La ciencia reactiva las comunidades pesqueras de Filipinas

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Lota Creencia nació y se crio en Palawan, un isla provincia en las Filipinas. Al crecer en una comunidad pesquera pudo ver a la gente que conocía luchar para sobrevivir.

Creencia, una científica, notó que los pescadores capturaban una especie local de abulón, un marisco conocido como el “oro negro del mar”. El abulón, también conocido como oreja marina, se vende a precios altos en Manila y en los mercados internacionales. Animados por lograr mayores ganancias, los pescadores capturaron el abulón a un ritmo insostenible, destrozando las poblaciones de abulón y su hábitat.

Creencia trató de ayudar instalando un criadero de abulón en la Universidad de Filipinas Occidental, donde ella es profesora. “Si la gente pudiera criar el abulón, podría ganar más dinero sin perjudicar el océano”, explicó.

Lo que ella no pudo conseguir fue que el abulón sobreviviera en cautiverio. Su dificultad era lograr que los diatomeas, algas unicelulares con las que el abulón se alimenta en su hábitat natural, sobrevivieran en el laboratorio. Sin diatomeas, el abulón no puede desarrollarse del estado de larva a la juventud.

Creencia postuló y recibió una subvención de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid) y del instituto RTI International. Con el financiamiento de Usaid ella contrató a cinco investigadores, mejoró las instalaciones del criadero y consiguió mejor equipo de laboratorio.

“La subvención nos permitió conseguir más información y cumplir con las normas de la comunidad científica. Mejoró nuestra credibilidad y confianza”, expresó Creencia.

Un año después de recibir la subvención, Creencia y su equipo hicieron descubrimientos que mejoraron en cinco veces las tasas de supervivencia del abulón. Ella comenzó a suministrar a los pescadores abulones jóvenes y les enseñó la manera de criarlos y capturarlos en el mar.

Actualmente, hay más de cincuenta criaderos de abulón como resultado de la investigación de Creencia. Mucho lograron hacer ahorros por primera vez en su vida, entre ellas Marilyn Lagarda y su esposo. “Cuando nuestra hija fue hospitalizada usamos nuestro dinero extra para pagar las cuentas”, relata Lagarda.

“Yo siempre quise retribuir a mi comunidad. Esa subvención me permitió salir de los confines del laboratorio y conectarme con la gente”, indicó Creencia.

Actualmente, Creencia está redactando un manual para que otra gente pueda utilizar su tecnología. También alienta a los jóvenes a hacerse científicos. “Si cada uno de nosotros inspira a diez jóvenes, podríamos multiplicar la cantidad de científicos que busquen soluciones que mejoren nuestro mundo. Ese es mi sueño”, señaló.

Una versión más larga en inglés de este artículo está publicada en “USAID/Exposure”.

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