Ráfaga: Un actor, un “vicepresidente” y un caricaturista

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Jorge Herrera Valenzuela
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Ciudad de México, 8 de agosto de 2024.- El comentario de ayer miércoles 7 de agosto lo dediqué a las barrenderas y a los barrenderos que hoy, jueves 8, fueron festejados con motivo del Día del Barrendero, a los que en su película “Cantinflas” llamó “ingenieros en asepsia”.

Hago un recuerdo del general Emiliano Zapata Salazar que nació en Anenecuilco, Morelos, el 8 de agosto de 1879. Jefe del Ejército del Sur y promotor del movimiento para rescatar y devolver las tierras a los campesinos, luchando contra el latifundismo.

Muchos son los sucesos que se registran en el mundo y en cada País, donde surgen personajes que con su desempeño personal dejan una huella para las generaciones que les siguen. En ocasiones, las figuras terminan su vida y las llevamos, como dice el historiador Oscar González Azuela, al “Paredón del Olvido”.

Tres mexicanos que se distinguieron en sus respectivas áreas son objeto de una semblanza sintetizada. El más veterano, desde su infancia reveló su deseo de ser artista, actor. Dos michoacanos ganaron fama, reconocimientos y afecto, uno como político y otro fue singular historietista, dibujante, caricaturista que tenía su propia filosofía y muy definida su ideología.

El comentario lo estructuré cronológicamente. El primero nació en 1917 en Aguascalientes y murió el 7 de agosto de 2007. En Michoacán, en el año 1923, vio la primera luz el que sería político y de la misma entidad, un extraordinario caricaturista llegó a este mundo en junio de 1934. Los descendientes de purépechas murieron en un 8 de agosto.

Hermano de un torero
En el cine y en la televisión conocimos al actor, director, productor y maestro en el medio del espectáculo. Su nombre artístico, Ernesto Alonso. Aguascalentese de origen. Nació en los días del Movimiento Revolucionario y desde niño reveló su deseo de llegar a ser actor. En su acta de nacimiento aparece como Ernesto Ramírez Alonso.

Su hermano, tres años mayor, también hizo historia y de él comentaré en otro momento. Me refiero al “Poeta del Toreo” y más conocido como “El Calesero” por inventar una suerte con el capote, a la que llamó “caleserina”, Alfonso Ramírez Alonso.

Ernesto es del meritito Aguascalientes, el de la tradicional Feria de San Marcos. Su destino lo llevó a iniciarse como alumno de teatro en el Instituto Nacional de Bellas Artes y a los 20 años de edad hizo su debut cinematográfico en la película La Zandunga, al lado de la legendaria Lupe Vélez, potosina que esa fue la única cinta que filmó en México.

Ernesto Alonso que, muchos años después, sería conocido como “El Señor Televisión”, estaba en su tierra natal cuando las hermanitas Isabel y Anita Blanch le pidieron prestado un tocadiscos. Al platicar las comediantes con él, descubrieron que deseaba ser actor y lo invitaron a viajar a la Capital de la República. Las Blanch iba a dar función teatral.

Muy entusiasmado nuestro personaje ingresó a estudiar en Bellas Artes. Recibió su primera oportunidad en el cine mudo en el reparto de la película La Gallina Clueca, la actriz Sara García fue la protagonista. En la década de los cuarentas Ernesto Alonso trabajó en quince cintas, entre ellas San Felipe de Jesús, cuyo personaje interpretó exitosamente.

Los años siguientes fueron determinantes en su carrera de actor y alternó con las estrellas de la Época del Cine de Oro Mexicano Libertad Lamarque, Marga López, Lilia Prado, Irasema Dillian y Miroslava Stern, entre otras. Con don Fernando Soler encabezó la lista de compañeros en varios filmes.

Consagrado en la televisión
Los sets cinematográficos dejaron de ser el centro laboral para Ernesto Alonso, en 1959. Ingresó al mundo de la pantalla chica, la televisión, donde principiaba la producción de telenovelas. El actor hidrocálido participó, por última vez, en la película Ensayo de un Crimen, compartió créditos con Carmen Montejo, en 1976.

