Caminantes venezolanos huyen de una crisis paso a paso

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Washington, D. C., 14 de febrero de 2019.- Carlos, Anthony y Danny, que llevan seis días seguidos caminando, ni siquiera van a mitad de camino de su ruta de 640 kilómetros hasta Medellín (Colombia), donde esperan que un amigo de la familia les ayude a encontrar trabajo.

En el centro de Venezuela, donde eran vecinos, Carlos trabajaba como mecánico, Anthony en un banco y Danny, de 17 años, aspiraba a ser barbero.

Sin embargo, sus vidas se vieron estancadas mientras veían su ciudad desmoronarse como consecuencia de la crisis económica que sigue deteriorándose.

Anthony comentó que todo está desordenado y que en lugar de autobuses hay viejos camiones que apenas pueden llevar a la gente al trabajo, y que en los mercados la gente se pelea por los dos últimos kilos de harina. Dijo que esa es la razón por la que están en Colombia y que todo el mundo se está yendo de Venezuela debido a su cruda realidad.

Carlos indicó que la última gota fue cuando una noche se dio cuenta de que una familia estaba comiendo lo que se había convertido en el plato típico del vecindario: servilletas de papel mojadas. Durante la crisis, demasiadas familias comen productos de papel como último recurso.

Aquella fue la noche que decidieron dejar Venezuela de una vez y decidieron tomar el siguiente autobús que se dirigía a la frontera.

Una vez en Colombia, Carlos, Anthony y Danny se dirigieron a las montañas, uniéndose a cientos de caminantes venezolanos que ya habían huido del país a pie. Durante 20 horas al día el trío caminó a través de Colombia.

A medida que avanzaban a través del difícil terreno andino, observaban con tristeza cómo sus compañeros caminantes se volvían hacia atrás, derrotados por los duros elementos. Lloraron la muerte de una madre y de su hijo que se congelaron al intentar cruzar un paso de montaña helado. Encontraron compasión en el conductor del camión que llevaba a la gente al próximo pueblo.

No se detuvieron hasta llegar a Bucaramanga, la “Ciudad de los Parques”, a unos 160 kilómetros de la frontera con Venezuela. La ciudad es famosa por sus hermosos parques, pero más recientemente se ha convertido en una parada popular donde los caminantes pueden descansar. Para cuando estos hombres llegaron, estaban tan sedientos que no se lo pensaron dos veces antes de beber agua de la manguera de un jardinero, a pesar de su advertencia de que el agua había sido tratada con fertilizante.

No tienen dinero ni dónde quedarse así que tienen que aguantarse con el agua del jardinero.

Hoy los famosos parques de la ciudad sirven para que sus pies cansados reposen brevemente. Mañana Carlos, Anthony y Danny seguirán hacia las montañas otra vez, sabiendo bien lo peligrosa que es la ruta a la que se dirigen.

Anthony piensa que quizá mueran mientras hacen esto, pero que están buscando un futuro para sus hijos, sus mujeres y sus familias y que esperan que la gente tenga conciencia y les ayuden, que les apoyen cuando les vean en las calles.

* Los nombres son ficticios para proteger su seguridad.
Esta crónica apareció por primera vez en inglés en el sitio web de Usaid.

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