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Cuando Joy Womack tenía siete años, le dijo a su madre que algún día se convertiría en una bailarina del famoso Ballet Bolshói. En 2009, a los 15 años de edad, Joy tuvo la oportunidad de cumplir su sueño.

Hace poco tiempo Womack fue entrevistada por un pasante de ShareAmerica, Douglas Namur, en un café de Moscú. A continuación se incluye una versión resumida de la historia de Womack en sus propias palabras.

¿Tienes el mundo a tus pies?
Creo que Rusia ha sido siempre un lugar misterioso para mí. Influyó en mi vida a causa de mis abuelos. En los tiempos de la Unión Soviética, mi abuelo fue fundador y redactor de la revista Scientific American. Esto lo llevó a trabajar en estrecha colaboración con Sergey Kapitsa (del popular programa científico de larga duración en la televisión rusa llamado “Evidente, pero increíble”).

Cuando comencé a practicar ballet, a los siete años de edad, le dije a mi mamá que algún día iba a ser solista en el Teatro Bolshói. Ella me respondió: “¡Por supuesto que no!”

Solía creer que el ballet era simplemente algo que hacías después de clases. Todo cambió cuando, a los siete años, fui con mi madre a ver El lago de los cisnes interpretado por el Ballet Bolshói y aquel día, ella me contó que ese era el trabajo de aquellos bailarines. Entonces, yo estudiaba en [Los Ángeles] al estilo estadounidense, en un tipo de “sueño americano”. La versión [estadounidense] de la historia perfecta es ser elegida para formar parte del Ballet de Nueva York y convertirse en una bailarina profesional, vivir en la zona superior oeste (Upper West Side, en Manhattan) y trabajar en el Lincoln Center.

Sin embargo, eso cambió cuando cumplí los 12 años y nos mudamos a Austin [Texas]. Allí en el medio de la nada, mi madre logró encontrarme una profesora rusa. Aquella mujer me ayudó a establecer mis prioridades. Un día me preguntó: “¿Quieres bailar en Estados Unidos o quieres tener el mundo a tus pies?”

Luego de trabajar con ella fui aceptada en la Academia Kirov de Washington. Vivir en esa ciudad durante dos años fue una experiencia increíble. Me hizo ver qué es lo que quería; me abrió los ojos al multiculturalismo. También me hizo comprender que ser artista es algo que puede beneficiar a la comunidad.

Una oportunidad ansiada
Pero luego de dos años en Washington, sentí que ya no tenía un desafío por delante. Fue entonces cuando viajé a Nueva York para asistir a una lección magistral impartida por una profesora que venía de visita del Bolshói. Inmediatamente después de la clase, la profesora me preguntó si deseaba unirme a la escuela.

Aunque tenía 14 años, sabía que esa era una oportunidad que no se repetiría. Y yo ya había perdido varias oportunidades. En el ballet, tienes que crecer precozmente. Tu niñez termina rápido. Recuerdo cuando mi familia viajaba a festejar el Día de Acción de Gracias mientras yo debía quedarme a practicar para bailar en El cascanueces. Pero era una niña singular: me gustaba el dolor, me gustaban las ampollas, me gustaba el sacrificio. No fue difícil para mí. En cierto sentido, lo deseaba.

En aquel entonces, otras opciones eran el “American Ballet Theatre” y otras escuelas o maestros privados de ballet a las cuales podría haber asistido o que me habrían podido enseñar. Sin embargo, yo buscaba un lugar que me otorgara una ventaja. Al mismo tiempo, estaba haciendo algo para lo cual no existen manuales. Eso era posiblemente lo más aterrador. No había nadie a quien pudiera acudir para que me aconsejara.

Cuando les mostré a mis padres la invitación para ir a Moscú, se mostraron un tanto dubitativos, pero sabían que era una oportunidad que yo no dejaría pasar. No había más opción que ir.

La mudanza a Moscú parecía, más bien, parte de un proceso de algo que había deseado toda mi vida.

Un titular en el New York Times, una mudanza a Rusia
En Washington aprendí una pequeña parte de lo que hacen aquí en Rusia; eso es lo que me permitió venir. Cuando llegué aquí, bailaba con estudiantes de tercer año, algo sin precedentes. Mi maestra me presionaba más que a las muchachas de la clase de graduación. Estaba poniendo su reputación en juego. Yo ni siquiera hablaba ruso en esa época.

Si miro al pasado, no diría que yo era “especial”, pero sí puedo decir que trabajé duro. No tuve las facilidades que tuvieron otras muchachas, así que necesitaba dedicar mi tiempo para compensarlo.

El artículo del New York Times fue publicado poco después de mi mudanza [a Rusia] y tuvo un papel clave en la configuración de la dinámica de mi situación en Moscú. A los 15 años, estar en la portada del New York Times aumentaba la presión y me hizo darme cuenta de que ahora las expectativas estarían puestas en mí. Aun así, agradezco esa presión. Me ayudó a definir quién era y me hizo conocer el mundo de las redes sociales, los medios y entender que crear contenido y contar tu historia es fundamental para tu misión.

Al fin y al cabo, sabía que si lograba mudarme, estudiar y desarrollar mi capacidad para bailar, tendría “todas las de ganar” en la competencia. Mi mayor temor no era Rusia; era el fracaso. El miedo al fracaso fue mi motor durante los siguientes tres años. Fue mi motivación durante el segundo año, cuando deseé abandonarlo todo. Y durante el tercero, cuando me dije a mí misma: “¿Qué sentido tiene esto?”; mi gran motivación era el miedo.

Lo que me trajo hasta aquí y lo que me ha mantenido aquí es el hecho de que me asusta mucho aquello con lo que no me siento cómoda. Siempre quiero progresar y superarme. Le temo a todo lo que sea agradable y fácil.

El Bolshói hace a la bailarina
El Bolshói me convirtió en una bailarina. Trabajé duro y esperé mi oportunidad, la cual finalmente me llegó a los 17 años. Debuté como bailarina principal en la producción del Bolshói de La Fille Mal Gardee (La niña malcriada). Tuve la oportunidad de representar a Rusia en el exterior. Eso es algo que nunca olvidaré.

Dicen que hay un camino fácil y un camino difícil. Pero en Rusia, sólo existen el camino difícil y el muy difícil. Tomé muchas decisiones y realicé muchos sacrificios personales para ser parte del Bolshói.

No podría estar más satisfecha por cómo han resultado las cosas, porque ahora puedo llevar la frente en alto cuando voy al Bolshói. Una vez regresé, vi a mi antigua maestra, y ella me dijo: “Siempre supe que eras una buena bailarina. Deberías regresar”.

En la actualidad, Womack está preparándose para el estreno de “La bella y la bestia” en la Compañía de Ballet del Kremlin, en el corazón de Moscú. Sin embargo, su trabajo aún la lleva por todo el mundo. Mientras se prepara para la competencia de verano 2017 en esa ciudad, también colabora con el ballet nacional de Cuba.

Sigue los viajes de Joy Womack por Moscú y más allá en Instagram.

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