Palabras sin destino

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Le ofrecí una historia por hacer
y la mínima parte de un mundo
bajo las imposibilidades
de la perfección, la eternidad
y la felicidad.

Ella venía con su Dios
encerrado en un libro
neófito en las mínimas alegrías
y el dolor continuo,
lacerante, en las creaturas.

La helada subía por las piernas
desde el empedrado;
la lluvia y el viento herían los ojos alucinados
por los cúmulos de estrellas
espectadoras de un fracaso.

Ella venía con su libro
y cientos de verdades absolutas;
de los míos brotaban montones de dudas
―incertidumbres encuadernadas―
entre ofuscaciones encadenadas en un “quizá”.

Hoy busco su nombre entra las hojas
manoseadas de mis textos
y la hojarasca arrastrada por un viento otoñal.

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