Cuando la memoria es corta

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Los primeros rayos del sol cruzaban el firmamento. Era un día común como cualquier otro. Mañana fresca cercana al cambio inexorable del tiempo cuando el verano se niega a irse del todo y el otoño apenas asoma su rostro en lontananza.

Madres y algunos padres de familia corrían presurosos llevando de la mano a sus hijos a la escuela; los oficinistas se abrían paso entre el tráfico agobiante matinal o parados en largas filas en espera (casi desesperante) del transporte público que los llevara a sus centros laborales. Las amas de casa saludaban y platicaban con las vecinas mientras iban al mercado a comprar los ingredientes para preparar la comida. No había prisa. Era temprano. La mañana aún era virgen, podría decirse.

De pronto. A las 07:19 horas todo cambio. Una tremenda sacudida cimbró a la ciudad de México, en especial el Centro, ombligo capitalino y Meca de la mayoría de los habitantes que, al menos, una vez al año, todos se dirigen a ese lugar para realizar compras o sencillamente a pasear.

Un terremoto de 8.5 grados derrumbó, como torres de arena, edificios construidos para albergar habitantes, oficinas, talleres, fábricas y todo lo que significa las fuerzas vivas de una pujante ciudad moderna y con futuro promisorio.

Fue el cruento terremoto del 19 de septiembre de 1985. Habían pasado casi tres décadas que, igualmente, un movimiento telúrico echó a tierra al Ángel de la Independencia, uno de los símbolos más querido de los capitalinos.

Ese hecho sismológico dio origen, como respuesta, al movimiento social más importante de la segunda mitad del siglo pasado. Fue, como todo lo espontáneo, sin líderes visibles, pero con la fuerza tremenda social que algunos pensadores franceses llamaban elan vital.

Por supuesto, no había celulares, ni redes sociales, sino televisión en los medios urbanos y radio, en los rurales. Ambos eran los contactos con los que se comunicaba el mundo. En los medios de comunicación el télex era la última palabra, pero estaba reservado sólo para estos quehaceres.

Casi tres décadas después. Igual, un 19 de septiembre, pero de 2017, al filo del mediodía, otro sismo, de menor intensidad, volvió a sacudir a la Ciudad de México. La respuesta fue similar al anterior evento sismológico, aunque ahora jugó un papel importante la tecnología y los integrantes de la oficina gubernamental de Protección Civil, creada poco después de los sismos del 85.

En ambos casos, los movimientos telúricos sucedieron a sólo dos días de que se presentara el desfile militar, conmemorativo de la Independencia de México, donde el imán lo constituyen las Fuerzas Armadas que exhiben todo el poderío militar ante la población, cuyos niños ven alelados el paso marcial de las fuerzas castrenses, como símbolos de salvadores de la Patria.

Curiosamente, el desfile militar del pasado 16 de este año, presentó una nueva faceta: menos militarización y más sociedad civil, en especial integrantes de Protección Civil. Tal vez, un preámbulo inconsciente de que México ha dado un paso más en la prevención y atención de respuesta a ese tipo de fenómenos naturales, de los que México sabe perfectamente que se repetirán, aunque, hasta ahora, no sabe cuándo ni en dónde.

Para refrescar esa memoria que, por lo común, es corta entre la población en general, mañana se realizará en esta capital un magnosimulacro que recuerde a todos que, como sostiene la conseja popular milenaria: Dios siempre perdona; el hombre, a veces; la naturaleza, nunca.

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