… agradecemos este nuevo amanecer, el destello tierno o agobiante del Sol y el reposo bajo la luz de la Luna llena o la del fulgor mustio cuando la helada enrojece los ojos; el estupor bajo el camino formado por las estrellas y sobre las «piedras bola» en el pueblo lejano y su atardecer cálido con la guía de un lucero azul; por los eclipses y conjunciones, el rocío sobre la hierba fresca, el capullo de esperanza y el «diente de león» junto a la vereda; por el verdor en los cerros y el renovado en la cúpula de un ahuehuete que es seña y resguardo de los cientos de pájaros que recrean el canto primigenio de la vida; por el ladrido matutino de un perro distante, el maullido del gato noctívago y el zureo de las palomas en búsqueda de la reproducción; por el balido de los corderos, el rebuzno lejano de un paciente burro, el asombro vaporoso de la vaca y las voces de las ranas; por los días de hambre y aquellos de compartida comilona (con el pan en la mesa —y si hubiera un trozo de queso, aún más—); por los instantes de regocijo y de soledad; por la vituperada amapola, un sueño incumplido, la luz esquiva y la oscuridad buscada; por la sana desnudez y el pudor resguardado con una camisa; por los cocuyos replicados sobre aquel bullente río concejero; por el despertar al ritmo renovado de un badajo antiguo cuando la escarcha —santa celestina— replantea la conjunción en dos vidas; por la cabellera al aire y el testimonio sin juramento; por un lápiz y un papel, el arpegio en una guitarra y la educada percusión en el piano; por el primer libro en las manos, la mirada de unos ojos negros, marrones, verdes o de colorido semejante al del cielo despejado; por un ¡gracias! —ya en susurros, ya con grito estentóreo—, el viento compañero durante las tardes de juegos infantiles, el que ondula una falda, el que forma los rizos en el arroyo, en la laguna, en el amplio mar, el que aureola las cabezas, el que gira entre la espiga hermanada a los jilotes y ahuyenta a las nubes compañeras—a veces pasajeras, delgadas y alargadas, aborregadas, atemorizantes, gruesas y cargadas en donde miramos y encontraremos alguna réplica de las formas de vida en la tierra—, el que brama entre las ramas e impulsa a un rehilete, a un barquito de papel y a las alas de las aves, el que vira la veleta y el que lleva el polvo a la distancia insospechada; por el agua enclaustrada en las uvas, por la que brota silenciosa en la cumbre, por la atrapada en el cuenco de unas manos; por las lluvias nutricias, las destempladas, la inesperada, la anhelada, las que caen sobre las ardorosas frentes y los montes o aquellas que hielan las pasiones y resguardan las caricias, la que nutre un río olvidado y la que penetra la tumba abandonada; por los aromas en el campo, en los valles, en la majada, en los cerros y en la cocina familiar; por la voz que arrulla los sueños y marca un sendero hacia un destino; por el surco esbozado o revigorizado en nuestra ausencia; por los prados, los bosques, las cumbres nevadas, el destello de un rayo atronador, un globo ascendente hacia el infinito azul; por la humedad redescubierta, el calor en tiempo presente; por una canción de cuna casi olvidada que fuera propia y hoy interpretamos en el barandal de otra camita; por la danza ritual y el baile nunca aprendido; por el aroma, el pigmento y el jugo de las flores y los frutos; por el color de arriba, el de abajo y el habido en los entresijos de la tierra; por el temblor de una mano compañera con su letanía en pos de la eternidad; por la capacidad para expresar y comprender la estructura de los sonidos con las cuales aprendemos el ¡sí! definitorio para un intento no siempre conclusivo al expresar la maldición y por los diez dedos de las manos y los cinco más cinco de los pies con los que aprendimos a sumar;  por la sonrisa que refresca, el trastorno de un llanto en los días de penas y dolor; por un suspiro nocturno y el sueño interrumpido de manera grata; por los huevecillos en el nido mullido y el oleaje atemorizante; por la palabra que desde las hojas recorre el tiempo en que el tiempo es y será vida en la vitalidad imperceptiblemente adormecida en el fondo de una canción; por el saber compartido… por todas las pequeñas creaturas que ríen cuando y cuanto les viene en gana.

Ven creatura —no hay premura— a esta tierra aromatizada por la humedad en una huerta horneada con golpes del Sol, aquí esperan atónitos tu madre que sabe, aunque sin comprender cabalmente cómo inició en su vientre ese desarrollo que constituye la nueva vida, una cuenta que tu padre, asombrado, llevara del amanecer al anochecer para decirte en un buen día ¡hola creatura! ¡Bienvenidos sean todos los niños con su inagotable ¿por qué?! Motivo de gratitud sea siempre el nacimiento de las vidas en la Vida para añadir con su estar la efímera esperanza de y por la Humanidad. Vengan a los bienaventurados brazos de las madres en tanto los varones miran con opresión en la garganta a esa nueva realidad que palpita, que succiona ávidamente el henchido pecho materno. No importa cuál es el nombre ni el sexo cuando es gozo en la esperanza para quienes olvidamos que en su momento —en un amanecer, atardecer o anochecer— asombrados, abrimos los ojos para encontrar con nuestra mirada la mirada en unos ojos cansados que observaban una maravilla en reducción.

Felicidad para todas las creaturas que en la humanidad fueron y son, para las que nos sucederán; las que crecen en el vientre de una mujer que ama y para un hombre que en su parvulario ciencia aún le colma el asombro la realidad de tu ser. Felicidad para todos los hijos de la humanidad sin importar que el color de su piel sea oscuro o claro —o mediado entre uno y otro—, si su cabello es ensortijado, lacio o escaso, si regirá su vida un credo extraño con un vocablo/nombre propio para su divinidad, ello nada importa para sentirnos por un instante bendecidos con el regalo de una vida.

Creatura, seas quien seas, este no es el mejor de los mundos ni siquiera un bosquejo de la propalada y anhelada hermandad, pero: por ti y para ti agradecemos los primores que nos rodean; por ti y para ti oramos por la disponibilidad de un poco de felicidad; por ti y para ti bendecimos la oportunidad de ser y, por ti y para ti soñamos imposibles. ¡Amén!

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