N. de la R.- La siguientes es una excelente narración, que, en forma literaria, aborda un hecho que, desde hace algunos años se viene presentando en México, referente al ejercicio del periodismo, actividad que se ha convertido en un constante peligro para algunos reporteros, en especial, para quienes ejercen los géneros periodísticos de denuncia e investigación.

Mary Carmen Díaz Chávez*

Adrián despertó desconcertado no sabía adónde se encontraba, mejor dicho no lo recordaba, la luz intermitente de un anuncio de la calle de enfrente le permitió reconocer poco a poco que se hallaba en el piso que venía alquilando desde hacía algún tiempo, ahí pernoctaba cuando salía tarde de la redacción o le daba pereza manejar hasta su casa de Coyoacán, además, le servía de refugio para saborear de vez en cuando la soledad que a veces necesitaba, a nadie había invitado ni siquiera a su novia Marina. De pronto advirtió que le dolía todo el cuerpo, en especial la parte derecha del abdomen, encendió la luz de la pequeña lámpara de la mesa y alcanzó el vaso que estaba sobre ella, tomó ansiosamente un trago de su contenido pensando que era agua, ¡carajo! escupió para no ahogarse, «esto es puro alcohol, vaya manera de volver a la realidad» vio que estaba sangrando mucho, tocó las sábanas, las sintió empapadas.

Empezó a hacer memoria, a recordar lo sucedido la noche anterior, estaba solo en un bar del centro de la ciudad tomando un whisky tranquilamente, se sentía agobiado por la ardua faena de ese día, cuando se acercaron bruscamente dos desconocidos, sentándose a su lado, uno de ellos preguntó «¿eres «Adrián Aguilera?», él mismo, para qué soy bueno, mira cabrón, profirió el más viejo, un corpulento pelón mal encarado portando lentes oscuros, el otro más joven se mantuvo sin pronunciar palabra, sólo mostrando en su inocuo rostro de pendejo una estúpida sonrisa. Con lo que repelía Adrián a los que usaban gafas de noche, «ya se te había advertido marica, más de una vez que no te metieras en los asuntos del licenciado Rodríguez, pero por lo visto te ha valido madres, has seguido escribiendo notas y metiendo la pinche narizota donde no te llaman, te ofrecieron dinero y lo rechazaste, ¿conque muy digno no? pues vamos a ver qué tan machito eres ojete, ya le colmaste al patrón la paciencia con tu ridícula pose de periodista honrado, esos ya no existen, así que desfilando güey», Adrián sintió el frío cañón de la pistola oprimir sus costillas, hasta causarle un agudo dolor. No se dio cuenta ni siquiera el cantinero de lo que sucedía, había mucha gente en la barra pidiendo sus bebidas.

Al salir caminaron por la calle de Madero era viernes, así que fácilmente se perdieron entre la multitud de jóvenes que se dirigían en busca de los variados antros que por la noche casi siempre estaban a reventar, nadie se percató de que lo llevaban en contra de su voluntad, iban a subirlo a un auto compacto que se detuvo frente a ellos, Adrián aprovechó un descuido de sus captores, con un ágil movimiento se zafó e intentó la huida, al instante escuchó un apagado sonido, sólo sintió un calorcito ardiente que recorría su cuerpo con un cosquilleo, los hombres sorprendidos huyeron a bordo del auto en que llegaron, porque justo en ese momento doblaba en la esquina un nutrido grupo de jóvenes se acercaron rápidamente a Adrián, para preguntarle qué había pasado o si podían ayudarle, «sólo paren un taxi por favor, no tengo nada».

Dándoles las gracias subió al taxi y pidió al chofer que lo llevara a su departamento, en la avenida de Los Insurgentes, temía que lo siguieran a su casa, no iba a involucrar por ningún motivo a su familia, nerviosamente volteaba a todos lados para ver si no lo perseguían, al parecer los había perdido de vista, hizo que el taxista lo dejara a la vuelta del edificio y se fue caminando sigilosamente, con cierta dificultad subió por la escalera al primer piso, no quería encontrarse con gente en el elevador y tener que explicar su situación, sintió cierto alivio porque nadie lo vio entrar, el portero en ese momento no se hallaba en la recepción, seguramente estaría abriendo la reja de acceso al estacionamiento a algún otro inquilino. Recordó que su auto se había quedado en la pensión cercana a la redacción, fue lo mejor que pudo haber hecho, allí estaría a buen resguardo, hasta que pudiera recogerlo.

