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miércoles, abril 24, 2024

No. 5 Un mundo sin manzana

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El 21 de enero de 1564 —seis meses antes de la muerte del artista— durante el pontificado de Giovanangelo D’Medici (Pío IV en la historia vaticana), derivada de las discusiones y acuerdos signados por la Congregación del Concilio de Trento (Convocado por Papa Paulo III, en 1542 e iniciado en 1545 para cerrar sus sesiones en 1563 —presidido en la secuencialidad por tres Papas: Paulo III, Julio III y Pío IV— con temas de discusión vitales para la Iglesia Católica de su momento: La escisión de la Iglesia por la reforma protestante, la Justificación, los Sacramentos, la Eucaristía, el Canon de la Sagradas Escrituras y otros temas y diversas disposiciones disciplinares),  “… reservó un papel destacado al arte, como medio de divulgación de la enseñanza religiosa, pero al tiempo lo constriñó a la más estricta interpretación de las escrituras, otorgando al clero la tarea de vigilar la correcta observancia de los preceptos católicos por parte de los artistas”, así, dictaminó “cubrir” las figuras obscenas pintadas en la Capilla Sixtina por Michelangolo Buonarroto. Esta agresión oficializada a las manifestaciones del arte pictórico —en lo tocante a la exposición del cuerpo humano— era la continuidad a la imposición en el uso pudibundo de las hojas de parra en los desnudos esculpidos, tallados al alto o bajo relieve, expuestos en las representaciones religiosas o profanas que, en los intereses de lo humano demuestran, en síntesis, que el mundo autoritario y prejuiciado es sólo uno.

“Tras el Concilio, el catolicismo contrarreformista censuró la desnudez. Un claro ejemplo es la orden del papa Paulo IV en 1559 a Daniele da Volterra de cubrir con ropas las partes íntimas de las figuras del Juicio Final de la Capilla Sixtina realizadas poco antes por Miguel Ángel —por esta acción Volterra fue llamado desde entonces il Braghettone, «el calzones»—. Poco después, otro papa, Pío V, encomendó la misma tarea a Girolamo da Fano, y no contento con esto Clemente VIII tenía deseos de eliminar por completo la pintura, aunque, por fortuna, fue disuadido por la Accademia di San Luca. Desde entonces, la Iglesia católica se encargó con esmero de cubrir las desnudeces de numerosas obras de arte, bien con telas o con la famosa hoja de parra, la planta con la que Adán y Eva se taparon después del pecado original…” es.wikipedia.org/wiki/Desnudo… consultado el 29 de febrero del 2016.

Esta Asamblea, clausurada por tercera y definitiva vez, el 4 de diciembre de 1563, definió —entre otros puntos— al pecado original manifiesto en el cuello de los hombres y la condenación de las mujeres a parir dolorosamente con avisos mensuales.

Un Adán del periodo gótico es hasta ahora la única figura desnuda al tamaño natural realizada durante el siglo XIII, preservada en el Musée National de Moyen Âge (Musée du Cluny—El Museo Nacional de la Edad Media) retirada de su emplazamiento original en el crucero sur de Note-Dame, en París, hala con su mano izquierda una tripleta de hojas de parra con las cuales oculta sus genitales, misma solución en pro de la discreción empleada en el relieve del “Pecado original” en el Palacio del Dux, donde interpuesta una higuera y sin una mirada entre ambos, la primera mujer ofrece el fruto (un higo) arrancado del tronco que les separa y del cual pende una serpiente con su cabeza inclinada hacia el lado de Eva, a la que, simétricamente y al igual que su compañero en el desliz, una hoja del árbol cubre “sus vergüenzas”.

manazana-depre-924En el retablo (1412) conservado en el Musée de Vicq, obra de Ramón de Mur, el fruto que Adán come frente a una Eva sonriente y en aparente charla con la serpiente, es una esfera rojiza, más parecida a una ciruela grande que a la infamada manzana, en tanto, en un óleo sobre madera, en el políptico de Gante —obra de 1432 de Hubert y Jan Van Eyck— Eva sostiene con su mano derecha un extraño fruto —casi objeto— mientras con su mano izquierda oculta su sexo y, mediante la dirección de su brazo, destaca el vientre grávido.

A inicios del siglo XVI (1507) Albretch Dürer finalizó dos tablas pintadas al óleo (81.0 x 209.0 centímetros cada una de ellas, Museo del Prado) en las que representa en una a Adán y en la otra a Eva. El primero de ellos sostiene con su mano izquierda la rama de un manzano con el fruto del que parte un vástago hasta el centro de la composición para cubrir con sus hojas el sexo del padre primigenio, Eva, por su parte, recibe de boca de la serpiente la manzana que propiciará la maldición y caída de la pareja paradisiaca, a su vez, del tronco en donde enreda su cuerpo el reptil brota una rama que recorre la espalda baja femenina y que con un giro propiciado por la mano derecha de Eva, con cuatro de sus hojas cubre el pubis de la mujer.

