Marichuy y el estructuralismo

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2018 será un año eminentemente político en México. En julio, se celebrarán los comicios federales para elegir presidente de la República, renovar el Congreso federal y varios gobernadores y alcaldes municipales, entre ellos, por primera vez, los correspondientes a la Ciudad de México que pasó a ser una especie de Estado federado, pero no totalmente.

Los candidatos de los principales partidos políticos que participarán en esta justa electoral ya andan en campaña (precampaña le llaman en el ámbito político administrativo, pero nadie cree en eso. Todo mundo sabe, incluyendo los participantes y el pueblo, en general, que son campañas), al igual que la nueva denominación: candidatos independientes que sólo son “independientes” de nombre, porque, al menos, los que aparecerán en las boletas electorales provienen de partidos políticos y sus estructuras están en estos institutos políticos.

Sin embargo, dentro de este último grupo, sobresale la única que podría ser realmente independiente, la vocera del Consejo Indígena de Gobierno (CIG), María de Jesús Patricio Martínez, Marichuy, como le llaman su seguidores e impulsores, una indígena nahua del Estado de Jalisco, con amplia trayectoria entre la insurgencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (Ezln).

Desde este punto de vista, Marichuy se convierte en la auténtica candidata independiente que, indiscutiblemente, debería aparecer en las boletas electorales de este año, aun cuando el número de firmas de adhesión esté todavía, todavía, lejos de la cifra marcada como necesaria por las autoridades político-electorales (INE).

De lograr el objetivo, que, además, convendría al sistema político mexicano, por lo que significa el ser indígena y formas parte de “los de abajo”, abonaría mucho a la nueva visión de la política mexicana que, cada vez, se perfila hacia la modernización de sus estructuras político-electorales y suma grupos que antes carecían de representación en la lucha política.

El Estructuralismo
El estructuralismo es una teoría filosófica, surgida a partir del análisis del lenguaje, que se aplicó posteriormente a toda la actividad humana, incluyendo la política. Es obra de Ferdinand de Saussure, quien en su “Curso de lingüística general”, en 1916, dio origen a esta teoría.

“En general, es un enfoque filosófico que trata, de un modo, de afrontar las ciencias humanas, analizar un campo específico como un sistema complejo de partes relacionadas entre sí. Por tanto, en términos amplios y básicos el estructuralismo busca las estructuras a través de las cuales se produce el significado dentro de una cultura”.

De acuerdo con esta teoría, “el significado es producido y reproducido a través de varias prácticas, fenómenos y actividades que sirven como sistemas de significación (estudiando cosas tan diversas como la preparación de la comida y rituales para servirla, ritos religiosos, juegos, textos literarios y no literarios, formas de entretenimiento, etc.)”, sintetiza la Wikipedia.

Agrega que “la novedad que introduce el estructuralismo no es la idea misma de estructura, ya presente de forma continua a lo largo del pensamiento occidental, sino la eliminación en ella de un concepto central que ordene toda la realidad, como sucedía con las ideas platónicas”.

El iniciador y más prominente representante de la corriente fue el antropólogo y etnógrafo Claude Lévi-Strauss (década de 1940), quien analiza fenómenos culturales como la mitología y los sistemas de parentesco. Durante los años 1940 y 50, la escena filosófica francesa se caracterizó por el existencialismo, fundamentalmente a través de Jean-Paul Sartre, apareciendo también la fenomenología, el retorno a Hegel y la filosofía de la ciencia, con Gastón Bachelard.

Cuando en la década de 1960 Sartre se orienta hacia el marxismo, surge un nuevo modo de pensar: el estructuralismo. Claude Lévi-Strauss inicia este nuevo movimiento, basándose en las ideas de la etnología. Más tarde, le seguirán Jacques Lacan en el psicoanálisis, Louis Althusser en el estudio del marxismo y, finalmente, Michel Foucault, desde un punto de vista muy crítico con las ambiciones estructurales, refiere la Wikepedia.

La idea base de esta teoría se asienta sobre el concepto de estructura, considerando que es la responsable de organizar y ordenar una serie de fenómenos y, más precisamente, de clasificarlos.

