Todavía tengo frescas las palabras del expresidente Gustavo Díaz Ordaz (1964/1970) que parecieran retumbar en las paredes de la lujosa Sala de Conferencias de la Secretaría de Relaciones Exteriores (Cancillería), ubicada en el complejo habitacional Nonoalco-Tlatelolco, cuando en la conferencia de prensa a los medios de comunicación, dada sobre su designación como embajador de México en España, hecho que lo sacaba de su autoimpuesto ostracismo político, el 13 de abril de 1977, respondió a un compañero reportero que lo cuestionó sobre el 2 de octubre de 1968.

En forma clara y contundente, como era su estilo, propio de los gobernantes de esos años, dijo: “No estoy de acuerdo con usted en que hay un país antes de Tlatelolco y otro país después de Tlatelolco. Ese es un incidente remoto… Va a España un mexicano limpio, que no tiene las manos manchadas de sangre… Pero de lo que estoy más orgulloso de esos seis años de mi gobierno, es del año de 1968, porque me permitió servir y salvar al país, les guste o no les guste, con algo más que horas de trabajo burocrático, poniéndolo todo: vida, integridad física, peligros, la vida de mi familia, mi honor y el paso de mi nombre a la historia. Todo se puso en la balanza. Salimos adelante, y si no hubiera sido por eso, usted no tendría la oportunidad, muchachito, de estar aquí preguntando”.

El presidente en turno era José López Portillo (1976/1982); el canciller, Santiago Roel. Habían transcurrido casi 10 años de la masacre de Tlatelolco, que dejó un número indeterminado de muertos y heridos, tanto estudiantes como población, en general, y de los cual se ha escrito infinidad de historias y se ha documentado igual número de estudios, análisis y crónicas, incluyendo películas y documentales.

Para México, el 2 de octubre de 1968 fue un día aciago y cruento. Para el mundo, el colofón de una lucha que se había iniciado antes en Europa, básicamente, con la manifestación en Helsinki, Finlandia, contra la intervención soviética en Checoslovaquia que, bajo el liderazgo de su presidente, Alexander Dubcek, pretendía hacer reformas en su país al sistema soviético, etapa conocida como la Primavera de Praga, que va del 5 de enero al 20 de agosto de 1968, y que ocasionó la invasión de la URSS y sus aliados del Pacto de Varsovia, a excepción de Rumania.

Muchos estudiosos de la Revolución de 1968, o simplemente el 68, sostienen que “es un término de gran éxito mediático, pero de difícil precisión historiográfica, incluso de debatida calificación como revolución. A veces, se habla de ella como de un ciclo revolucionario (como el de la revolución de 1848 o la de 1889), por la coincidencia temporal en el año 1968 del Mayo Francés -que se suele considerar el epicentro del movimiento, con hechos y procesos similares”.

De esta forma, los analistas de ese periodo mencionan que como “movimientos ligados a la revolución de 1968 pueden localizarse, entre otros países, en Estados Unidos (protestas contra la Guerra de Vietnam, especialmente las que tuvieron lugar durante la Convención Nacional Demócrata de 1968; el Movimiento por los derechos civiles -de más amplio recorrido, pero que significativamente sufrió ese mismo año el asesinato de dos líderes significativos: Martin Luther King y Robert Kennedy-, el Festival de Woodstock -1969- y otros hechos y procesos relacionados); en Checoslovaquia (Primavera de Praga, con su propuesta de socialismo de rostro humano quizá el desencadenante o precipitante del movimiento parisino (mientras que su represión por los soviéticos significó una honda decepción en gran parte de la opinión progresista occidental); México (matanza de la Plaza de Tlatelolco, coincidente con la celebración de los Juegos Olímpicos de México 1968) y España (algunos movimientos universitarios de oposición al franquismo, de mucha menor entidad)”.

Agregan que “otros países europeos sufrieron notables sacudidas un poco más tarde (el Otoño Caliente de 1969 en Italia o las movilizaciones laborales de 1972-1973 en Gran Bretaña). La similitud de la Revolución Cultural china es menos evidente (estuvo dirigida desde el poder por el propio Mao, que dirigió una gigantesca movilización juvenil -Libro Rojo- contra sus enemigos dentro del aparato del Partido Comunista Chino), aunque sí se percibía como tal entre los grupos occidentales que pretendían inspirarse en ella”.