No deja de parecer curiosa la representación de Joachim Patinir en asociación con Quentin Massys  o Metsys (óleo sobre tela de 173.0 x 155.0 centímetros) denominada “Las tentaciones de (¿a?) San Antonio Abad”, en el que tres damas (¿las Gracias?) incitadas por una vieja ((¿una bruja?) ofrecen una manzana al santo.

En el acervo del Museo del Prado consta “El juicio de Paris”, obra realizada mediante el óleo en formato horizontal (379.0 x 199.0 centímetros) por Peter Paul Rubens. En dicho trabajo, el artista flamenco otorga eje de la composición a Paris —segundo hijo del rey Príamo de Troya y de Hécuba— esposo de Enone y raptor de Helena esposa (algunos la definen simplemente por mujer de…) Menelao hermano del irascible Agamenón. Páris es el personaje/juez ofrece una manzana a Afrodita para elegirla por la belleza entre las bellas, determinación atestiguada por Mercurio y suscitadora de un profundo odio de la resentidas Hera y Atenea asociadas en la intervención y caída de Ilión ante la violencia aquea.

(Imposibilitados para menguar el sufrimiento y las vejaciones a Casandra ni evitarle la prematura inmersión en el sombrío Leteo al inconmensurable Héctor ¿qué sería de la literatura occidental sin la tragedia de la ciudad solar? Faltándonos la Ilíada no surgiría el canto de Eneas con el final trágico de Dido; sin los homéridas y los rapsodas no habría Virgilio, todas las artes —-compendio del hacer humano— mostrarían una realidad insospechada donde faltaría la gran “Comedia” y el invaluable poema miltoniano.)

“Las tres gracias” (en griego “Cárites”) hijas de Zeus con Aeglas (el Cielo y la Aurora), o con Hera, o con Eurínome: Aglaya (la brillante), Eufrosine ((la alegría del corazón) y Thalía (la que hace florecer las plantas) son representadas con una manzana sostenida por las tres. Al Jardín de las Atlántidas, espacio de las siete hijas de Atlas y Hésper (la estrella de la tarde trastocado el nombre en Vesper —de donde vespertino— Hespérida, la España para los ítalos, el planeta Venus, es la luminaria celeste identificada con Lucifer) lo protegía un dragón de cien cabezas al que vencerá Hércules para robarles las manzanas de oro.

Un respetable libro de arte deberá incluir una buena dosis en representaciones pictóricas, escultóricas o fotográficas amparadas con el término de “bodegones” en los que no faltará, a riesgo de insipidez, de menos, una manzana predominante en la composición.

La manzana es un bocado que esconde lo impronunciable, la sujeción, un intento gráfico para mostrar/ocultar al individuo su capacidad en conjunción a la entidad que le acercará por un instante efímero a la verdad etérea, a su consciencia de semidiós. Es el sexo, el pecado, el ocultamiento, la triada vital y vergonzante, una realidad pronunciada entre susurros y párpados abatidos, degradado en el hervor de la concupiscencia que al tiempo predeterminado socialmente será ofertado en la almoneda social.

La achatada esfera encumbre bajo el eufemismo el destello primero de la capacidad volitiva en el hombre iniciado por Varona. Encripta a la transmutada serpiente en el humanoide cornudo, fétido de azufre, adornado malamente con la cola punzante y posado sobre sus patas de pezuña hendida, juglar noctámbulo que enronquecido pregona a los sordos y muestra a los ciegos la victoria de la carne por sobre el diáfano espíritu.

En “El proceso de individuación”, Marie-Louise von Franz (“El hombre y sus símbolos”, Carl Gustav Jung, Editorial Aguilar) anota: “La figura de Eva es la mejor simbolización de la primera etapa (de las cuatro en el desarrollo del ánima), la cual representa relaciones puramente instintivas y biológicas. La segunda puede verse en la Helena de Fausto: ella personifica un nivel romántico y estético que, no obstante, aún está caracterizado por elementos sexuales. La tercera está representada, por ejemplo, por la Virgen María, una figura que eleva el amor (eros) a alturas de devoción espiritual. El cuarto tipo lo simboliza la Sapiencia, sabiduría que trasciende incluso lo más santo y lo más puro”.

Las hadas suelen dar una manzana al ser que conocen. El fruto posee poderes maravillosos (una manzana al día recomiendan los nutriólogos) y la ficción para los espíritus cándidos resalta el hecho fortuito para nombrar “manzana” a las elucubraciones newtonianas.