Al entrar a su departamento lo primero que hizo fue servirse un vaso con whisky, dejándolo en el buró, enseguida sacó su teléfono de la bolsa de su chamarra para marcarle a su amigo Renato, urgía que avisara a Marina o a sus padres en donde se encontraba, realmente necesitaba de su ayuda, nadie sabía su dirección ni siquiera los compañeros más cercanos tenían conocimiento de su departamento. Para su puta suerte la batería se había agotado, recordó que el cargador se quedó en su auto, entró al baño y revolvió el botiquín en busca de vendas y alcohol o algo que sirviera para detener la hemorragia. Curiosamente hasta ese momento lo invadió el dolor, pensó que seguramente se debía a que la bala ya había salido, lavó y desinfectó su herida, ya lo haría mejor el médico con el que lo llevaran, trató de contener con una toalla la sangre, de pronto tuvo la sensación que se desvanecía, que perdía el control, apenas alcanzó a llegar a la orilla de la cama y se desplomó como un fardo, no supo exactamente cuánto tiempo permaneció inconsciente, hacía años que no usaba reloj, ¿para qué? si tenía su celular.

Soñó que estaba en casa y que su mamá se asomaba a preguntarle si bajaba a desayunar, escuchó las voces de sus hermanos discutiendo, Adrián casi siempre le contestaba malhumorado que iría cuando estuviera listo, que no lo molestara. Cuánto daría porque esto sólo fuera un mal sueño, que de pronto vería el rostro sonriente de su madre. Enseguida sintió el conocido calor del cuerpo de Marina, con sus piernas suaves y largas hacía un nudo alrededor de su cintura, «no aprietes tan fuerte mi vida, que duele mucho», su boca ardiente recorría su pecho, succionando sus pezones y cuello haciéndolo vibrar, lo despertó de su sueño un dolor apremiante, con dificultad se levantó abriendo la ventana que da para la calle, vio que había amanecido lloviendo la gente transitaba presurosa por la calle, nadie volteaba hacía arriba, que digo hacía arriba, caminaban como los caballos de las corridas de toros con la mirada fija en un punto delantero, a causa de los audífonos que usaban casi todos los transeúntes no escuchaban a Adrián, quien desesperadamente gritaba que lo auxiliaran, para colmo el ruido de los motores de camiones y autos no cesaba, se mezclaba con el sonido de su voz, «pinches cláxones se han instituido como idioma exclusivo de los automovilistas, ¡carajo! habían de prohibir este uso indiscriminado, es una verdadera contaminación, no otras mamadas de multas por transitar con tu automóvil por una calle que volvieron de la noche a la mañana de dos sentidos sin previo aviso, como la de República del Salvador, todo para que circule de ida y vuelta el ya indispensable metrobús», Adrián se libró en una ocasión de la agresiva mordida de los cumplidos agentes de tránsito, gracias a su placa de periodista.

Se siente muy agotado, piensa que es por la pérdida de sangre, en su desesperación intenta encaminarse a la puerta, cae pesadamente al pie de la cama, grita lo más fuerte que puede, pero nadie parece escucharlo, la mayor parte de los departamentos del viejo edificio son usados como oficinas, hoy debe ser sábado difícilmente habrá empleados trabajando, regresa a la cama y enciende el televisor, en el noticiario mencionan su nombre, lo reportan como desaparecido nadie sabe de él, los compañeros periodistas comentan que se les hace raro, el hecho de que haya dejado el auto toda la noche en la pensión, que no conteste su teléfono, saben que ha recibido amenazas de muerte debido a sus notas periodísticas. En esta profesión una de las más inseguras de la República, a nadie le extraña que seguido aparezcan tanto hombres como mujeres sin vida, abandonados en alguna solitaria carretera, no hay aclaraciones de los hechos, a las autoridades parece importarles muy poco la suerte de este gremio, eso sí se presume en todo el mundo que aquí en México sí hay libertad de expresión, si no lo sabrá Adrián, fue a presentar su denuncia con pruebas contundentes y le contestaron que no tenían una pilmama para cada periodista maricón, que dejara de abrir el hocico, porque se le podía aparecer el diablo.

