En una penosa estadística publicada en Wikipedia —consultada el 7, 8 y 9 de junio del 2016—: «… Guerras por número de muertos» con sesenta referencias para una evaluación de origen y las reservas correspondientes debidas a la variación en las sumas ahí asentadas, en su entradilla aclara: «En este anexo se muestra una lista con un número de muertos aproximados de todas las guerras a lo largo de la historia, estos datos son aproximados, varían según la fuente y puede modificarse con nuevas cifras. Desde el año de 1700 han muerto en conflictos armados unas 100 millones de personas, el 90% durante el siglo XX y un 13% desde 1945 al presente. Durante la mayoría de la historia de la Humanidad cerca del 10% de las víctimas directas de una guerra eran civiles, estas aumentaban a la mitad si se incluían las causas indirectas (hambrunas, pestes, masacres y demás —en este «demás» quedan los lisiados, mutilados y desplazados—). Durante los años 1970 los civiles pasaron a ser el 73% de las víctimas y en la segunda década el 85%, actualmente son cerca del 90% de las bajas de las guerras.»

«En este apartado entran las muertes producto de batallas, masacres, hambrunas, pestes y genocidios durante los conflictos…», y muestra en orden inverso a la temporalidad las cifras estrujantes de muertos durante la «Segunda Guerra Mundial» (sólo continuación de la Primera Gran Guerra—de 1939 a 1945 la cantidad de muertos entre militares y civiles van de los 60 millones a los 73 millones de personas y su también espantoso saldo en heridos, mutilados y desplazados), los correspondientes a la «Primera Guerra Mundial» (quedan en una brecha de los 10 millones a los 31 millones de personas sacrificadas) y la pérdida en vidas humanas provocadas durante las Guerras Napoleónicas (entre 1789 y 1815 costó la vida de 3.5 a 6.5 millones de europeos [incluyendo 1.5 millones de franceses])».

En su apartado para México quedan las cifras a partir del movimiento bélico en pro de la Independencia de la corona española. Faltará la cantidad de vidas exterminadas durante la «conquista», en el lapso del virreinato con la muerte de los nativos —por justicia humana debidas a sus recurrentes apostasías y prácticas idolátricas o maltratos— y los siempre olvidados negros asesinados durante su captura, traslado, esclavitud, maltrato y en el intento de liberarse de ella.

Para el lapso correspondiente al movimiento independentista (1810-1821) queda en el documento una brecha que va de los 250,000 a 500,000 muertos; para la Guerra de Texas (1835-1836) la cifra queda redondeada en los 2,200 muertos; para el periodo de 1846 a 1848 correspondiente a la Invasión estadounidense en México la fuente determina 23,000 pérdidas de vidas humanas; durante la olvidada Rebelión maya de la República de Yucatán en contra de México (1847-1915) perdieron la vida 300,000 seres humanos —250,000 blancos, mestizos, mulatos y 50,000 mayas— ; la Guerra de Reforma (1857-1861) privó de la vida a 8,000 personas; la Segunda Invasión Francesa en México (1862-1867) extinguió a 38,000 personas; la vergonzante y emborronada matanza xenofóbica de seres de origen oriental (chinos originarios principalmente de Cantón que buscaban una mejor vida) el 15 de mayo de 1911 con ¿303? víctimas mortales por tropas revolucionarias; durante la terrible década del movimiento armado que siguió a la caída del poder de don Porfirio Díaz —la Revolución Mexicana (1910-1920)— da un saldo ajustado en 1’000,000 de muertos; el justificado o injustificado movimiento cristero —según el punto de vista de cada cual— (1926-1929) aportó sólo durante el conflicto bélico 250,000 muertos y otros 250,000 que buscaron refugio  en los Estados Unidos. Aparece al final y con 145,000 muertes hasta el año del 2013 la denominada Guerra contra el Narcotráfico, cifra variable ya que la fuente a la que remite el texto (SDPNOTICIAS.COM del viernes 15 de febrero del 2015) reduce la cantidad en un 50% menos de muertes con su fuerte cuota de desplazados.

