Proponen “Revolución blanca”, en sustitución de la “verde” de Borlaug

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“Revolución verde” -de acuerdo con información de Wikipedia-, iniciada por el ingeniero agrónomo estadounidense Norman Borlaug con ayuda de organizaciones agrícolas internacionales, es la denominación usada a nivel mundial para describir el importante incremento de la productividad agrícola y, por tanto, de alimentos entre 1960 y 1980 en Estados Unidos y extendida después por numerosos países, como México.

Más que nada consistió en la siembra de variedades de trigo, maíz y arroz, principalmente, más resistentes a los climas extremos y a las plagas, capaces de alcanzar altos rendimientos por medio del uso de fertilizantes, plaguicidas y riego.

La motivación de Borlaug fue la baja producción agrícola con los métodos tradicionales en contraste con las perspectivas optimistas de la revolución verde con respecto a la erradicación del hambre y la desnutrición en los países subdesarrollados.

Wikipedia señala que la revolución afectó, en distintos momentos, a todos los países y puede decirse que ha cambiado casi totalmente el proceso de producción y venta de los productos agrícolas.

Agrega la fuente que la revolución verde obtuvo un gran éxito en el aumento de la producción, pero no se dio suficiente relevancia a la calidad nutricional, resultando en la expansión de variedades de cereales con proteínas de baja calidad y alto contenido en hidratos de carbono.

Además, estos cultivos de cereales de alto rendimiento, ampliamente extendidos y predominantes en la actualidad en todo el mundo, presentan deficiencias en aminoácidos esenciales y un contenido desequilibrado de ácidos grasos esenciales, vitaminas, minerales y otros factores de calidad nutricional.

Ante esta perspectiva, académicos, investigadores y estudiantes de la Universidad Autónoma Chapingo (Uach) y productores de alimentos orgánicos de los 32 estados de la República Mexicana, se pronunciaron por iniciar la “Revolución Blanca” a fin de restaurar los suelos agrícolas, mineralizarlos y sanarlos de la contaminación de la “Revolución verde”, la cual se basó, por décadas, en el uso excesivo de agroquímicos y pesticidas.

Laura Gómez Tovar, profesora-investigadora del Departamento de Agroecología de la Uach, luego se sostener que el 94 por ciento de la tortilla que consumimos los mexicanos es de maíz transgénico, alimento que causa daño en el riñón y hasta cáncer como lo han demostrado en Estados Unidos tras estudios de laboratorio detallados al uso masivo de glifosato, ratificó que “somos el experimento de Monsanto”.

Indicó que ante el Consejo Nacional de Producción Orgánica se ha propuesto terminar con la “agricultura de la Revolución Verde”, ya que urge cuidar la salud de los mexicanos y una mejora de los suelos agrícolas.

No hay otro país en el mundo que consuma tanto maíz y ello obliga al gobierno federal a aplicar la agricultura del futuro basada en la aplicación de biofertilizantes y, por ende, la erradicación de agroquímicos en todos los cultivos del territorio nacional, apuntó.

En el Tercer Foro Campesino donde se desarrolló el tema “¿Cuál es el futuro de la agricultura orgánica?, los investigadores Pedro Ponce Javana, Laura Gómez Tovar y Gerardo Noriega Altamirano coincidieron en la urgencia de que el Estado termine con la agricultura convencional e impulse la agricultura orgánica.

Por ejemplo, Noriega Altamirano dijo que debido a que este sistema de producción –blanca- cobra importancia por la existencia de un nuevo consumidor preocupado por su salud, cuestión ambiental, respeto a la naturaleza, rescate del conocimiento campesino, aprovechamiento de recursos locales y restauración de los ciclos biogeoquímicos.

Este esquema de producción, explicó, busca el aprovechamiento y conservación de la biodiversidad, acciones sociales justas y humanas y la reducción de riesgos a campesinos y consumidores por el uso indiscriminado de agroquímicos.

El investigador especializado en biofertilizantes y producción de alto rendimiento de la Uach sostuvo que la producción orgánica conduce a la prohibición de plaguicidas, como es el caso de Francia donde el herbicida de amplio espectro conocido como glifosato comercializado por Monsanto en los 70´s, se desechó.

Se pronunció a favor de que en México exista una política nacional para el desarrollo científico, tecnológico, de promoción a la producción y al consumo de alimentos sanos y de alta calidad.

Dijo que “avanzaremos en la medida en que se superen estas limitaciones y el desarrollo de un esquema de incentivos para fomentar este sistema de producción en el campo mexicano”.

Aseguró que en la universidad citada “diversos grupos de profesores-investigadores promueven métodos para la producción orgánica, para el manejo de la fertilidad de suelos, de plagas y enfermedades; de tecnologías y prácticas agroecológicas y manejo sustentable de los recursos naturales.

Todo con una estrategia económica para la agricultura mexicana orientada a mejorar el nivel de vida de los productores y consumidores, como una vía para producir alimentos para el autoconsumo familiar y una nueva relación productor-consumidor mediante los tianguis orgánicos, agregó.

Ponce Javana, subdirector de Vinculación y Extensionismo de esta universidad, comentó que la agricultura orgánica excluye el uso de fertilizantes de síntesis química, plaguicidas, hormonas de crecimiento y herbicidas, entre otros insumos; además, se basa en la incorporación de materia orgánica para el manejo de la fertilidad del suelo, el manejo biológico de plagas y enfermedades, en la rotación de cultivos.

En México, son más de 600 mil las hectáreas dedicadas a la producción agrícola con la existencia de aproximadamente 200 mil productores pequeños y medianos, 2 mil familias que viven de esta actividad como unidades de producción, más de mil unidades de producción dedicadas a la venta directa en mercados y tianguis y más de 50 unidades de producción consideradas como grandes empresas. Todas ellas generan una derrama económica estimada de 600 millones de dólares al año.

La agricultura orgánica ha crecido satisfactoriamente en los últimos años, ya que mientras en 1996 eran 27 mil hectáreas cultivables, para 2017 se llegó a 600 mil hectáreas.

Aurora Lobato García, funcionaria de Senasica de la Secretaría de Agricultura (Sagarpa), comentó que están en proceso de actualización los lineamientos para la producción orgánica, ya que hay temas “super rebasados”, por ejemplo, el artículo 24 que habla de la adjudicación certificación participativa y que demanda analizar la realidad productiva del país.

Asimismo, expuso que otro tema a analizar es el de la biofarmaceútica porque la agricultura orgánica hace mucha aportación en la medicina y necesita su reconocimiento.
También está el asunto de los cosméticos y, en todo ello, la producción orgánica es de gran demanda en la Unión Europea, Canadá y Japón.

Productores orgánicos como Homero Blas Bustamante, Beneficio Majomut y Roberto Peralta, al igual que Juan José Linares, secretario técnico del Consejo Nacional de Producción Orgánica, exhortaron a las autoridades federales a impulsar la agricultura orgánica para mejorar la salud de los mexicanos ante la pandemia de obesidad y diabetes que actualmente padece el país.

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