Jorge Herrera Valenzuela
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Usar cubrebocas es disminuir contagios y muertes

Ciudad de México, 10 de febrero de 2021.- Han transcurrido 26 meses del sexenio y no entendemos que el tabasqueño que vive y despacha en Palacio Nacional, desde el martes 3 de julio de 2018, marcó la pauta y demostró ser un hombre muy inteligente para el manejo de su imagen. Lo más importante para él es que todos los días los medios de comunicación, columnistas, articulistas, editorialistas, así como caricaturistas, lo mencionen. Le da igual que lo critiquen o lo aplaudan. Lo importante es que se hable de él.

Recuerdo que con frecuencia el maestro Vicente Lombardo en sus conferencias, con sus alumnos y en sus instructivas pláticas, repetía que en la vida deberíamos siempre de considerar ese aspecto. “Que hablen de uno, bien o mal, pero que hablen, no que lo ignoren”. Palabras, palabras menos, era lo que llegué a escuchar del ilustre hombre nacido en Teziutlán, Puebla.

Aquel martes 3 de julio, el presidente Enrique Peña Nieto, la verdad no sé por qué, invito al candidato de Morena para que visitara el despacho presidencial. El aún no declarado oficialmente, candidato triunfador, se dio el lujo de convocar a una conferencia de prensa en el mismo sitio en que lleva más de 540 “conferencias mañaneras”, el antiguo, solemne y bello que conocimos como el Salón de la Tesorería de la Federación, en el ala norte de Palacio Nacional y próximo a la Puerta Mariana.

El presidente de México es un hombre que, como decimos popularmente, se pinta solo. No es publirrelacionista. No le interesa que lo desdibujen, le apremia que no haya vacío. Quiere ocupar todo el espacio posible en los diarios, en la televisión, en los noticieros radiofónicos. Eso le permite manipular todas las situaciones, procurando tener a la mano “otros datos”, acusando, sin pruebas, de corruptos a los exfuncionarios, en campaña contra los cinco anteriores presidentes. Dividiendo y calificando a los mexicanos de conservadores. Vapuleando a la prensa “fifí” y llamándola “hampa del periodismo” y a sus seguidores, como los llama, integrantes del “pueblo sabio y bueno”.

Sabe el tabasqueño que sus “mañaneras” lo dan a conocer en el mundo, aunque lo critiquen severamente. Está seguro de que cuantas veces ataque, contradiga e insulte, tendrá presencia en la prensa impresa, en la radio y en la televisión, “porque el presidente siempre es noticia”.

Detener una gira de trabajo para saludar, de mano, a la mamá de un superdelincuente, lo ve como atención a quien le dio vida a “don” Joaquín Guzmán Loera. Ha sido enfático al recordar que “yo fui quien ordenó liberarlo”, en relación Ovidio Guzmán López, a quien busca la justicia norteamericana por narcotraficante.

Se hace “de la vista gorda” cuando le piden que intervenga para que un presunto violador de mujeres no sea candidato de Morena a gobernador en Guerrero. El hombre de Palacio Nacional argumenta que “eso es del partido y yo no intervengo”. En Morena, afirman que mientras el presunto candidato no reciba sentencia penal, lo apoyarán.

Su Covid-19 y la difusión
Comentar que el actual jefe del Ejecutivo Federal no requiere de un vocero y mucho menos de una costosísima oficina de Comunicación Social está claramente comprobado por las medidas tomadas por él mismo desde la tarde del domingo 24 de enero cuando, utilizando las redes sociales, anunció, informó o comunicó que estaba contagiado del coronavirus Covid-19 y que se recluía en su departamento en Palacio Nacional, donde recibiría toda la atención médica. A su lado, estaría su esposa, y el hijo de ambos se iría vivir con unos familiares para no ser contagiado.

Esa primera muestra presidencial indica que el político nacido en Macuspana, Tabasco, no requirió el servicio de su vocero ni del personal de Comunicación Social. Prefirió ir directo al “pueblo sabio y bueno”. Es su fórmula para impactar, para mantener una comunicación directa con sus seguidores. Los comentarios en pros y en contra no tardaron en inundar las redes sociales. Eso es lo que siempre desea y obtiene.

La tarde del viernes 29 de enero frente a las cámaras de la televisión apareció el primer tabasqueño que es presidente de México. Tenía 6 días de haber iniciado su reclusión. Lo grabaron recorriendo los pasillos de Palacio Nacional. Se cubría con un abrigo negro. No llevaba cubrebocas. Dedicó el tiempo para enviar un mensaje y, entre otras cosas, dijo: “Ahora me presento con ustedes para que no haya rumores, malos entendidos, estoy bien, aunque todavía tengo que guardar reposo”.

Tampoco se acreditó ese mensaje a Comunicación Social. Obvio tuvo difusión nacional, lo mismo sucedió el 4 de febrero cuando otra vez, “sorpresivamente” el presidente fue captado cuando caminaba por los patios de Palacio Nacional y dicen que de lejos saludaba a las personas que lo veían.

No, categórico, usará cubrebocas
El tabasqueño sabe, mejor que nadie, los pasos que debe de dar para no ser ignorado. Mide con precisión el manejo de su imagen, como lo comenté en párrafos anteriores. Es el primer gobernante, que no mandatario, dispuesto a no viajar al extranjero porque, ha dicho, prefiere atender los problemas nacionales. Su único viaje internacional fue a Washington “para platicar con su amigo” Donald Trump.

Retornó a cámaras y micrófonos el pasado lunes 8. Nada nuevo, nada noticioso, nada impactante. Bueno, sí hubo algo. Le preguntaron que si después de lo sucedido usará el cubrebocas y con aplomo, sin duda alguna, contestó con un rotundo “¡No!” y antes había manifestado: “Ni modo de que me quedara todo el tiempo encerrado, no se puede vivir encerrado. Me cuidé, guardé mi sana distancia, pero me tocó”.

Fresco, fragante, bien peinado, reapareció frente a su cotidiano auditorio. Las malas lenguas no callaron esa misma mañana, ahí en el Salón de la Tesorería. Recordaron que Diego Fernández de Ceballos cuando volvió de su secuestro, también “se veía enterito”.

Pregunta para meditar:
¿Qué diremos los que llevamos once meses en confinamiento. El hogar está convertido en “oficina de trabajo” y otro espacio es “salón de clases”?

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