Desafortunadamente las cantidades sólo aportan una idea ambigua y descarnada de la existencia destruida en cada una de esas personas sacrificadas en afanes espurios. Son abstracciones numéricas que reflejan escuetamente una realidad social en las cuales no hay un mínimo sentido de compasión por las vidas extinguidas y por aquellos que resultaron afectados con la pérdida de sus seres queridos (incluidas las «bajas colaterales» justifica el discurso). Los números podrán reflejar el desajuste social, la voracidad de algún grupo de hombres en el poder, las mezquindades al imponer un criterio en pro de la justicia y la igualdad sin escatimar la continuidad ajena para consumar «un ideal» en cuyo trasfondo late el interés faccionario, porque esas pérdidas humanas carecen de rostro, de color de piel y de edad y sexo para solidarizarnos con su dolor y desaparición.

Y faltan los números para la muerte gris, esa sorda que cotidiana y profusamente recogen a veces los diarios de las agresiones de un individuo sobre otro por el afán de esquilmarle sus posesiones: la delincuencia común, la de todos los días. El «Zócalo de Saltillo», con fecha del 9 de junio del 2016 difunde un enlistado de «Los diez delitos más temidos por los mexicanos». En este aporte remite al estudio en De10.mx del Centro de Investigación para el Desarrollo, A. A. (CIDAC): Secuestro, Homicidios relacionados con el crimen organizado (con datos de la Procuraduría General de la República publicados por «El Universal», la fuente asienta en 47,515 víctimas mortales en este renglón): Secuestro, Homicidios relacionados con el crimen organizado,  Lesiones con arma blanca, Extorsión, Robo con violencia, Robo sin violencia, Robo de vehículo con violencia, Robo de vehículo sin violencia, algo que desconcierta en la percepción es que en el rubro noveno aparece «Corrupción en el futbol» y deja en el décimo lugar la «Trata de blancas». No aparece en este enlistado de la percepción el feminicidio, las muertes derivadas por elección de la práctica sexual, los atropellos a la integridad sobre componentes de las comunidades… A más de la desesperante incapacidad del ciudadano para restaurar su tranquilidad y salvaguardar la vida expuesta a la determinación de otro (u otros) la frustración aumenta con las recomendaciones de consejeros «especializados»: las mujeres no deben de usar prendas «provocativas» (sic); no portar joyas ni evidenciar el uso de celulares ni llevar equipos de informática, llevar el dinero indispensable para el traslado personal, los comercios aumentar su seguridad con sistemas disuasivos y rejas y un largo etcétera de buenas voluntades que al final denotan sólo la incapacidad para inhibir el acto criminal. Ya el hecho de compartir una cena, una o muchas copas, una entrevista personal, una oportunidad de disfrute en las salas cinematográficas o teatrales… conlleva un alto riesgo, para lo cual, lo recomendable es acudir a esos centros a una hora «prudente» (sic).

El vocablo muerte está en los diccionarios de las lenguas escritas, ahí lo guardamos y su aplicación en la vida diaria es únicamente una referencia asentada en números, carente de significado y sentido de la empatía, sin consciencia del dolor ajeno, del próximo o del lejano.

Los periódicos, la radio, la televisión, la internet, en sus espacios —nos guste o no, nos parezca una agresión más o cosa divertida— exponen la depauperada e insensibilidad de la miseria humana, son espacios ya «de recreación» en donde tienen cabida los desconcertantes hechos de un humano sobre la existencia de otro y ésto, en la cotidianidad ya no perturba al receptor de tal información.

El Diccionario de la Lengua Española contiene la definición de «muerte» como «La cesación o término de la vida… separación del cuerpo y el alma… Acción de dar muerte a alguien… Destrucción, aniquilamiento, ruina» y dos acepciones figurativas. Pero ello no alcanza para calar en el ánimo la imposición violenta para arruinar el hacer propio y elegido. En la realidad no hay un motivo válido para aniquilar al otro a fin de imponer una voluntad personal. El pasado violento de la humanidad no avala la predeterminación de cuándo, cómo y porqué cegar la vida ajena por más razones libertarias homogenizadas, religiosas o de mercado (1). El trasfondo siempre es el mismo, la apetencia de las posesiones del otro. Ya sea por asunto ideológico implantado en la mente de quienes nada saben de las «leyes de mercado» o para el miserable ajuste social de un desesperado miembro de la sociedad que procura aplicar la «justicia» que a otros lacera, práctica que ante la incapacidad de quienes poseen el mandato de la seguridad integral de los individuos, renombra el fracaso con el término «válvula de escape social» que suena a permisible equilibrio; el enfrentamiento siempre fue y es entre jodidos, entre los que poco tienen y todo lo pierden.

(1) Véase a manera de ejemplo: Geoffrey Bruun.  La Europa del siglo XIX (1815-1914).Fondo de Cultura Económica.

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