Ayer se estrenó en las salas cinematográficas de la Ciudad de México la película «Las horas más oscuras» (Darkest hours), una producción inglesa, dirigida por Joe Wright, y actuada por Lily James, Gary Oldman, Stephen Dillane y Kristin Scott Thomas.

La trama se basa en las horas más difíciles que tuvo Winston Churchill (Gary Oldman), tras convertirse en el primer ministro de Gran Bretaña y enfrentar una de las más turbulentas y decisivas decisiones: explorar la negociación de un tratado de paz con la Alemania nazi o mantenerse firme en sus ideales de libertad y la liberación de su patria.

Oldman está firme y seguro en su determinación de la libertad propia y para Inglaterra, pero tiene que enfrentar no sólo a las fuerzas del Eje que siguen arrasando Europa continental, sino también al vasallaje y adulación de la Corte del reino inglés que intenta por todos los medios convencer a Churchill que es lo mejor para Gran Bretaña, algunos de los cuales, incluso, lo amenazan con renunciar sus respectivas carteras gubernamentales.

En medio de tales cavilaciones, una noche el rey llega hasta la residencia de Churchill, intercambian puntos de vista breves, el monarca le refrenda su respaldo a la gestión administrativa y, al final, le da un consejo, que años atrás, Churchill le había propuesto al rey: «Ve y habla con el pueblo para que veas lo que el pueblo quiere», le dijo.

Al día siguiente, Churchill sale de sus oficinas, se sube al Metro londinense y en los vagones se mezcla entre la gente. Pregunta sobre la conveniencia de firmar la paz con Hitler, con la intermediación de Musolini, y todo el mundo le dice que no. Igual sucede cuando les pregunta si están dispuestos a la lucha hasta la muerte con tal de salvar a Inglaterra, y la respuesta es un rotundo sí.

El final de la historia todo mundo lo sabe: Hitler es vencido por los aliados, Gran Bretaña se mantiene libre y Churchill se convierte en unos de los personajes más relevantes del mundo posterior a la II Guerra Mundial.

Esta película se estrena en México pocos días después de iniciadas las campañas (precampañas, les llaman en el argot político electoral) federales que incluyen la Presidencia de la República el próximo 1 de julio. En política, nada es casual; todo tiene un motivo y un por qué, dicen los avezados en estas cuestiones.

Los tres candidatos presidenciales en campaña, todos por coalición de partido, son: el izquierdista Andrés Manuel Lopez Obrador (Morena, Partido del Trabajo y Partido Encuentro Social); el derechista Ricardo Anaya (Partido Acción Nacional, de derecha; Partido de la Revolución Democrática, de izquierda, y Movimiento Ciudadano, intermedio) y el centrista José Antonio Meade Kuribreña, del gobernante PRI, con el Verde Ecologista de México y Nueva Alianza.

Otros políticos buscan aparecer en las boletas electorales del 1 de julio, por la vía independiente, pero su papel hasta ahora es sólo marginal.

Cada día, crece la lista de analistas políticos sensatos y conocedores que ven en esa próxima elección un cúmulo de nubarrones que presagian muchos problemas para México, los que se sumarán a las circunstancias disruptivas del gobierno norteamericano con Donald Trump al frente y las medidas político-administrativas que está tomando.

Destacan en este panorama general tres puntos: la elección presidencial mexicana, la reforma fiscal norteamericana y la renegociación del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (Tlcan).

Prevén que la reforma fiscal en Estados Unidos repatrié capitales y empresas a la Unión Americana con los que la Inversión Extranjera Directa (IED) en México se paralizaría y, en algunos casos, retrocedería; mientras que la renegociación del Tlcan se observa como una gran incógnita que no tendría claridad ni este año ni el siguiente, por las elecciones federales en México y las legislativas intermedias de noviembre próximo en EU.

En el proceso electoral mexicano, los analistas tampoco tienen nada claro, todavía. A la fecha, López Obrador encabeza las tendencias electorales, según diversas encuestas, unas reales; la mayoría, ficticias.

Anteriormente, los candidatos presidenciales recorrían durante un año el territorio nacional para exponer su ideario de campaña. Este periplo servía lo mismo para que el pueblo conociera a los candidatos como para realizar una fuerte derrama económica en la mejoría los pueblos y ciudades visitadas. En algunos poblados era la única ocasión que tenían para remodelar su infraestructura básica, plantar árboles, pintar casas y dinamizar la economía regional.

La llegada de la televisión a nivel general, causó el fin de los recorridos por el territorio nacional para concentrar la atención del pueblo en los debates televisivos que muy pocos ven, y la creación de oficinas de opinión y difusión, a donde canalizan los recursos financieros. La clase política concentró poder y dinero.

Ahora, las redes sociales están recobrando un poco de ese dinamismo entre los candidatos y los electores, pero esto es incipiente, aún. Todavía la gran masa, los silentes o, como les llamó la Biblia, el resto, no aparece del todo.

El resto es esa inmensa masa de población que, en parte, Ortega y Gasset describe en su texto: «La rebelión de las masas», pero que indiscutiblemente, la que mejor lo expone es la teoría bíblica de «el resto», esos agrupamientos de individuos que carecen de voz ante los grupos dirigentes, pero que fueron capaces de ganar batallas en los campos y que, ahora, esas batallas no las ganan con las armas, sino con los votos, en las casillas electorales.

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