Subrepresentación femenina en espacios de influencia

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María Caridad Araujo*

Washington, D. C., 29 de julio de 2020.- Hace un tiempo el economista brasileño Claudio Ferraz analizaba las razones tras la baja participación de las mujeres en política y por qué es importante. La crisis del Covid-19 me hizo recordar ese artículo y volver a leerlo y valorarlo. En el contexto del manejo de la crisis generada por el coronavirus, hemos visto en los últimos meses numerosos análisis que destacan el mayor éxito en lo referente al control de los primeros brotes de la pandemia de los países liderados por mujeres.

Algunos elementos que coincidieron en las estrategias implementadas en estos países fueron el despliegue de recursos y respuestas enérgicas inmediatas hacia el tema sanitario. La aplicación de medidas asertivas para prevenir contagios, el trabajo cercano entre los formuladores de política pública y la comunidad científica, y las exitosas estrategias de comunicación con la población que lograron una adherencia a las medidas preventivas y movilizaron esfuerzos individuales a favor del bienestar común.

Representación en el debate público
Aunque hay mucho que comentar sobre este tema, hoy quisiera enfocarme en este último aspecto, la importancia de contar con voces y perspectivas diversas en los espacios de debate público y la participación política. Este es un aspecto en el cual el mundo y la región tienen todavía mucho trabajo por delante. Los datos hablan por sí solos.

Un informe elaborado en 2015 por el Harvard Business Review identificó que las mujeres representaron apenas un 19% de las voces expertas en los noticieros y apenas 37% de las personas que trabajaban como reporteros eran mujeres. Es inevitable que la identidad y experiencia individual del narrador afecte la selección de las historias que cuente y su manera de contarlas. Por ello, no sorprende que un análisis en más de 100 países realizado por ONU Mujeres revisando las historias en la prensa escrita, la radio y la televisión, confirmara que un pesado 46% de éstas reproducen los estereotipos de género mientras que apenas 6% promueve la igualdad de género. De igual forma, la participación femenina en los trabajos gerenciales de los medios es minoritaria: los hombres siguen ocupando tres cuartas partes de estos roles – en base a un análisis de más de 500 organizaciones noticiosas.

Las voces femeninas se encuentran subrepresentadas incluso en la industria del entretenimiento: menos de 1/3 del diálogo en las películas corresponde a personajes mujeres. Y este tema no solamente es evidente con respecto a las voces femeninas – las mujeres constituyen la mitad de la población del mundo. Lo es también cuando hablamos de diversidad sexual o étnica. No se diga la casi total ausencia en la participación de las voces de las personas con discapacidad en estos espacios. No solo que las voces representadas afectan los temas que se tratan y el enfoque de cómo se los aborda, además establecen una norma social sobre quién constituye una voz experta y eso afecta las aspiraciones de niñas y personas de otros colectivos diversos para ocupar estos espacios.

Liderazgo femenino en medios de comunicación

¿Qué podemos hacer para cambiar esta tendencia?
Una noticia alentadora es que cada vez prestamos más atención a esta inequitativa participación de voces diversas en los medios de comunicación y espacios de opinión y de construcción de la política pública. Por ejemplo, el Reporte de Monitoreo Global de los Medios provee información sistemática sobre las voces que se encuentran representadas en ellos y, al cuantificar las inequidades, permite visibilizarlas y genera una conversación alrededor de éstas. Estas son condiciones necesarias para empezar a actuar en función de un cambio y para constatar el progreso hacia una representación más equitativa de voces diversas en los medios.

Desde nuestros espacios, hay muchas cosas que podemos empezar a hacer. Aquí algunas ideas.

• Empecemos por tener conciencia sobre el problema y hacer un esfuerzo intencional por diversificar las fuentes de consulta que empleamos en nuestro trabajo y nuestra vida diaria. Por ejemplo, si somos profesores universitarios, revisemos ¿cuántas de las lecturas en nuestro pensum de estudios son escritas por mujeres? Si organizamos una mesa redonda o un seminario, asegurarnos de que haya una participación balanceada de perspectivas y voces diversas en este.
• Si nos invitan a contribuir a una iniciativa (un panel, un libro, un conversatorio), exijamos a los organizadores que éste cuente con perspectivas y voces de mujeres y otros grupos diversos.
• Otra manera de enriquecer las voces a las que escuchamos es a través del material que consumimos. A qué escritores y escritoras leemos y recomendamos. Los artistas cuyo trabajo apreciamos. Los periodistas y editorialistas a los que seguimos con regularidad.

Nuevos espacios
A pesar de que he vivido más de 20 años fuera del Ecuador, leo a diario las páginas editoriales de los dos periódicos más grandes de mi país, El Universo y El Comercio. De todos los artículos de opinión, apenas hay uno a diario -si alguno- escrito por mujeres. Por eso me entusiasman mucho las iniciativas de varias redes de medios y plataformas de periodismo digital, como la de Voces Expertas, de Gk.City en mi país, que se propone armar un directorio de mujeres latinoamericanas especialistas en distintas áreas científicas y técnicas que facilite la labor de diversificar las voces consultadas por los medios.

Mi sobrina noruega de 6 años no se perdió ni un minuto de las dos conferencias de prensa televisadas ofrecidas por la primera ministra, Erna Solberg, para los niños de ese país, en las cuales, con claridad, paciencia y empatía, respondió a las inquietudes que le expresaban los propios niños sobre Covid-19 y sus efectos en las vidas de los más jóvenes. Me llena de esperanza pensar que ella y otros niños y niñas de su generación están creciendo con ejemplos de liderazgo como el de Solberg en sus vidas.

* Jefa de la División de Género y Diversidad del BID, donde dirige esfuerzos para mejorar el acceso a servicios de calidad, las oportunidades económicas y fortalecer la voz y la representación de las mujeres, los pueblos indígenas, los afrodescendientes, las personas con discapacidad y la comunidad Lgbtq +. Como Economista Principal de la División de Salud y Protección Social del BID trabajó en programas de desarrollo infantil y de combate a la pobreza. Fue docente en la Universidad de Georgetown y trabajó en el Banco Mundial. Tiene un doctorado en Economía Agrícola y de los Recursos Naturales de la Universidad de California, Berkeley.

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