Zapata como marca comercial y política

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Ciudad de México, 13 de abril de 2019.- Hasta hace pocos años, era común ver deambular por los pasillos de la Confederación Nacional Campesina (CNC), la mayor organización político agraria de México, a Mateo Zapata, hijo de Emiliano (Miliano, le decían sus amigos y conocidos) Zapata, el gran santón del agrarismo mexicano.

Mateo se mostraba siempre tranquilo, aunque meditabundo. Nunca ocupó algún cargo representativo dentro de las dirigencias de la CNC; tampoco algún liderazgo en las 20 organizaciones de productores que la central campesina tenía en esos tiempos. Recibía algún apoyo económico. Nada más.

Fuera del mundanal ruido político burocrático federal, Mateo, que había nacido el 21 de septiembre de 1917 en la Hacienda de Temilpa Viejo en Tlaltizapán, Morelos, en 1980, fue delegado de la Agraria Mixta en Morelos.

Su biografía es escueta. Fue el hijo menor de Miliano. Tenía sólo dos años de edad cuando perdió a su padre. Los gobiernos locales le ayudaron para estudiar en Cuernavaca, donde cursó la primaria y un año de secundaria. Luego obtuvo una beca para estudiar en Chapingo (Universidad Autónoma Chapingo, centro de estudios superiores en agronomía y ciencias afines), pero después se le dijo que no sería posible y que tendría que estudiar en la escuela de agricultura de Ciudad Juárez. Tampoco fue posible. Regresó a Cuautla decepcionado y solicitó una parcela para trabajar su tierra.

Fundó el Movimiento Nacional «Plan de Ayala», según él, para continuar los postulados del Plan Zapatista en el siglo XX. Más de 30 años estuvo al frente del Instituto Pro Veteranos de la Revolución del Sur, en el que se dedicó a rescatar la memoria histórica de la Revolución Mexicana y a fortalecer organizativamente y dar asistencia a las viudas de los militantes y soldados zapatistas del Ejército Libertador del Sur.

Mateo Zapata se alejó de la política partidista, ya que, según sus palabras: “El sistema político mató a mi padre, ¿por qué voy a estar con ellos?”, sostienen sus biógrafos. Tampoco participó en ninguna de las actividades oficiales en homenaje a la Revolución Mexicana. Falleció el 10 de enero de 2007 en Cuautla, a consecuencia del deterioro de su estado físico a la edad de 89 años.

Mateo, al igual que otros familiares de Miliano, no disfrutó de las glorias ni de los beneficios que obtuvieron algunos descendientes de los máximos exponentes del movimiento revolucionario mexicano de inicios del siglo pasado. Tal vez, por eso, se acuñó la frase común en los medios burocráticos de la política agrarista: “De nada valió tu sacrificio, Zapata”.

Por el contrario, otros fueron los beneficiarios de ese nombre hasta convertirlo en una marca, lo mismo comercial que política. O ambas.

Zapata heredó su nombre e ideales a una multitud de organizaciones político agrarias que siempre se han cobijado con la marca Zapata. Al igual, lo han hecho cineastas, opositores políticos al régimen en turno, cancioneros y hasta un conjunto musical rockero, llamado La Revolución de Emiliano Zapata.

Desde luego, la máxima expresión de la rebelión semidomesticada de finales del siglo pasado: El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (Ezln), acudió a la figura de Miliano para sorprender a México el 1 de enero de 1994, precisamente el día que entró en vigor el tratado comercial de América del Norte, denominado Tlcan.

El miércoles pasado se celebraron los 100 años del sacrificio de Zapata. Como cada año, hubo discursos al por mayor, algunas manifestaciones, declaraciones de todo tipo, pero la situación para los campesinos de México permanece igual o casi igual que cuando el Caudillo del Sur se levantó en armas.

La alternativa de solución a los problemas de casi 2 millones de campesinos, algunos de ellos simples jornaleros agrícolas a quienes la “Revolución no les hizo justicia” (ni les hará) es el trabajo en Estados Unidos: irse de mojados, espalda mojada, en el lenguaje de antaño: migrantes, en la versión de los últimos años.

“Zapata vive” es la consigna de muchos manifestantes en estos tiempos. La gritan a su paso por las principales avenidas urbanas, pero también viven (o, tal vez, sobreviven) miles de familias campesinas que, como los descendientes de Miliano, aún esperan justicia 100 años después.

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