Sostiene que existe un conjunto de reglas establecidas en la comunidad y en los planos político y social, entre otros campos, que influirán en cualquier valoración que se realice, en tanto, esta situación conlleva a que los acontecimientos se entiendan y tomen sentido en ese sistema estructural vigente y compartido por los integrantes de la comunidad en cuestión y que sirve como parámetro para comprender dichos fenómenos que se suceden.

De alguna manera, podría decirse que el estructuralismo nos brinda una serie de patrones que la mayoría conoce en cuanto a su estructura, componentes y funcionamientos, entre otros aspectos, sin siquiera importar el tiempo en que ocurren para ser analizados.

Su impacto fue tal que, incluso, un destacado grupo de teólogos y estudiosos de la religión católica llevó a la práctica esta teoría, en especial, en América Latina, donde, según su visión, “vivía en pecado mortal por sus estructuras anticristianas”. Estos pensadores dieron origen a la Teología de la Liberación y a los sacerdotes obreros, existentes en algunas regiones latinoamericanas, quienes intentaron modificar las viciadas estructuras oprimentes de la sociedad.

La tesis que exponían y defendían era la siguiente: “Si un santo llega a dirigir la iglesia con estructuras viciadas, estas estructuras corrompen al santo; por el contrario, si un corrupto llega a dirigir la iglesia santa, este corrupto corrompe la iglesia”, por lo cual, decían: “Para un cambio verdadero deben modificarse las estructuras y los individuos, al mismo tiempo”.

Marichuy y el estructuralismo
Este es el caso de Marichuy. Al menos, ese es su ideario, aunque su objetivo no sea, esencialmente, ganar las elecciones federales y, en consecuencia, acceder al poder, según lo expuesto desde su nominación, a finales del año que acaba de terminar.

Gracias a la información permanente y puntual que, a diario, recibimos del gran amigo Agustín Ávila, conocemos que ese principio de “elan vital” de Marichuy no ha variado ni un ápice.

Para ella, no sólo hay que cambiar de hombre o siglas partidistas en la Presidencia de la República, sino también las estructuras oprobiosas que mantienen en el anonimato a los grupos indígenas y a millones de mexicanos que identifica como “los de abajo”, en contraposición a “los de arriba”, que son quienes detentan el poder.

Así, Marichuy se convierte en el imán para todos esos núcleos que, hasta ahora, han carecido de tribuna y hasta de receptores que escuchen su voz.

Para estos grupos que, al menos, en el sector indígena sumarían entre 10 a 15 millones de mexicanos (El dato no es exacto, porque aún el Instituto Nacional de Geografía y Estadísticas =Inegi= se mueve dentro de una banda política que evita la claridad de los números) ven en ella la posibilidad de hacerse oír, a pesar de que también históricamente y por usos y costumbres entre estos grupos étnicos existen divergencias entre sí.

“Hoy luchamos por la tierra y también por el poder”
La consigna anterior fue el grito de batallas que, por años, lanzó a los cuatro vientos Jenaro Domínguez, un líder indígena veracruzanos con relativa ascendencia entre grupos étnicos de Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Estado de México. Se le conocía como “El Jarocho”, por su gentilicio (así se les conoce a los nativos del Estado de Veracruz, y Jenaro es veracruzano), con su inseparable arenga: Meshica, tiagüi, que en español quiere decir: Mexicanos, adelante, y que acostumbraba enmascarar la estatua de Cristóbal Colón que se ubica en el corazón de Paseo de la Reforma, la céntrica avenida que divide entre norte y sur a la Ciudad de México, mientras lanzaba una serie de improperios contra los conquistadores españoles.

“El Jarocho” desapareció de la escena político-reivindicatoria de los grupos indígenas cuando surgió el subcomandante Marcos y su Ezln, en Chiapas.

Marichuy tendrá que llevar a la práctica ese grito de “El Jarocho”. No sólo hacer visible la realidad de “los de abajo”, porque ellos esperan una respuesta real y concreta a sus deseos y derechos, olvidados por centenas de años.

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