Ciudad de México., septiembre 1 de 2018.- Caminar entre los aromas de un rico café, recién preparado, o entre las máquinas que muelen el grano para convertirlo en el bebestible, como le llaman los sudamericanos a este agradable producto de la fértil tierra, es una imprecisiòn que sólo quienes se deleiten con él lo pueden apreciar en toda su dimensión, al poner gusto, vista, olfato y tacto con ese producto milenario, de reconocimiento internacional.

El café es una bebida que se disfruta desde el amanecer hasta altas horas de la noche, cuando ha superado el estigma de que tomarlo a altas horas de la tarde genera insomnio, lo cual es cierto en ciertas personas para quienes la cafeína es un dolor de cabeza.

Pero no para todos. La mayoría lo disfruta en una amena charla con los amigos, la pareja; en familia o en solitario, sobre todo, cuando se acompaña con un cigarrillo (y aquí que me perdonen quienes detestean el olor al tabaco; están en su derecho), porque un café sin cigarro es como un abrazo sin beso, sostienen los románticos que aún quedan en este mundo robotizado y totalmente materialista.
Bien. La estampa citada se tuvo este fin de semana en la Expo Café, que en su version número 20, realizada de la Ciudad de México, se agregó similar evento del chocolate, dos de las esquisiteces que al buen mexicano siempre lo acompañarán hasta la tumba.

En las expo cafés pasadas los asiduos visitantes a estas ferias conocieron los primeros avances de la elaboración y comercialización del bebestible y sus múltiples presentaciones, más allá del café americano, el café de olla, café con leche, la especialidad de los chinos, o el café capucino.
Ya, en décadas anteriores, el desaparecido Instituto Mexicano del Café (Inmecafé) había puesto en moda otras formas de disfrutar la bebida. El beso de ángel, café con amareto, café con brandies y otras tantas presentaciones que ilusionaban la mente y el paladar.

Actualmente, existen tantas formas de preparar y disfrutar este aromático como estilos ocurrentes salen de la mente de los baristas, una especialidad que ya tiene carta de naturalización en el mundo.

Dos, tres, cuatro y hasta cinco horas no son suficientes para disfrutar el recorrido por los estands que ofertan lo mismo granos, máquinas, formas de prepararlo y múltiples degustaciones de esta bebida, que trascienden los sueños perennes del ser humano en una casi realidad, porque su aroma transporta hacia mundos ideales que son sólo imaginables entre quienes, entre taza y taza, lo mismo componen el mundo (que otros maloras descomponen todos los días), discuten las tesis doctorales de la política local o nacional, leen algún buen libro, sueñan con volar como las aves, cuentan las gotas que una a una deja caer la pertinaz lluvia y hasta añoran tiempos pasados cuando el hombre se hablaba de tu a tu con los dioses.

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