La Ciudad de México, junto con los municipios mexiquenses e hidalguense del Valle de México, alberga en su seno 30 millones de habitantes, equivalentes a la cuarta parte de la población nacional. Es una de las urbes más densamente pobladas del mundo que durante algunos años se ubicó como la mayor de todo el orbe.

Su crecimiento, desordenado y anárquico, se dio a partir de la segunda mitad del siglo pasado cuando la población mexicana dejó de ser rural para convertirse en urbana que, ante la falta de incentivos para desarrollar la actividad económica primaria, causo el despoblamiento del campo.

Migrar a Estados Unidos para emplearse en labores agropecuarias y de servicios o a las tres ciudades de mayor desarrollo: Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey, constituían la única alternativa de salir adelante, sin importar que centenas de precaristas utilizarán cuevas y socavones, dejados por la actividad minera, como moradas, en el poniente de la gran urbe.

En el otro punto cardinal, el oriente, se crearon ciudades, igualmente de precaristas, como Ciudad Nezahualcóyotl o Ecatepec, que ninguna institución bancaria financió para su construcción, sino sólo con los recursos económicos propios o con el apoyo de familiares, por lo que muchos hogares fueron levantados con cartones, madera de desecho o los llamados cuartos redondos.

Esa expansión horizontal que, en múltiples ocasiones recurrió a la “operación hormiga” y, en otros tantos, a la leyenda de “sembrar maíz para cosechar casas”, originó lo que fue el Distrito Federal, ahora designado Ciudad de México.

El crecimiento no se ha detenido. Sólo que ahora la inducción es de otro tipo: intereses políticos y empresariales que medran con la necesidad de la población por contar con una morada.

Constructores inescrupulosos, en contubernio con políticos voraces, levantaron (y en algunos casos lo siguen haciendo) colonias, fraccionamientos unidades habitacionales y zonas residencias sin planeación alguna, carentes de los servicios básicos, alejadas de los centros laborales y sin vías de comunicación, en zonas donde, al abrir las ventanas por la mañana, lo único que se observan son paredes grises de los edificios contiguos, en lugar de alguna muestra de vegetación o, al menos, algunos árboles que rompan la monotonía del avance infinito del cemento.

De todo eso, México sabe mucho. Será un buen referente en la próxima reunión internacional de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Vivienda y el Desarrollo Urbano Sostenible, llamada Hábitat III, a celebrarse en Quito, Ecuador, del 15 al 20 de este mes, en base a la resolución 66/207 y en línea con el ciclo bi-decenal 1976, 1996 y 2016 de las Naciones Unidas (ONU).

Hábitat III buscará revitalizar el compromiso mundial hacia una urbanización sostenible y centrarse en una Nueva Agenda Urbana, que tendrá como referencia el Programa Hábitat de Estambul, de 1996.

Ese encuentro será “una de las primeras grandes conferencias mundiales que se celebrará después de la adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y los Objetivos de Desarrollo Sostenible”, señaló la ONU, y “ofrece una oportunidad única para debatir el reto importante de cómo se planifican y gestionan las ciudades, pueblos y aldeas, con el fin de cumplir con su papel como motores del desarrollo sostenible y, por lo tanto, dar forma a la implementación de los nuevos objetivos del desarrollo global y el Acuerdo de París sobre cambio climático.

La ONU “convocó la Conferencia Hábitat I en Vancouver, Canadá, en 1976, ya que los gobiernos nacionales comenzaron a reconocer la necesidad de asentamientos humanos sostenibles y las consecuencias de la rápida urbanización, especialmente en el mundo en vías de desarrollo. En ese momento, la urbanización y sus impactos apenas estaban considerados por la comunidad internacional, pero el mundo comenzaba a presenciar la mayor y más rápida migración de personas hacia ciudades y pueblos de la historia, así como el aumento de la población urbana a través del crecimiento natural, resultado de los avances en medicina”, indica el organismo internacional.

A Vancouver siguió la segunda, celebrada en Estambul, Turquía, 20 años más tarde, en la cual, “los líderes mundiales adoptaron el Programa de Hábitat como un plan de acción mundial para la vivienda adecuada para todos, con la noción de asentamientos humanos sostenibles que impulsan el desarrollo en un mundo en proceso de urbanización”, agrega.

Ahora, la urbanización es un desafío sin precedentes. “Hacia la mitad de este siglo, cuatro de cada cinco personas podrían estar viviendo en pueblos y ciudades. La urbanización y el desarrollo están íntimamente relacionados y es necesario encontrar una forma de garantizar la sostenibilidad del crecimiento. La urbanización se ha convertido en una fuerza motriz, así como una fuente de desarrollo con el poder de cambiar y mejorar vidas”, indica la ONU.

La Nueva Agenda Urbana fue acordada el pasado 10 de septiembre de 2016, culminando dos años de un proceso preparatorio incluyente y participativo de negociaciones y debate a nivel mundial. La Nueva Agenda Urbana se compone de 175 párrafos que guían a los estados miembros y las partes interesadas sobre los temas urbanos en base a tres principios: no dejar a nadie atrás, economías urbanas sostenibles e inclusivas y sostenibilidad ambiental.

Esta nueva agenda promueve conceptos y lineamientos fundamentales para que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles. Se promueve, entre otros, la densificación urbana, en lugar de la extensión del perímetro de las ciudades; el uso mixto del suelo, en lugar de la zonificación; la preservación de los paisajes y recursos naturales y los espacios públicos para todos.

Promueve también una mejor coordinación entre gobiernos nacionales, subnacionales y locales y una visión holística de la planificación urbana que garantice una efectiva cohesión, participación e inclusión social.

Encuentre el documento completo en https://www.habitat3.org/draft_new_urban_agenda

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