Con la gran actriz Ofelia Guilmain hizo su debut, en 1959, en la telenovela Cuidado con el Ángel. Sería el punto de partida para una carrera única, de actor se convirtió en director, productor, escritor y argumentista. Dejó 157 telenovelas en su historia.

En ese largo recorrido hay telenovelas de melodrama que impactaron a medio México o a “todo el mundo”, en 1986 con “El Maleficio” que el día del final paralizó todas las actividades en oficinas públicas y privadas, en los hogares las familias se reunieron “como nunca antes”. Hasta el presidente de la República estuvo esa noche, frente al televisor.

Nadie como Ernesto Alonso para producir y dirigir un material televisivo que debería de volver a exhibirse en horario vespertino, las Telenovelas Históricas que “retratan” los sucesos de la Independencia y de la Revolución. Anoten: La Antorcha Encendida, El Carruaje, El Vuelo del Águila, La Constitución y Senda de Gloria. Cada una de esas series de verdadero entretenimiento cultural, difícilmente volverán.

Una neumonía cortó la vida de Ernesto Ramírez Alonso, a los 90 años de edad. Sus restos están, desde el 7 de agosto de 2007, en una fosa del Panteón Francés de La Piedad.

Pasos firmes de Humberto
Hubo un larguirucho, semiatlético, moreno, con la sonrisa dibujada permanentemente, llegado de La Piedad, Michoacán, para titularse como Licenciado en Derecho. De buena presencia, presumía de galán, dedicó parte de su juventud a la locución radiofónica y sorpresivamente cambió de rumbo e ingresó al servicio público.

Este originario del municipio michoacano donde la industria porcina es lo principal, desde la Escuela Nacional de Jurisprudencia, Unam, dio pasos firmes y seguros. Su primer encargo, secretario particular del jurista Francisco González de la Vega, procurador general de la República, en el régimen de Miguel Alemán Valdés.

A los 35 años de edad despuntó una impresionante carrera política, tiempo atrás por su forma de ser, carismático, servicial y visionario, el michoacano se ganó la confianza, la estimación y el afecto especial de quienes colaboraron con él.

Humberto Romero Pérez, extraordinario jefe de prensa oficial, hábil para el manejo de las relaciones públicas, con la facultad de entablar con rapidez una amistad y el don de servir a quienes se acercaban a él. Lo conocí la mañana en que los reporteros acompañamos a don Adolfo Ruiz Cortines, quien salió por la puerta principal de la residencia de Los Pinos, hacia la Escuela Primaria “El Pípila”.

Era domingo 6 de julio de 1958. Mañana soleada. Ambiente tranquilo en el Distrito Federal. “El Viejito”, como popularmente llamaban al presidente, iba a votar. Fueron elecciones federales. El Partido Revolucionario Institucional postuló al abogado Adolfo López Mateos, “un toluco” nacido en Atizapán de Zaragoza, que recibió más de seis millones de votos. Su oponente, el recordado don Luis Héctor Álvarez Álvarez, quien apenas logró rebasar los 700 mil.

Duelo de titanes en la sucesión
La sucesión presidencial que comenzó en octubre de 1957 registró un hecho que no ha vuelto a darse. Ruiz Cortines jugó con los aspirantes que participaban, sembrando dudas en cada paso para decidir su preferencia. Al mismo tiempo, Humberto Romero, Pancho Galindo Ochoa y Álvaro González Mariscal pusieron el colorido, sostuvieron un duelo de espadachines.

Humberto cumplió doble tarea. Jefe de prensa en la Secretaría del Trabajo, a cargo de López Mateos, y el presidente Ruiz Cortines lo nombró secretario de prensa de la Presidencia de la República. González Mariscal era el jefe de prensa en la Secretaría de Agricultura, cuyo titular era el nayarita Gilberto Flores Muñoz. El tercero en el tablero se llamó Francisco Galindo Ochoa, el aguerrido, respetado, temido y buen amigo, Don Pancho Galindo, quien dedicaba su tiempo para promover a Flores Muñoz.

El caso es que Humberto y Pancho, excelentes amigos, hicieron su juego. González Mariscal también trabajó a favor de su jefe. Llegó el día de la toma de posesión de López Mateos. Humberto inició su etapa más relevante: secretario particular del presidente de la República, convirtiéndose en pocos meses en el hombre de todas sus confianzas. González Mariscal asumió la responsabilidad de la oficina de prensa presidencial. Don Pancho siguió con sus desayunos en el restaurant del Hotel María Isabel y enfrente, en otro edificio, tenía su despacho desde donde se movían los hilos de la política nacional.