No se arrepentía de haber denunciado las redes de lavado de dinero que había descubierto detrás del mentado licenciado Obdulio Rodríguez, empresario respetable de la comunidad, quien se puso nervioso con la denuncia que le sopló seguramente la misma autoridad, envío a sus sicarios, esos hijos de la chingada trataron primero de comprar su silencio, como no aceptó empezaron a llegar amenazas a su oficina, a su correo y hasta en el parabrisas de su auto, pero no era cosa de amilanarse, había llegado demasiado lejos como para retirarse así nada más; había hecho investigaciones en Zapopan, Jalisco; publicó algunas notas con los nombres de supuestos empresarios involucrados en los asuntos de la mafia, así como funcionarios públicos. Demasiado tarde para retractarse, se hallaba metido hasta los huesos en toda esa mierda, ni para donde hacerse ni a quién recurrir, esto es lo que se ha sacado por denunciar toda esa asquerosa corrupción, pero ni modo son gajes del oficio, como había pasado un tiempo sin que lo molestaran se confió. Si no se le hubiera ocurrido ir a tomar esa copa no le habría sucedido nada, aunque esto no era ninguna garantía, ya se la habían sentenciado, sólo era cosa de agarrarlo desprevenido y en el momento preciso.

Nunca hasta ahora había olido el aroma de la sangre, se amalgamaba con su sudor, resultando una mezcla entre dulzona y salada, la culpa la tenía la fiebre que iba en aumento, no dejaba de transpirar, sentía su garganta seca como si tuviera una chingada resaca, lo peor de todo es que no recuperaba la fuerza para ponerse en pie y salir de ahí. Extrañamente tuvo un momento de lucidez, se había calmado el dolor y sus sentidos se hallaban alerta, pensó fríamente que llegaba su fin, ya no podría proponer a Marina que lo ayudara a sentar cabeza, estaba cansado de tanta porquería, justo la semana pasada se había entrevistado con el director de una conocida revista adonde podría escribir acerca de la cultura, de museos de poesía, música y pintura, a Heriberto Saldaña le agradó su carpeta de trabajo, le prometió platicar con sus socios respecto a sus honorarios, lo mantendría informado de lo que resolvieran, Adrián vislumbró la oportunidad de cambiar de giro, su madre se lo había sugerido tantas veces.

Sus reflexiones se interrumpieron bruscamente, le pareció escuchar pasos que provenían de la escalera, se acercaban presurosos, igual oyó voces de mujer, la puerta del departamento se abrió, dentro de muy poco sabría quiénes eran, al fin se habían dado cuenta que allí estaba, ya no recordaba desde hace cuántos días con sus largas noches.

Entró primero su hermana Elena: «Mamá, Marina, apresúrense aquí está mi hermano en la cama», Adrián al verlas intentó hablarles, pero su lengua inerte inexplicablemente se hallaba pegada sin remedio al paladar, tampoco logró mover ni un ápice sus brazos ni sus piernas parecía que no fueran suyas, ¡qué desesperación!. Sólo podía verlas llorar, su madre se mostraba agobiada por no haber encontrado antes los recibos de la renta con la dirección del departamento, «¿cómo es posible que hasta hoy se me ocurriera forzar la cerradura de su escritorio?, desgraciadamente llegaron tarde», allí sobre la cama en un charco de sangre frío y rígido, sin pulso permanecía Adrián.

Hubo un momento en que en la habitación reinó el silencio, la frustración y el dolor se adueñaron de la escena. El anciano portero fue el primero en reaccionar, bajó cojeando a la recepción, lo más rápido que le permitieron sus piernas, tenía que dar parte a la policía, habían descubierto al reportero que andaban buscando, claro ya difunto, mientras tanto Marina sollozaba inconsolable, «¿a saber desde cuándo estará muerto?, perdió demasiada sangre, debió padecer una solitaria agonía, no hubo quien lo auxiliara, quién supiera que se encontraba herido», lo besaba y abrazaba igual que en sus sueños, sólo que Adrián por más esfuerzo que hacía no lograba corresponderle.

* Mary Carmen Díaz Chávez es alumna del taller de Creatividad Literaria de la FES Iztacala 2014/2018. Cuenta con varias obras de diversos géneros literarios. En 2014 publicó su primer libro de cuentos: Reflejos Distantes. Participó en la Antología de Narrativa, publicado por la Editorial Eterno Femenino en 2014; Antologías del Festival de las Artes Papantla 2015, Editorial Sepia Ediciones; Las voces del Papán, 2016, publicado por Ediciones El nido del fénix; Espacios de Luz, publicado en 2016, por la Universidad Nacional Autónoma de México, y Versos de Plata, publicado en 2017 por Ediciones Zetina.

«Reflexión interrumpida» es un cuento que forma parte del libro: «Reminiscencias». Sitquije lo reproduce con el debido permiso de su autora.

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