Ciudad de México, 3 de mayo de 2019.- El asesinato de un viejo velador de una obra en desarrollo desata una pesquisa que revelará más que al culpable, una serie de múltiples acciones que rodean la actividad de la albañilería en México. Tal es el argumento de la obra de teatro del escritor Vicente Leñero narrada en “Los albañiles”, texto que cambia su profesión de ingeniero civil a escritor.

La narración citada captura comportamientos, modos de hablar y rasgos sociales de este sector que coloca a los albañiles como uno de los representantes de la realidad socioeconómica del mundo laboral del estilo mexicano de la clase trabajadora.

En México, existen, poco más de 2 millones de albañiles, de quienes el 99.6 por ciento son hombres y 0.4 por ciento de mujeres que, en fechas recientes, han ido escalando labores que antes sólo eran considerados propios de los varones.

Los albañiles (macuarros, es el término que usan entre ellos para autodesignarse) conforman un grupo de trabajadores muy especial. Metafóricamente, la albañilería destaca visiones del poder, desigualdad social y naturaleza humana ante la alienación de las grandes ciudades.

Generalmente, son jóvenes que muestran en la construcción de las obras todo el músculo del poder humano, viven sólo los momentos, disfrutan su trabajo y tiene un amplio sentido del humor.

El 3 de mayo, celebración católica del Día de la Santa Cruz, es un día de fiesta para ellos. Sus rituales inician muy temprano, al colocar una cruz cristiana en lo más alto de la obra que adornan con motivos referentes a la festividad, elaborados con papel de china, cantan las mañanitas y desde muy temprano conviven con el ingeniero de la obra y los maestros albañiles, quienes son sus jefes, en el trabajo cotidiano.

Hay, por supuesto, suculento almuerzo que proporciona el dueño de la obra, cerveza, música, familias y mucha alegría. Es día no laborable para ellos, sino de disfrute familiar y entre sus amistades.

No siempre están sujetos a horarios fijos, ni mucho menos, a sueldos, sino que ellos se los fijan en base a la oferta y demanda de este tipo de trabajo. Tienen sus horas de recreo y, por lo general, los lunes no trabajan o lo hacen a medias sólo, porque el fin de semana es de diversión personal y familiar.

Les encanta jugar al futbol e improvisan campos, porterías y hasta balones con lo que tienen a la mano, una especie de reciclaje o de economía circular, como llaman ahora los economistas al aprovechamiento de los materiales que ya cumplieron una primera función.

También sus esposas son mujeres jóvenes y son padres de familia, igualmente, jóvenes.

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