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La mayoría de los 30 millones de visitantes que pasan cada año por los museos del Instituto Smithsoniano en Washington y Nueva York no saben que deben agradecerle la experiencia a un inglés que nació en Francia, vivió en Italia y nunca visitó Estados Unidos.

Fue una donación inesperada de James Smithson la que estableció los cimientos del instituto, que en la actualidad está administrado y financiado en gran medida por el gobierno de Estados Unidos.

El Instituto Smithsoniano, creado por una propuesta legislativa del Congreso que el presidente James Polk convirtió en ley hace 171 años este mes, es la colección de museos más grande del mundo. Muchos de ellos están en el Paseo Nacional en Washington, el cual se extiende desde el edificio del Congreso hasta los majestuosos monumentos a George Washington y Abraham Lincoln.

Smithson, hijo de un duque inglés, nació en París alrededor de 1765. Se mudó a Inglaterra, donde estudió en la Universidad de Oxford y se convirtió en una autoridad en química y mineralogía, relacionándose con los científicos más renombrados de la época.

Al igual que muchos de sus colegas, sus intereses eran sumamente variados y abarcaban desde minerales nuevos hasta el veneno de las serpientes, cómo funcionan los volcanes o la constitución química de las lágrimas. Uno de sus trabajos trata sobre una mejor forma de preparar café. Su análisis de la calamina, utilizada en la fabricación del latón, llevó a que al mineral de que se compone se le diera el nombre “smithsonite” (esmitsonita) en su honor.

Smithson fue un personaje relevante de la turbulenta época europea que le tocó vivir. Estuvo en Francia durante la Revolución Francesa y fue parte de la naciente Era de la Ilustración, cuando la sociedad se tornó cada vez más hacia las explicaciones científicas en lugar de las explicaciones religiosas.

En su testamento, Smithson legó casi toda su fortuna a su sobrino, Henry James Hungerford, pero ordenó que si Hungerford moría sin tener herederos, el dinero debería ir “a los Estados Unidos de América, para fundar en Washington, con el nombre de Instituto Smithsoniano, un establecimiento para ampliar y difundir el conocimiento”.

Afortunadamente para la herencia cultural de los todavía emergentes Estados Unidos, Hungerford murió sin dejar herederos. El dinero se trajo desde Londres en la forma de más de 100,000 soberanos de oro, que en ese momento tenían un valor de más de 500,000 dólares.

Luego de debatir la naturaleza de esta nueva institución, el 10 de agosto de 1846 el presidente Polk firmó la ley que establecía el complejo de museos y centros de investigación que ha desempeñado un papel fundamental en el desarrollo de la identidad nacional de Estados Unidos.

Smithson, quien falleció en 1829, habría estado orgulloso. En uno de sus últimos escritos expuso su filosofía: “Es en el conocimiento que el hombre ha hallado su grandeza y su felicidad”.

El Instituto Smithsoniano, a veces llamado “el ático de la nación”, incluye colecciones de arte, historia natural, historia estadounidense, historia aeroespacial e historia cultural y étnica, así como también el Zoológico Nacional y una gran cantidad de centros de investigación.

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