Precisan que “tales movimientos del 68 compartieron de un modo muy impreciso la misma dimensión cultural o política, con gran presencia estudiantil, de naturaleza asamblearia (más o menos manipulada o espontánea), pero siempre desbordando los cauces de participación ciudadana convencional, sindicales o políticos”.

Según esta visión, “era muy habitual que se materializaran en ocupaciones de facultades y fábricas o en protestas callejeras que, independientemente de su carácter inicial (sentadas, manifestaciones), solían derivar en alteraciones más graves, con destrozos, levantamiento de barricadas y enfrentamientos con la policía.

“Sus reivindicaciones eran habitualmente poco evidentes: aunque se iniciaban por problemas concretos, se terminaban haciendo genéricas, demandando la solidaridad y conexión con otros grupos, transformaciones altruistas y universales o vagas propuestas de autogestión.

“Su protagonismo estaba muy disperso entre grupos atomizados de confusa identificación: movimientos sociales (pacifistas, feministas, homosexuales, primitivos ecologistas, etc.), movimientos culturales del arte moderno (beatnik, hippie, happening, fluxus, pop-art, videoarte, land art, psicodelia, etc.) y movimientos políticos caracterizados por su distanciamiento tanto de los Estados Unidos, como ruta asegurada), como había demostrado recientemente la crisis de Berlín o la de los misiles cubanos.

“El miedo, a veces, era vivido paródicamente, como en la película Dr. Strangelove de Stanley Kubrick, 1964 (anarquistas, extrema izquierda -trotskistas, maoístas, situacionistas), rasgo del que incluso participó la aparición del denominado eurocomunismo entre los partidos comunistas de Europa Occidental”.

La conclusión para estos analistas es más que clara, al exponer que “otro rasgo común es la ausencia de éxito inmediato de las insurrecciones, una de las razones para calificarlas propiamente de revueltas y no revoluciones. No obstante, su impacto, medido generacionalmente (lo que suele denominarse el espíritu del 68 o sesentayochismo) suele considerarse mucho más importante que su fracaso relativo. El 68 representó la irrupción de una juventud posterior a la Segunda Guerra Mundial (denominada demográficamente como el baby boom) que, a pesar de estar recibiendo un nivel de formación educativa muy superior a la de sus padres (quienes se la estaban proporcionando confiados en su capacidad de generar ascenso social), parecía no compartir los valores de éstos, ni encontrar sitio en una sociedad que percibían como encorsetada, llena de convencionalismos arcaicos y necesitada de cambios. Se ha llegado a decir que ‘por primera vez, una clase de edad (adolescente y juvenil) tomó el relevo de las clases sociales’. Los términos burgués, capitalista, empresario, patrón o incluso viejo, se aplicaban como insulto. El encuadramiento de estos jóvenes se producía habitualmente fuera de las instituciones tradicionales de participación política y social, de forma poco coordinada en una pléyade de organizaciones de los denominados movimiento estudiantil, movimientos juveniles o contracultura”.

Se ha interpretado la revolución de 1968, particularmente en los países occidentales, como resultado del prolongado periodo de bienestar económico, que generó un nuevo tipo de demanda social, ligado a nuevos patrones de ocio, trabajo, consumo y socialización en la juventud, hasta entonces inverosímiles. En general, se acusa al 68 de la crisis de los valores tradicionales propia de la sociedad contemporánea, que tras el paso de la sociedad preindustrial a la industrial o de consumo de masas, se encaminaba hacia la sociedad postindustrial.

Por ello, la posterior crisis del petróleo de 1973, con el problema del desempleo, generaría otro tipo de inquietudes, de signo opuesto, en la juventud de los años 80 y 90, cuyo estereotipo consistió en ser más materialista (en el sentido vulgar) y egoísta, desencantada y desmovilizada, que despreciaba la revolución para privilegiar el individualismo y búsqueda del éxito personal (en el caso de los negocios, los denominados yuppies).

