominado como Día de los Fieles Difuntos.

El Calendario Galván, constituido como la Biblia para la sociedad novohispana de México, declaró el 1 de noviembrcomo el Día de Todos los Santos (Todosantos, en el lenguaje popular) y el 2, como único Día de los Fieles Difuntos. Nunca fueron días de descanso obligatorio formal, porque la Constitución Política que rige a México tiene carácter laico, pero la tradición hizo que ambos días se celebraran como festivos.

Los panteones locales son sitios de visitas especiales y los familiares llevan flores naturales o de papel para depositar sobre la tumba del difunto, previo aseo total del local.

Con el arribo de la comercialización a la sociedad, en especial con la globalización, esas fechas tradicionales escalaron de posición social. Los jóvenes desplazaron a los niños en estas celebraciones e impusieron, como forma habitual de celebraciones, las fiestas, bailes y convivencia.

Por supuesto, a las catrinas las sustituyeron las brujas hollywoodenses y su denominación, siguiendo la mezcla de culturas entre la mexicana y la norteamericana, pasó a ser fiesta del Halloween, constituida en tiempos para la diversión juvenil. Los niños y sus expresiones (algunas de tipo escatológicos), al más puro “modo mexicano”, como llamaron los intelectuales de fines del siglo pasado a ese tipo de expresiones nacionalistas, se arrinconaron en celebraciones culturales con una amplia connotación turística, en especial en la Ciudad de México y el sur y sureste mexicanos, donde aún prevalecen amplios núcleos de población autóctona.

Es común, en estas fechas, ver en redes sociales un extenso número de tutoriales sobre cómo maquillarse y formas de celebrar el Halloween, que sustituyó al Día de Muertos.

Así, el “deme mi calaverita” pasó a llenar las hemerotecas nacionales, mientras el Halloween se entronizó en los medios urbanos y hasta en los rurales.

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