Si usted está inscrito en alguna de las múltiples organizaciones sociales a través de la internet, por ejemplo: change.org/mexico o similares, en algún momento le saturará la mezquindad humana.

En un sistema económico con modelo de competencia tal cual lo vivimos, en la escuela, para los recién ingresados y para los que sólo conservamos el nombre de cuatro o cinco preceptores, el aroma peculiar de dos o tres salones (mezcolanza de polvo, viruta de lápices, papel y cascaras de frutas) en donde uno alguna vez fue un tanto feliz, en ese espacio, la calificación comprendía el comportamiento social y el apoyo entre humanos. Aprendimos y aprehendimos a respetar la propiedad del otro para exigir respeto a las mínimas posesiones personales, incluido el espacio vital y la seguridad de nuestras personas. Un trabajo complejo era una consecuencia de la preparación, de la experiencia, de los afanes y puntualidad para el desempeño de una actividad en la que aportaríamos el esfuerzo a la vez que era parte de las jerarquías valorar cabalmente los méritos de cada cual en el ocupación elegida. El tiempo corrigió ésas y otras afirmaciones “indiscutibles”.

Con la disponibilidad de aparatos de comunicación humana la distancia/tiempo reducidas a un fragmento en el cual ya no queda ni rastro de sorpresa, las aplicaciones, con toda la ventaja tecnológica, con la fuerza para enaltecer lo humano crea también el soporífero para la insatisfacción.

Con el acercamiento y disponibilidad de la tecnología aplicada en el medio de la comunicación humana uno posee el ágora para manifestar las inconformidades de manera personal o grupal con sólo aceptar nuestra firma electrónica en contra —sumamente escazas en favor— de actividades humanas, que, en busca de beneficios económicos y “políticos” menosprecian la vida en su unidad para afectar irracionalmente la Vida en su totalidad: la destrucción de arrecifes, manglares, arboledas, ríos, mares, “hielos eternos”, bosques, caza de animales de gran tamaño o la destrucción de hábitats para pequeñas especies, la demanda inducida por alguna de las especies florales o vegetales para adorno temporal según dicten quienes manejan el apetito de la moda o con el engolado discurso de corresponder a una necesidad humana, etcétera.

Si hay solicitudes que en ocasiones las rebasó el quehacer humano otras quedan en expedientes a orear en un día específico del calendario para tal o cual medida de corrección o ya de menos de recordación. Lo lamentable en incontables casos es que hay documentos abiertos para contrarrestar el daño y la insistencia en los afanes de explotación emborrona todo el esfuerzo social en favor del bien común.

Pero, en donde uno encuentra la miseria humana personalizada es en esa “chispeante” novedad denominada “selfie” que si quedara para exhibición inocua de las gracias personales… No así cuando por el afán de sumar un número cada vez mayor de recepciones el ingenio individual vulnera la seguridad y existencia de seres cuya indefensión ante el poderío del “rey de la creación” les provoca dolor, heridas y hasta la muerte. Es sabido y multiplicada la imagen del gracioso personaje que en búsqueda de sus segundos de fama provocó la muerte de un pequeño delfín, la aberrante realidad en la quema de un perro por la diversión de quien supeditó la vida del animal a su deseo de trascender, el sacrificio de un gato en favor de la fama efímera, las aptitudes del hábil cazador a fin de publicar lo más bajo y esclavizaste de sus pasiones porque realiza y muestra quién es y lo qué puede, de quien en conjunto subyuga agresivamente a otro ser para declarar abiertamente hasta dónde el humano por contagio llega en la violencia cuando el respeto por el otro o por lo otro no es materia para la vida.

En esas “selfies” no hay escapatoria para tortugas, gatos, aves, elefantes, hormigas, moscas, gusanos, peces… para nada vivo hay una oportunidad para aceptar o no participar y aparecer en tales tribunas. Hablamos de justicia social cuando nos hiere la cercanía de su omisión pero, cuando algún fin recreativo nos vuelve graciosos es cuando la finalidad justifica el medio.

En nuestros días en que la violencia del humano contra el humano desprotegido es cosa consubstancial a la experiencia cotidiana, cuando un tipejo pide que no lo interrumpan la lectura del periódico hasta “ver cómo se chingaron a ese pendejo”, el tormento y la muerte de un animal, de un árbol son cosa menor si en ello encontramos realce a una vida anónima y pobre, que nada sabe ni le importa qué es La Vida y cuáles son los méritos de la vida en su unidad más pequeña y endeble.

Que la risa sea un don que diferencia al hombre de los animales es algo para encumbrarnos no para ejercer con bajeza en la que no hay calificativo para sacudir un cúmulo de inconsciencia en el sopor de la ignorancia. Y esto queda manifiesto en todas las capas sociales, en quienes imposibilitados por un exiguo ingreso desean ser alguien aunque sea por unos segundos, en las capas altas cuyos títulos ostentan escudos y firmas de universidades con prestigio, en los pulimentados por sus “dotes artísticas” y cabezas coronadas, que, si en ocasiones no son están en el rubro de las “selfies” sino en el correspondiente a fotografías para el álbum personal y exhibición de su nivel mental, si ostentan la aberrante sonrisa del depredador en procura del letargo para subyugar el tedio inherente a sus altas responsabilidades.

Muchas veces abruma la solicitud para una firma en pro de alguna causa social, un golpe de dedo en la tecla derecha del ratón (o mouse, si lo prefiere) quizás, esperanzadoramente quizás cambie la realidad de alguien que sufre y éste alguien comprende a todos los seres vivos con derechos escritos o no, por el gran significado de ser una representación de lo que disfrutamos: la Vida.

 

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