Indiscutibles líderes mundiales de esa revolución, todos ellos cercanos al marxismo, existencialismo o al estructuralismo, y sus respectivos centros de acción o actuación, incluyen desde la Universidad californiana de Berkeley hasta la Sorbona, en París, fueron, sin lugar a dudas, la London School of Economics en Inglaterra y la Universidad Libre de Berlín; Noam Chomsky (cercano al anarquismo y al trotskismo); Louis Althusser, Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir (cercanos al Partido Comunista Francés), György Lukács y Lucien Goldmann (corriente denominada humanismo marxista), Escuela de Frankfurt (Herbert Marcuse, Theodor Adorno, Max Horkheimer, Jürgen Habermas), los historiadores marxistas británicos (E. P. Thompson, Eric J. Hobsbawm) o la Escuela de Annales en Francia (Braudel), con un renovado interés por un filósofo de pasado polémico, como era Martin Heidegger, o por una excéntrica tríada de rumanos exiliados de muy divergente trayectoria, pero amigos entre sí: Cioran, Mircea Eliade y Eugène Ionesco (uno de los cultivadores del teatro del absurdo, muy apropiado para escandalizar al burgués). Podrían añadirse muchas otras figuras o corrientes, como las ligadas al psicoanálisis (Jacques Lacan, Erich Fromm). La producción intelectual de muchos otros sería más bien resultado o expresión de la propia revolución del 68, en lo que se ha venido en llamar la postmodernidad, como la de Jacques Derrida (deconstrucción) o gran parte de la obra de Michel Foucault.

La relación de estos intelectuales y otros de otras corrientes con el movimiento estudiantil no fue de maestros a discípulos. Fue la época de la antipsiquiatría y la renovación educativa (Summerhill, Benjamin Spock, Paulo Freire, el Libro rojo del Cole), popularizadas en películas como One flew over the cuckoo’s nest (Alguien voló sobre el nido del cuco, Miloš Forman, 1975, adaptación de la novela de 1962 de Ken Kesey, una de las figuras visibles de la psicodelia y la contracultura), To sir, with love (Al maestro con cariño, James Clavell, 1967, readaptación de Blackboard Jungle -Semilla de maldad, 1955-). No se admitía la autoridad, el aprendizaje memorístico estaba desprestigiado, el alumno debía construir su propio aprendizaje (constructivismo) y los profesores debían aprender más de sus alumnos que éstos de aquéllos. Era muy comentado que en la Revolución Cultural china, los profesores acusados de desviacionismo o aburguesamiento eran reeducados y se les castigaba a manos de sus alumnos, humillándoles, golpeándoles u obligándoles a llevar orejas de burro. Una versión más radical fue la de los jemeres rojos de Pol Pot -1975-1979-, constituida en uno de los objetos principales del genocidio camboyano.

Los líderes indiscutibles fueron jóvenes carismáticos surgidos del propio movimiento estudiantil, como Daniel Cohn-Bendit (Dani, el rojo) o Rudi Dutschke.
Mientras que las principales banderas enarboladas fueron: La imaginación al poder, Prohibido prohibir, Seamos realistas, pidamos lo imposible, Queremos el mundo y lo queremos ahora, No te fíes de alguien que tenga más de treinta años; Si no formas parte de la solución, formas parte del problema.

Para los analistas seguidores del 68, las repercusiones intelectuales de esa revolución no han dejado de suscitar controversias. Sostienen que “desde el punto de vista conservador se la suele considerar la responsable de la anomia, relajamiento de costumbres (especialmente en la revolución sexual: divorcio, aborto, relaciones prematrimoniales, anticonceptivos -la píldora se comercializa desde 1960-, liberación de la mujer, modas «indecorosas» -minifalda de Mary Quant en 1965-, música «inapropiada» -en algunos casos satánica-), pérdida del respeto patriarcal y a la autoridad (el tuteo generalizado), utilización de drogas, desprecio de la ética del trabajo. Incluso, el Papa Benedicto XVI calificó a la mítica revolución de 1968 como el segundo iluminismo (comparándola con la descristianizadora Ilustración del siglo XVIII). La propia Iglesia Católica estaba inmersa en esa época en un proceso de aggiornamento (puesta al día), suscitado por el Concilio Vaticano II y el pontificado progresista de Pablo VI, y del que eran muestra los cambios litúrgicos: misa en lengua vernácula, música pop en los templos y movimientos como los curas obreros o la Teología de la Liberación. En 1968, Hans Küng redactó una Declaración por la libertad de la Teología, firmada por más de mil teólogos del mundo entero”.

La simpatía por el movimiento tercermundista llegaba al punto de la fascinación por la figura del Che Guevara (fusilado en Bolivia en 1967), cuya imagen se imitaba (boina, pelo y barba), además de convertirse en un icono presente en todos los ámbitos imaginables (pósters, camisetas) que lo convirtieron en un verdadero santo laico o la controvertida figura de Malcolm X, víctima de un atentado de sus antiguos compañeros de la Nación del Islam en 1965 y cuyo activismo fue continuado por diversos grupos (como los Panteras Negras), cuya grado de relación con la violencia, su criminalización o incluso su manipulación por parte de las autoridades ha sido muy discutida. Gran repercusión tuvo el escándalo consiguiente al saludo del Black Power en los Juegos Olímpicos de 1968 o los acontecimiento de los Olímpicos de Múnich 1972 cuando se presenció el secuestro y asesinato de once deportistas israelíes por parte de un comando de terroristas palestinos (Septiembre Negro).