Romero Pérez estaba en los cuernos de la luna. Concentraba en su oficina la atención para todos los que solicitaban audiencia con el jefe, presentaban proyectos, buscaban contratos y, por supuesto, los que deseaban una posición política. El poder hizo que Humberto fuese llamado, entre políticos y periodistas, “vicepresidente”. Cuando terminaba el sexenio, le preguntaron al presidente López Mateos, ¿A qué se dedicará señor presidente… “Voy a administrar los bienes de Humberto”, ¡jajaja!

No todo es felicidad en la vida. Humberto llamó “Tribilín” al secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz. En los siguientes seis años Romero Pérez no podía ni debía sacar la nariz. “Es un apestado”, decían. Los que lo caravanearon, adularon y lo llenaban de regalos, desaparecieron. Pasados los años estaba con mi esposa Esther Lilia en el restaurant Rondinella, en el debut del argentino Marianito Mores y su Clan. Descubrí la presencia del licenciado Romero Pérez con su esposa Alicia Gudiño y “El Flaco” Rodríguez Valenzuela. Abrazos y muchos recuerdos

Durante varios domingos nos reuníamos a comer en la casa de Ricardo Hurtado. Bohemia romántica. Un día Humberto nos leyó el poema que le escribió a su querida esposa, Licha, con motivo de sus Bodas de Plata. Todos lloramos. Saludos a su hijo, el doctor Alejandro Romero Gudiño.

Hoy se cumplen 15 años de la partida de este gran mexicano, que nos heredó un libro de anécdotas titulado “Los Dos Adolfos”. En los últimos años compartí varias veces el desayuno con mi entrañable amigo. Recuerdo que nos acompañaron Severo López Mestre, Servando González Muñoz, Julio Camelo Martínez, Rafael Corrales Ayala y Jorge Eduardo Pascual, entre otros.

De seminarista a “monero”
En México, desde el Siglo XIX la caricatura crítica, política, sarcástica, ha tenido representantes muy brillantes. En el reciente pasado los cartonistas, “moneros” como se les llama cariñosamente, florecieron en las páginas de diarios y revistas.

Una breve lista: Abel Quezada, Ernesto “El Chango” García Cabral, Rafael “La Ranita” Freyre, David Carrillo. Raúl Moysén, Ramón Rossas, Emilio Abdalá, Marino y Osvaldo Sagastégui, Rafael Viadana, Jorge Carreño y su heredero Luis Carreño.

A esa lista agrego el de un ilustre michoacano que, además de dibujante, caricaturista, fue un historietista inigualable, sin menospreciar al maestro Gabriel Vargas, creador de “La Familia Burrón”.

Sí, Usted lo recordará, Rius.

Eduardo del Río García, joven zamorano, dejó el seminario que no era lo suyo. Por una de sus obras, “El Perfecto Manual del Ateo”, se ganó, sin reproche, la excomulgación de la Iglesia Católica.

Bueno, pues decidió firmar como Rius y sus primeros cartones aparecieron, en 1950, en la revista, Ja Ja, que en los años cincuenta causó furor. Para unos era una publicación de “mal gusto” y otros la calificaron de “no decente”. La verdad, dominaba la mojigatería. Revista semanal de caricaturas “con el humorismo mundial”.

Pronto sus caricaturas estaban en las páginas de Siempre, El Universal, Ovaciones, La Jornada y en La Prensa, donde conocí al afamado autor de Los Supermachos y Los Agachados.

Alfonso Arau llevó al cine la película Calzonzin Inspector, con los personajes de Los Supermachos: Don Perpetuo del Rosal, el cacique; la beata Doña Eme, el burócrata Don GeDeOn (Gustavo Díaz Ordaz), el inconfundible policía El Lechuzo y otros más.

Merecedor de premios, reconocimientos y homenajes, Rius se retiró a su casa en Cuernavaca, donde falleció el 8 de agosto de 2017. También compartió créditos con sus colegas Ángel Zamarripa Landi (Fa Cha), Alberto Huici y Vicente Vila.

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