Rojo/oriente

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En lo inmensurable te mira Itzamná, Señor del cielo, el día y la noche;
guiaron tu hacer nuestro abuelo y nuestra abuela [i],
recorriste más de ochenta ciclos de luz en la tierra
y después los nueve estratos del Xib’alb’a ―el lugar de la oscuridad―
presididos por los señores de las tinieblas;
ahumaste la Ceiba de cada uno de los cuatro rumbos
sostenidos por los Bacabes;
¿Ya viste la luz de los 13 niveles?
¿El esplendor de la residencia de los Oxlahuntikú [ii]
chispea en tus ojos?

 

Aquí permanece la tierra surgida del mar, todo lo que fue tu alegría y contento,
tus valles y montañas, la noche del jaguar, el día del quetzal;
el día del fuego, la noche de luna y tormenta;
la estrella de la tarde y la del amanecer aún destellan en nuestro calendario;
sube la mirada por cada uno de cuatro lados de la montaña de piedra,
por ti sahumamos la bocaza sagrada ―ingreso y salida del inframundo―,
todavía nos asombra el bullir de vida en el espacio nutricio del sagrado maíz,
en el de la lluvia, en el del aire de vida, en el del soplo nefasto y destructor;
constriñe el ánimo Huracán (fuego, viento, tempestad) con su cola de serpiente,
―relámpago, sendero de luminosidad, golpe del rayo―: corazón del cielo;
en sueños vibra el aroma del cenote receptor para la ofrenda venerable;
Chaac [iii], Kukulcán; el cielo azul, el árbol celestial; el agua pura,
el barro para la creación y sustento… todo aquí te espera ¡Señor!
te aguardan los guerreros con su plumaje vibrante,
tus sacerdotes guardianes; todos son tus cautivos/emisarios
―corazones dispuestos―;
en la tierra del faisán, del venado, de la serpiente de cascabel [iv]
con sus ríos nutricios, los espejos de agua ancestral ―vientre materno―.
Va hacia el infinito en tu busca y honra la traza blanca del sagrado copal,
porque todo viene, todo desaparece, todo reverdece,
viene la tarde y una ligera llovizna
y al bajar el sol preguntamos al sabio de los números:
¿Vendrá mañana?
¿Todavía lleva en la boca el viento húmedo y el aliento del espíritu?

 

Aquí es la tierra de los hombres del maíz, de los veneros de agua,
la de un instante de vida, la de las nubes erantes,
la de los herederos de Ma’ya’ab,
la del radiante K’inich Jana ab’ Pakal [v], con su cinturón de cráneos
y el sabor de la guerra en los labios;
el que mirara de frente las cosas del cielo y de la tierra,
el que viajó teñido de rojo “al lugar de los desvanecidos”
en donde le esperaba Tz’ak-b’u Ajaw [vi]
y la familia de los dioses frente a Ah Puch “El Descarnado”,
el Gran Señor surge de la tumba con rumbo al lugar de la divinidad
entre el gorjeo de las múltiples aves,
de la región de los nueve señores resurgirá revitalizado,
rostro y cuerpo en rojo, semejará a los Señores Ixbalamqué y Hunahpú [vii],
y una vez más ―resplandeciente K’inich Jana ab’ Pakal―,
en el espacio del juego de pelota te veremos triunfar,
miraremos contigo el transcurrir del tiempo en espera de la restitución
mientras la estrella de la mañana brillará con esperanza renovada.


[i] Xpiyacoc y Xmucané, los “guardianes de los días”, de lo que fue, es y será.
[ii] Los Señores del supramundo.
[iii] Dios antiguo con nariguera en forma de gancho. Dios agrícola relacionado con el agua, la lluvia, el relámpago y el trueno durante el preclásico y clásico
[iv] Música, presagio funesto y promesa de recuperación,
[v] El protegido de los Dioses. Escudo del sol radiante.
[vi] En algunas fuentes aparece también con el nombre de Ahpo Hel (o Ahpo Ilel). Durante la temporada de campo durante el año de 1994 dirigida por los arqueólogos Arnoldo González Cruz y Fanny López Jiménez, el grupo de investigadores encontró una rica sepultura en la subestructura del Templo XIII en Palenque, a un lado del Templo de las Inscripciones en donde el 11 de abril de 1949, el doctor Alberto Ruz Lhuillier rescatara la tumba de Pakal. En la tumba estaban los restos de la conocida con el sobrenombre de “La Reina Roja”, el cuerpo de una mujer sacrificada y el correspondiente al de un niño. Queda provisionalmente y con mayor certeza que los restos corresponden a Tz’ak-b’u Ajaw, esposa de Pakal.
[vii] Ixbalamqué, restituido a la vida en el Sol y Hunahpú resurgido en el de la Luna llena.

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