La existencia de activistas radicalizados procedentes de las movilizaciones del 68, coordinados en grupos que deseaban una implicación mayor en lo que se denominaba lucha armada, llevó a la constitución de grupos terroristas con diversos fines, muchas veces amalgamados: anticapitalistas (Fracción del Ejército Rojo en Alemania -formado en 1970 por Andreas Baader y Ulrike Meinhof, procedentes del movimiento estudiantil del 68-, Brigadas Rojas en Italia -1969, Mario Moretti-), nacionalistas (reactivación del IRA en la Irlanda del Norte británica, fundación de la ETA en el País Vasco español), o de difícil clasificación (el grupo norteamericano que saltó a la fama por el secuestro de Patricia Hearst); pero todos ellos intentando aplicar doctrinas insurreccionales experimentadas en las guerras anticoloniales (sobre todo la Independencia de Argelia y la guerra de Vietnam) o en la revolución cubana: concepto de guerrilla urbana, principio de acción-reacción y la imagen del revolucionario como pez en el agua. También se popularizaron otras expresiones similares originadas en citas del Libro Rojo de Mao, como la consideración del imperialismo y capitalismo como tigres de papel, cuya fortaleza era sólo aparente. El mismo sentido tenía una frase muy citada de Che Guevara (de 1967), en la que reclamaba el surgimiento de muchos Vietnam.

El 68, continúan los analistas, proporcionó al surgimiento de movimientos armados latinoamericanos (Montoneros, en Argentina; Sendero Luminoso, en Perú) o a la continuidad de los preexistentes (Tupamaros, en Uruguay, una de cuyas acciones fue reflejada por Costa-Gavras en la película État de Siège -Estado de sitio, 1972-), o a sectores de los partidos políticos tradicionales, como la Juventud Radical Revolucionaria de la Unión Cívica Radical, que aunque, alejados de la lucha armada, propiciaban la movilización popular. Más extraña y desconectada de los movimientos locales, pero también partícipe del mismo ambiente generacional, fue la trayectoria personal del enigmático terrorista internacional de origen venezolano Ilich Ramírez Sánchez (Carlos o el Chacal).

Los movimientos fueron combatidos con dureza por el establishment de cada región, utilizando los aparatos represivos estatales (policía, ejército, agencias de inteligencia), los medios de comunicación de masas y mediante reformas.

Para México, el movimiento estudiantil de 1968 fue de carácter social en el que, además de estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam), Instituto Politécnico Nacional (IPN) y diversas universidades, participaron profesores, intelectuales, amas de casa, obreros y profesionales en la Ciudad de México, que fue reprimido el 2 de octubre de 1968 por el gobierno de México en la «matanza en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco» y, finalmente, disuelto en diciembre de ese año. El hecho fue cometido por el grupo paramilitar denominado Batallón Olimpia, la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la llamada Policía Secreta y el Ejército Mexicano, en contra de la convocada por el Consejo Nacional de Huelga (CNH), órgano directriz del movimiento. De acuerdo con lo dicho por sí mismo en 1969 y por expresidente Luis Echeverría Álvarez (1970/1976), el responsable de la matanza fue Díaz Ordaz.

La Fiscalía Especial para los Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp) del gobierno de México concluyó en 2006 en su Informe Histórico presentado a la sociedad mexicana que el movimiento estudiantil «marcó una inflexión en los tiempos políticos de México”. Fue «independiente, contestatario y recurría a la resistencia civil» y se potenció «con las demandas libertarias y de democratización que dominaban el imaginario mundial». El mismo reporte concluyó que durante el movimiento el gobierno mexicano aplicó «sus mecanismos de control y disuasión que solía utilizar frente a la disidencia social (…) lo caracterizó como subversivo y, en lugar de encontrar formas de atender las legítimas demandas, optó por reprimirlo y aniquilar su dirigencia y al sector que consideró más combativo».

