Piedra bola

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Luna de mediodía. (Serie “Luna” Acrílica sobre cartulina)

En el sabor fortificante de un café llanero
y un mordisco al contamal
bullía el recuerdo de la estancia
para recrear aquella sonrisa
acurrucada bajo un centón
con calor de esperanza…
aromas de amanecer
a la sombra cambiante de la aborregada cúpula…

Alguna vez llegamos a la ceremonia con el calzado desastrado y un ramo de flores sin fragancia en las manos, la calidez sonora de un nombre y la trémula ilusión de merecer un futuro.

Lluvia pertinaz concentrada
en el amplio universo del macetón de barro vidriado
con crujido de helechos
y el susurro de unas ondas malogradas en el cause
atormentado por un Sol de ocaso…

El adoquinado evidencia la lluvia nocturna
y los vástagos de la renovación
realzan los colores
con el fresco canto del tzentzontle
contrastados en el albor bermejo.

Abrumado por la oración ascendente ―piedra, madera y cristal emplomado― traspuse la plegaria labrada sobre la puerta principal, obra surgidas del talento, conocimiento y destreza de miles de artesanos calificados en las logias al impulso de sus penas, alegrías, hambres y saciedades, cansancio y  desvelos, sueños y realidades… cientos de seres desarraigados, sin nombre, sintetizados en el de dos o tres Sublimes Maestros Constructores. La oración sofocada fue en pro de aquellos desconocidos que hoy estremecen mi interior con la plegaria silente de su creación.

… El café ya frio en la taza, un cigarrillo consumido a medias, las páginas de un libro apenas ojeado, las manos inútiles en esta tarde húmeda de otoño… Su voz viene en canción una y otra vez forzada a la repetición… El viento no refresca el pasado, las horas ―pasmadas― palpitan otra vez las notas de una Sinfonía Inconclusa.

Venga la lluvia para reanimar al limonero y cristalizar el arrullo de la torcacita entre el vuelo de cocuyos; el roce de la brizna surgido en el cañaveral rememora unos ojos adormilados yacentes en el discreto rebullir en una taza con café y un cigarrillo abandonado en burdo cenizal… Aún llueve.

El viento impone cadencia y destino
a la hojarasca;
la arrastra, la eleva,
la gira a diestra y siniestra
y ya destrozada hasta el origen
―polvo en el polvo del polvo―
irrita los ojos de Hortensia
bajo el paño de un recuerdo clandestino.

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