Jorge Herrera Valenzuela

Ciudad de México, 11 de marzo de 2020.- Después de que las mujeres han demostrado que tienen poder de convocatoria y que actuaron sin líderes, sin apoyo, sin colores tricolores, blanquiazul, amarillo y negro, naranja o verde, sin acusar a los tres niveles de gobierno, algunas voces no tardaron en minimizar las manifestaciones del domingo pasado, realizadas en no menos de 60 ciudades y el paro nacional del lunes. También hubo quienes consideraron como lo más destacado de la marcha, en la Ciudad de México, el vandalismo de mujeres y hombres vestidos de negro y encapuchados, irrumpiendo en avenidas y calles o a las que atacaron física y verbalmente a las jóvenes policías.

Es muy lamentable que sea una realidad el marcado divisionismo, entre los mexicanos, propiciado por el tabasqueño que no cesa en asegurar que los conservadores “son los que le mueven el tapete” para quitarlo del poder. Él es quien en sus intrascendentes “mañaneras”, y desde Palacio Nacional, insiste en que “se prepara un golpe de Estado”. A ningún mexicano le pasa por la mente tan absurda idea, porque el país saldría perdiendo más de lo que se encuentra estancado, frenado y obstruido por el propio gobierno.

Un “Golpe de Estado” no lo organizan los civiles o los miembros de las ONGs, tampoco grupos políticos y ni los ahora autollamados “anarcos”. Un suceso de esa naturaleza siempre es resultado de las fuerzas militares y de ello hay pruebas irrefutables en los países latinoamericanos, siendo uno de los más recordados el de Augusto Pinochet contra Salvador Allende, en Chile; otro ejemplo es el que subsiste en Venezuela, Hugo Chávez y su heredero Nicolás Maduro.

Nuestro Ejército, surgido en 1913 como Constitucionalista, ha sido, es y continuará siendo la institución más respetada por todos los mexicanos, pese a que en los últimos 14 años, tres presidentes han convertido a nuestros soldados en policías, encomendándoles labores fuera de los cuarteles y para las cuales no se alistaron en filas ni estaban preparados. Pero la lealtad militar está plenamente ratificada, sin que se desconozca que militares de alta graduación han hechos comentarios y críticas, pero nunca incitando a movimientos en contra de las autoridades constituidas.

Para nadie es un secreto que los mexicanos estamos viviendo una división de opiniones y de criterios, pero todos, los ciento treinta millones, estamos ciertos de que la situación sería más grave, en todos sentidos, si algo le sucede al presidente de México o si hubiese una rebelión. Cierto es que los movimientos de los últimos días no son de protesta contra del gobierno federal, sino de exigencia para que actúe integralmente y garantice la seguridad a las mujeres y, por supuesto, también a los hombres.

Hace cincuenta y un años lo que comenzó como una pelea callejera entre estudiantes politécnicos y los de una escuela particular, se convirtió, al paso de dos meses, en el movimiento estudiantil que concluyó violentamente la noche del 2 de octubre de 1968. Esa noche el divisionario Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional, ante la grave situación, ratificó la lealtad del Ejército Mexicano al presidente de la República. Se dejaban escuchar voces en el tenor de que los militares asumirían el mando del país.

En el siglo pasado tres presidentes fueron víctimas de la violencia. El renunciado Francisco I. Madero fue asesinado por órdenes del usurpador Victoriano Huerta. El presidente en funciones Venustiano Carranza murió acribillado en su disputa electoral con Álvaro Obregón, quien siendo presidente reelecto cayó por las balas que le disparó José León Toral, durante un banquete que le ofrecían por su triunfo.

Pregunta para meditar:
¿Por qué los asesores, consejeros, amigos o colaboradores directos, no influyen para que el presidente López Obrador haga otro tipo de comentarios en relación con los inconformes?

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