Para ello recurrió a detenciones ilegales, maltratos, torturas, persecuciones, desapariciones forzadas, espionaje, criminalización, homicidios y ejecuciones extrajudiciales, caracterizando dicha fiscalía el uso de la fuerza institucional del estado mexicano como «criminal». En los hechos fue activa la asesoría, presencia e inteligencia de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos, bajo la operación Litempo.

Algunas víctimas de dichas acciones intentaron caracterizar la masacre de Tlatelolco ante tribunales nacionales e internacionales como un crimen de lesa humanidad y un genocidio, afirmación que fue sustentada por la fiscalía mexicana, pero rechazada por sus tribunales. También intentaron llevar a los autores materiales e intelectuales de los hechos ante la justicia.

Los antecedentes de este movimiento en México fueron las luchas ferrocarrileras, llevadas a cabo por el dirigente de los hombres del riel, Demetrio Vallejo, en 1958; los paros médicos que realizaron doctores, enfermeras y personal paramédico, por mejoras de vida en hospitales del sector salud, en 1962, y las incipientes manifestaciones magisteriales, por similares motivos, del Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM), antecedente más remoto de la actual Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (Cnte, aunque con finalidades muy distintas ya), al mando de Othón Salazar, en las postrimerías de la década de los 50 y principios de la de los sesentas.

El mundo es circular. Eso se aprende desde los primeros años de la educación escolar. También lo es la sociedad. Es el eterno retorno de Friedrich Nietzsche. La humanidad siempre va buscar volver a su origen para, desde ahí, construir una nueva etapa que mejore a la actual y de la cual siempre habrá motivos para estar insatisfecha.

Parece ya lejano aquel verano francés cuando el 14 de julio de 1979, el entonces presidente galo, Francois Mitterand, reunió en el Palacio de Gobierno del país anfitrión, a Margaret Thatcher, la Dama de Hierro inglesa; Ronald Reagan, el mandatario norteamericano; el polaco Joseph Wojtila, convertido en el Papa Juan Pablo II, y al dirigente de los Astilleros de Gdanks y, posteriormente, mandatario polaco, Lech Walesa, como invitados muy especiales para la conmemoración del Bicentenario de la Toma de la Bastilla.

En ese encuentro se afinaron los detalles del nuevo rumbo de la economía global que, bajo los lineamientos de las Escuelas de Economía del Instituto Tecnológico de Massachussett (MIT) y de Harvard, entre otras prestigiadas universidades internacional que han sido cuna de infinidad de Premios Nobel de Economía, desembocaron en el actual capitalismo atroz que, bajo la denominación universal de Aldea Global, concretó el añejo sueño de Marshall McLuhan, cuya manifestación de economía global, a merced de las empresas multinacionales parece, a veces, querer engullirse todo lo que encuentra a su paso, a similitud de los míticos Hunos del región norte euroasiática, capitaneados por Atila.

La respuesta social no se ha hecho esperar. Nuevos aires soplan en los cuatro puntos cardinales del globo terráqueo. Otra vez, los jóvenes toman la batuta, al amparo de organizaciones sociales, especialmente, pero también sociopolíticas, algunas ocasiones, bajo el velo protector de oficinas internacionales para lograr el equilibrio social que siempre debe tener la humanidad.

Acciones como las del bueno amigo Agustín Avila, permanente participante en reuniones internacionales lo mismo en Rumania que en Brasil, Argentina o en el propio México, en Chiapas, Oaxaca, Guanajuato o Jalisco, donde expone sus teorías y participa en la visión de una nueva economía o también la joven comunicóloga peruana, Mariela Aduvire, que con su espíritu indómito, junto a sus compañeros y compañeras del colectivo Resistencia Sur, de Tacna, buscan leyes más humanas y justas.

Ambos se suman a viejos luchadores sociales que participan en diversas actividades con la intención de crear nuevos paradigmas humanos, como el canadiense Pat Mooney, el ameritado médico norteamericano Joseph Mercola, el agrónomo brasileño Polan Lacki, su también compatriota Silvia Silvia Ribeiro, quien junto con Ana de Ita, traen lucha a muerte contra los transgénicos y, desde luego, los entrañables amigos sonorenses Emilio López Gámez y Ricardo Chávez, quienes han participado sus conocimientos en las páginas de los diversos medios informativos donde he laborado.

Todos ellos, al igual que muchísimos otros más, muy cercanos a mi memoria y a mi estimación, buscan un mundo mejor y con mayor calidad de vida.
Es la lucha contra el capitalismo agreste que carcome todo.

Otro mundo es posible, es su lucha. Claro que lo es. Un mundo con rostro más humano.

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