Herramientas de la ciencia moderna permiten a los agricultores alimentar a un mundo hambriento

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Científicos de todo el mundo han estudiado en detalle para determinar si es seguro comer alimentos producidos con plantas genéticamente modificadas para resistir las plagas y los herbicidas y producir mejores cosechas.

La respuesta es que sí.

Pero algunos países, incluyendo muchos de Europa, prohíben a los agricultores plantar esos cultivos y restringen las importaciones de alimentos hechos con organismos genéticamente modificados (OMG).

También ignoran la gran cantidad de evidencias y los clamores de premios Nobel de que en un mundo en el que hay millones de hambrientos es imperativo impulsar la producción agrícola.

Una revisión a cargo de la Academia Nacional de Ciencias, Ingeniería y Medicina determinó que “no se ha documentado ningún efecto adverso a la salud atribuido a la ingeniería genética en la población humana”, ni se han hallado evidencias de problemas medioambientales.

Sociedades científicas de Francia, Reino Unido y docenas de otros países han llegado a la misma conclusión. Así también lo concluyó la Comisión Europea. Al revisar un cuarto de siglo en estudios determinó que la biotecnología no era más arriesgada que los cultivos convencionales.

Reglas diferentes
Estados Unidos es líder mundial en el cultivo de cosechas biotecnológicas, en su mayor parte soya, maíz y algodón. En Europa muchos países importan forraje modificado para sus animales, pero prohíben a los agricultores cultivar cosechas de ingeniería genética para humanos. La Autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria ha permitido algunas soyas modificadas, pero no todas las variedades. Los alimentos procesados deben mostrar en sus etiquetas sus ingredientes OMG. (Estados Unidos también está imponiendo el requisito en las etiquetas).

China y algunos otros países imponen restricciones, pero la reglamentación de la Unión Europea figura entre “las más estrictas y costosas”, según dice el Servicio de Investigación del Congreso.

Sesenta y siete países utilizaron cosechas biotecnológicas y 24 países las cultivaron sembrando una cifra récord de 190 millones de hectáreas en 2017, según el Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones Agrobiotecnológicas.

Los críticos de la Unión Europea dicen que su estricta reglamentación enmascara un esfuerzo para proteger de la competencia a los once millones de agricultores en el Continente (Europeo). “Las granjas muy pequeñas no pueden competir con los costos de producción. Si usted quiere mantener la actividad de esas pequeñas granjas tendrá que encerrarse entre muros”, dice Brett Stuart, fundador de GlobalAgriTrends, una empresa de consultoría.

De los cruces a “Crispr”
Desde hace mucho que los biólogos han cruzado plantas para producir mejores cosechas. Comenzaron a recurrir a la ingeniería genética en la década de 1980 para usar características de diferentes plantas para resistir las plagas y los herbicidas.

Ahora los mismos avances científicos que prometen novedades en las medicinas pueden revolucionar la agricultura. La técnica denominada “Crispr” (repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas) permite a los científicos alterar los propios genes de la planta sin recurrir a préstamos de otra planta. El Departamento de Agricultura de Estados Unidos indicó que tratará las plantas Crispr de la misma manera que las cultivadas tradicionalmente.

Pronto la Unión Europea tomará una importante decisión en relación a las regulaciones sobre los Crispr, pero aún cuando no consideren necesarios reglamentos especiales, los países individuales pueden mantener sus propias regulaciones. Rodolphe Barrangou, científico dedicado a los alimentos en la Universidad Estatal de Carolina del Norte, y pionero en Crispr, afirma que el escepticismo público sobre la ciencia, impulsado por grupos contrarios a los OMG y temerosos de los “grandes de la agricultura” están muy arraigados en Europa.

La población mundial, actualmente de 7,600 millones de personas, llegará a los 10,000 millones para el año 2050, dice Barrangou. “El desafío pendiente que se tiene por delante es alimentar a la gente con menos tierras arables y menos agua. Necesitamos de la mejor ciencia y de la mejor tecnología posibles para hacer eso”.

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