Steffi Lemke*, Axel van Trotsenburg**
Washington, D. C., 7 de septiembre de 2024.- Hay una crisis ambiental silenciosa que se desarrolla a nuestro alrededor. Las sustancias químicas, como el plomo y el nitrógeno, se encuentran en nuestro suelo, nuestro suministro de agua y nuestros productos domésticos, y suelen pasar desapercibidas, pero con resultados muy negativos.
Por ejemplo, apenas hemos comenzado a comprender la verdadera magnitud de la intoxicación por plomo y su impacto en las enfermedades cardiovasculares y la capacidad de aprendizaje de nuestros hijos. No existe un nivel seguro de plomo en el cuerpo humano. Investigaciones del Banco Mundial indican que 5.5 millones de personas en todo el mundo mueren prematuramente debido a enfermedades cardiovasculares relacionadas con la exposición al plomo todos los años y que los niños menores de 5 años pierden, en promedio, casi 6 puntos de coeficiente intelectual en los países de ingreso bajo y mediano.
Estos niños están siendo “preparados” para fracasar, perdiendo la oportunidad de llevar vidas saludables y productivas. El costo de estas pérdidas podría superar el 11% de los ingresos a lo largo de la vida de los niños que participan en la fuerza laboral, ya que cada punto de coeficiente intelectual perdido puede reducir los ingresos en un 2%. Es una carga enorme, y oculta, para el desarrollo económico.
Y el plomo es solo un ejemplo. El 60% del nitrógeno de los fertilizantes se transfiere a nuestro aire y nuestra agua, destruyendo las poblaciones de peces, contaminando el aire y contribuyendo al cambio climático. El cadmio, que se encuentra en las baterías, los dispositivos electrónicos y la pintura, puede causar insuficiencia renal y cáncer. En la mayoría de los casos, los pobres y vulnerables son los más afectados por la contaminación química. Es hora de actuar en favor de un planeta libre de daños derivados de los productos químicos y los desechos.
Las sustancias químicas son necesarias para nuestro desarrollo. Nos permiten fabricar productos como medicamentos y fertilizantes; serán esenciales para tecnologías, como los paneles solares y las baterías, que necesitamos para lograr un futuro con bajas emisiones de carbono y hacer frente a la crisis climática. Y, en ocasiones, simplemente nos facilitan la vida. Pero la forma en que producimos y utilizamos actualmente las sustancias químicas y esparcimos los desechos en todo el mundo (plásticos de un solo uso, aparatos electrónicos desechados, pesticidas obsoletos, contaminación atmosférica procedente de la industria y los combustibles fósiles) no solo pone en peligro la salud de las personas, sino que también destruye la naturaleza y obstaculiza el logro de los objetivos de desarrollo sostenible.
Sin embargo, esta no es una situación para ser pesimistas. Tenemos ejemplos concretos de medidas conjuntas adoptadas en el mundo para eliminar con éxito contaminantes nocivos. Esfuerzos globales han logrado quitar el plomo de la gasolina y el Protocolo de Montreal ha detenido el agotamiento de la capa de ozono.
La lucha contra la contaminación química recibe un nuevo impulso a nivel internacional. Hace un año, se acordó el Marco Mundial sobre los Productos Químicos, que abarca y alienta la acción de numerosos sectores y partes interesadas: Gobiernos, industrias, ONG, organizaciones internacionales. Se trata de un gran logro, pero es solo el primer paso. Ahora debemos traducirlo en acción, capacidad y financiamiento.
Hemos visto una ola de cambios prometedores desde el año pasado. Los Gobiernos están comenzando a aplicar el marco a nivel nacional. Se ha establecido un Fondo del Marco Mundial sobre los Productos Químicos, que ha iniciado sus actividades, con el apoyo de Alemania (que contribuyó 20 millones de euros) y otros donantes, incluida la industria química. El Fondo ayudará a los países en desarrollo a fortalecer su capacidad de gestionar los productos químicos de manera sostenible y en función de sus necesidades. Las organizaciones internacionales están coordinando sus acciones y trabajando con sus asociados en programas para implementar el Marco, con el fin de asegurar que el desarrollo económico no signifique vivir en un medio ambiente contaminado.
Para garantizar una gestión más sostenible y adecuada de los productos químicos, toda la sociedad debe seguir colaborando: la industria química tiene que invertir en una ciencia química verde y sostenible para anticipar, sustituir, evitar y prevenir los efectos adversos del uso en gran escala de sustancias químicas. Los Gobiernos deben tener los conocimientos, la voluntad política y la capacidad para establecer límites en relación con el uso de los productos químicos. Y en nuestra calidad de consumidores y como sociedad civil debemos ser inteligentes: no todos los productos que parecen facilitar nuestra vida diaria son buenos para nosotros. Debemos unirnos para regular el uso excesivo y la gestión segura de los productos químicos, y para garantizar que las comunidades de todo el mundo no vuelvan a caer en la pobreza debido a los impactos de la polución. Tenemos la responsabilidad de dejar a nuestros hijos y nietos un planeta habitable y libre de contaminación.
El Grupo Banco Mundial y Alemania están plenamente comprometidos con esta agenda. Recientemente, los líderes se reunieron en el 3.er Foro de Berlín para debatir el camino a seguir. Se invitó a todos los actores a colaborar para que el Marco Mundial sobre los Productos Químicos sea un acuerdo eficaz. Solo juntos podemos lograrlo. Esta es una tarea enorme, pero también una gran oportunidad para que nuestra generación revierta las tendencias actuales, y lograr un planeta saludable y condiciones de vida más seguras para nuestros hijos.
Este artículo de opinión se publicó originalmente el 4 de septiembre en Table.Media.
* Ministra de Medio Ambiente, Conservación de la Naturaleza, Seguridad Nuclear y Protección del Consumidor de Alemania
** Director gerente sénior, Políticas de Desarrollo y Alianzas del Banco Mundial