Camus debe morir

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A Albert Camus (1913/1960), escritor, novelista, dramaturgo periodista y Nóbel de Literatura 1957, lo conocí en los lejanos años de la década de los 60s del siglo pasado. Fue a través de la colección de revistas «Protagonistas de la Historia», que puso al alcance de todo mundo las biografías de los más grandes personajes que, hasta ese momento, se encontraban en los anales de la historia universal.

Como estudiante, me enamoré de su pensamiento. Eran los tiempos cuando en Europa hacía revolución el pensamiento existencialista y, como reflejo, en universidades y centros de educación superior de América Latina se hacía eco de su visión, aunque en forma muy restringida.

Obras como El extranjero, La Peste, Calígula, El Malentendido y otras más exponían con claridad meridiana lo que eran esos tiempos que cuestionaban todo el pensamiento occidental, desde sus cimientos mismos, debido a las dos guerras mundiales que destruyeron todo lo realizado.

¿Qué caso tenía levantar de nueva cuenta a Europa?, era el pensamiento de los jóvenes de la posguerra. «Mis padres trabajaron duro, se esforzaron como pocos y se privaron hasta de lo mínimo, para un mejor futuro para nosotros», decían. «Y todo para que una maldita guerra acabara con nuestros sueños, esperanzas e ideales», agregaban.

Por eso, veían con pesimismo el futuro. O, al menos, sin las esperanzas del bienestar individual y social.

En este humor general y social las obras de Camus daban una luz de esperanza. Su pensamiento básico tiene como fundamento lo absurdo de la vida, como parte de la filosofía existencialista, aunque él negara que perteneciera a esta corriente de pensamiento.

El 2 de enero de 1960, cuando Camus viajaba, junto con su amigo y editor, Michel Gallimard, de regreso a París en la carretera de Borgoña, murió en un accidente automovilístico, debido a que Gallimard conducía a gran velocidad su Facel Vega en una recta, amplia y sin obstáculos.

Una llanta del auto reventó. Camus iba a la derecha del conductor. «El encontronazo con un árbol fue tan violento que el vehículo se partió en tres pedazos. Camus fue a parar a los asientos posteriores. Su muerte fue instantánea», contaba el corresponsal de ABC en París, Federico García-Requena, en una crónica titulada «La muerte, imprevista y absurda, de Albert Camus», en fechas recientes.

Siempre se pensó y se creyó eso. Nadie cuestionó nada, pero el pasado 31 de enero ese hecho dio un giro de 180 grados. Resulta que Camus fue asesinado por los rusos, según la nota de Giovanni Catelli, poeta y narrador italiano: «Camus deve moriré» se había publicado en Italia en el 2013 y generó una gran polémica.

La tesis de Catelli es que «la muerte de Camus en 1960 no fue un accidente automovilístico, como se dijo en su momento, sino un asesinato planeado por la KGB. La orden la habría dado Shepilov, ministro de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, al que Camus había acusado de matanzas durante la invasión a Hungría en 1956. La investigación de Catelli comienza a raíz de una nota en los diarios de un escritor y traductor checo, Jan Zábrana, que su viuda pudo finalmente publicar después de la revolución de terciopelo de 1989, que terminó con el comunismo en Checoslovaquia. En su diario, Zábrana refiere la confesión de un hombre muy informado al que conocía bien que afirmaba que el accidente de Camus había sido una operación y no obra del destino».

Camus había formado parte muy brevemente del Partido Comunista en Argelia, «pero fue expulsado por su pensamiento autónomo. Luego vivió en Francia. Formó parte de la resistencia francesa a la ocupación alemana. Militó incansablemente en defensa de la libertad, denunció las injusticias de la dominación francesa en Argelia y se pronunció en contra de cualquier tipo de sociedad totalitaria, ya fuera de derecha o de izquierda. Condenó la invasión soviética a Hungría y presionó para que las Naciones Unidas votasen en contra de la ocupación rusa. En suma, Camus era un intelectual incómodo, un espíritu crítico independiente y peligroso para cualquier poder totalitario, porque en una época en la que los intelectuales tenían mayor peso sobre la opinión pública fue incansable en su lucha contra todo atropello a las libertades del hombre», dice la información citada.

«Catelli, especialista en la cultura de Europa del Este aporta innumerables razones por las cuales Camus debía morir. Describe la situación internacional de la posguerra, la guerra fría, la dominación rusa de la Europa oriental y la manera en que el régimen comunista solía deshacerse de los personajes molestos incluso en el extranjero, relatando la planificación de los asesinatos de muchos opositores que algunos ex agentes rusos contaron tras su deserción con lujo de detalles. La mayoría de esas muertes se disfrazaron de accidentes o de muertes naturales», agrega la información.

Indica que «Catelli reproduce párrafos enteros de los artículos que Camus publicó en revistas y diarios y extractos de los discursos en que denunció las bajezas del poder. Para Camus, nunca el fin justifica los medios. Un hombre carismático, una mente lúcida, contundente, y en las antípodas del cinismo que impera hoy en día, con el actual oscurantismo de la posverdad».

Explica que «sí, es difícil entender un accidente a plena luz del día en una ruta recta, ancha y poco transitada. Más difícil todavía, que rápidamente se archivara el asunto como un accidente automovilístico más, sin llevar adelante ninguna investigación; sobre todo por ser Camus un personaje destacado de la cultura y la política». Tras la publicación del libro en Italia, aparecieron nuevos testimonios que corroboran la versión del atentado a través de distintas fuentes, lo que dio lugar a nuevas investigaciones que se publican, por primera vez, en esta edición (2017) en español.

«El estilo de Catelli es muy personal, con frases muy largas o muy cortas, con digresiones reflexivas, metáforas y recursos estilísticos propios del escritor poeta. Una muy buena traducción del italiano de Pablo Ingberg, traductor de inglés, italiano, griego y latín de larga trayectoria».

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