Vislumbre

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Llegó sobre un caballo blanco de ónix, el sutil vestido albo ondeaba en recurrente sueño para exorcizar penalidades y dolores acumulados; airosa bajo la luz de una luna de hielo en tenue veteado oro/gris, el siseo de las raudas nubes brotaba de los cascos destellantes ―tañido broncíneo de insuperable fragua― fugaz imagen recortada por la diamantina esfera nocturna sobre un manto de líquido cristal, destello de miríadas ondulantes hermanado al fulgor del rayo.

Semeja la blanda caricia de una pluma vidriada en rizos vivaces de lluvia sobre adobe requemado, para ella queda una manzana cristalina en la mesita frente a un espejo donde la acicala juventud perdura en tesitura de campanas tubulares.

La niña me ofreció un cucurucho con nueces confitadas, un algodón fugaz, una carta con matices de abandono y una canción tarareada sobrepuesta a una estipe de incienso en el sendero de la estrella matutina; me dejó el vértigo de una vuelta en la Rueda para disfrutar el horizonte y disputarle a las palomas la visión aérea del campanario, un listón para atar un “nomeolvides” entre el murmullo del río y el croar de las ranas bajo las arcadas del puente, un vislumbre con el aroma de su piel morena; me abandonó en un poyo bajo el pirúl junto a la entrada de su casa con un nombre para atarme sin futuro, una imagen sin mudanza y el anhelo de perder una beatitud fingida.

Cenital la Luna: bebo su aura, veo su aroma, palpo su risa, escucho la luz en sus ojos; así duele menos la ausencia.

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