El psicólogo y psicoanalista austriaco Bruno Bettelheim (Viena, 1903 – Los Ángeles, 1990) en su Psicoanálisis de los cuentos de hadas (Ediciones Culturales Paidós, S. A. de C. V. en su sello “Crítica”), en el espacio correspondiente al cuento “Blancanieves” (página 285) asienta: “En numerosos mitos, así como en los cuentos de hadas, la manzana simboliza el amor y el sexo, tanto en su aspecto positivo como peligroso. La manzana que se ofreció a Afrodita, diosa del amor, dando a entender que era la preferida de entre las diosas, provocó la guerra de Troya. Por otra parte, la manzana bíblica fue el instrumento que tentó al hombre a renunciar a la inocencia a cambio de conocimiento y sexo. Aunque Eva fuera seducida por la masculinidad del macho, representada por la serpiente, esta última no podía hacerlo todo por sí sola: necesitaba la manzana, que en la iconografía religiosa simboliza, también, el pecho materno. En el pecho de nuestra madre todos nos sentimos impulsados a formar una relación y a encontrar satisfacción en ella. En la historia de ‘Blancanieves’, madre e hija comparten la manzana. En este relato, lo que dicha fruta simboliza es algo que la madre y la hija tienen en común y que yace a nivel incluso más profundo que los celos que sienten la una de la otra: sus maduros deseos sexuales.

“Para vencer el recelo de ‘Blancanieves’, la reina corta la manzana por la mitad y se come la parte blanca —¿canibalismo ritual?—, ofreciendo a la muchacha la parte roja, es decir, la mitad ‘envenenada’. Ya se nos ha hablado repetidamente de la doble naturaleza de Blancanieves: era blanca como la nieve y roja como la sangre; su ser consta de dos aspectos, el asexual y el erótico. El hecho de comer la parte roja (erótica) de la manzana significa el fin de la ‘inocencia’ de Blancanieves…”

Blanca Nieves roe su manzana envenenada durante las noches postinfantiles y Martha Chapa signa en cada cuadro el goce inmaculado de ser “uno” en la dualidad aceptada: elección libre y razonada que en la otredad trasciende la vulgar razón de ser por y para sí en la unicidad de dos.

“A esa muchacha que fue piel de manzana

se le quebró el corazón de porcelana.

Se le bebieron de un trago las sonrisas;

la primavera, en ella, corrió prisas.”

 

Joan Manuel Serrat. (Piel de manzana, 1975)

Mientras sobre el plato del reproductor gira el “Álbum blanco” (denominación que en lo coloquial pierde la redundancia) adornado con la media manzana, Bieletto sintetiza el discurso con un brindis por la libertad con el vaivén de la copa llena, que al final, su vejiga diabólica no le exigirá el consabido y muy humano abandono momentáneo a las delicias del jugo de manzana fermentada. Y hojea que ojea, encuentra en Amberlain: “… es seguro, esotéricamente, esa seta, la Amanita muscaria, es el misterioso fruto del Jardín del Edén. En Plaincouralt, cerca de Mérigny (Indre, Francia), ella es la que, engrandecida desmesuradamente, y del tamaño de un árbol, sostiene a la serpiente enrollada, flanqueada por Adán y Eva, que velan sus sexos con las manos…” para desengañarnos finalmente y maldecir este farragoso resultado y, aunque duela, es una mínima parte del reguero que deja la manzana en la historia impuesta y aceptada.

REMATE

En latín, el adjetivo peyorativo o demeritante “malus” y el propio del manzano “mâlus”, era cabalmente distinguible de acuerdo a su pronunciación ya que poseían diferentes longitudes vocálicas: malus poseía una pronunciación rápida y mâlus, larga.

Es durante el siglo III en que el latín pierde esta cualidad y ante ello el habla popular utiliza el eufemismo pomum que en un principio sólo significaba fruta. En Italia, para diferenciar al fruto del término malo cambió a “melo”.

…pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, ciertamente morirás. Génesis 1, 16-17

… de ligno autem scientiae boni et mali ne comedas in quocumque enim die comederis ex eo morte morieri.

Al parecer, la confusión surge de una interpretación equívoca del vocablo y con ello legar un mordisco al jugoso fruto del manzano como el motivo determinante para el sufrimiento de los humanos en este “valle de lágrimas”.

Por mientras y en tanto surge tesis, antítesis y síntesis con respecto a qué era en realidad aquel fruto prohibido que nos deja un tono rosado en las mejillas, un sartal de suspiros sin control y la indomable inquietud corporal, hasta donde sea posible, comamos una manzana al día —con todo y corteza, recomiendan los nutriólogos—, será benéfico para el cutis y favorecerá la digestión.

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